Hace cien años, los diez días que
conmovieron al mundo desde la lejana Rusia, alcanzaron de forma gradual a la
opinión pública y a los intelectuales bolivianos. El proletariado estaba poco
organizado, en mutuales de socorro obrero más que en sindicatos, y los partidos
socialistas no eran los mayoritarios. Los comunarios y siringueros eran casi
todos analfabetos y poco se enteraban de la historia universal. Aún era
prematuro vislumbrar el impacto formidable de aquella victoria en la historia
nacional y continental.
La Revolución de los Soviets tuvo su
prólogo en las revueltas populares y militares que obligaron al Zar Nicolás II
a abdicar y a la creación de un Gobierno Provisional, cuya figura más famosa
fue Alejandro Kerenski. Un breve repaso por la prensa de la época nos ubica
cómo llegaron las primeras noticias, a mediados de marzo de 1917 a la prensa
nacional y cuál era el contexto boliviano.
BOLIVIA
EN 1917
La Bolivia de hace un siglo era aún
un país sin nación y un territorio que no terminaba de salir del golpe que
supuso quedar sin salida al Océano Pacífico. Casi todos los académicos
coinciden en ubicar a 1880 como la fecha clave para entender los sucesos que
marcaron una época hasta 1932, cuando otra guerra, la del Chaco, impulsaría a
su turno otra dinámica nacional.
Esa fue la fecha que queda de un
debate constituyente más amplio pero que se resume en ese año, año de la
derrota en el Litoral frente a Chile, cuando los representantes acordaron un
modelo social, económico y cultural ligado al liberalismo y a todo lo que ello
representaba. Además fue el momento de creación de los partidos políticos,
después de los sucesivos caudillismos militares y populistas. Aparecieron el
Partido Liberal, el Partido Conservador, luego con sus divisiones, los
republicanos, los genuinos y en 1904 los socialistas en Tupiza. Esa fue la
impronta hasta muy entrado el Siglo XX. Apenas el 10 ó cuando mucho el 20 por
ciento de la población, varones, definía el destino de todos.
El dominio civil desde esa fecha
coincidió con una etapa de apogeo económico con los patriarcas de la plata en
el suroeste, después de largos años de crisis minera, y más tarde el esplendor
del estaño en el norte potosino, Oruro y La Paz. En el extremo nacional, donde
la colonia española apenas había ingresado durante 300 años, la demanda del
caucho creó otro enclave de bonanza económica en las primeras décadas de la
nueva centuria.
Ingresos para pocos, nuevas y
fabulosas fortunas, pero más sufrimientos para los indígenas originarios,
aymaras, quechuas, potolos, cacackakas, charcas, mojeños, pacahuaras,
guaranies, que pasaron de trabajar como siervos o colonos en las haciendas o en
propiedades de la iglesia a las minas y a la tupida selva infestada de malaria.
Mientras en los gomales, la
explotación tuvo todavía características feudales con el enganche y el
“habilito” de las deudas permanentes, en las minas se formó una nueva élite con
ambiciones industriales, con visión de progreso tecnológico- sobre todo en las
comunicaciones (telégrafo, ferrocarril, diligencias, vapores)-, creación de
escuelas laicas y fiscales, de la normal para formar maestros y maestras,
teatros, revistas, periódicos modernos.
Algunos afirman que los dueños de
las minas fueron pacifistas y apoyaron la pronta firma de paz con Chile para
continuar con sus negocios. Pronto el crecimiento económico en esas zonas,
tanto mineras como en las fincas cercanas (incluyendo las que producían coca)
ayudaron a concentrar a la población en la parte occidental de Bolivia. La Paz,
Oruro y el norte potosino experimentaron una notable expansión de trabajadores.
Ahí nació el proletariado boliviano,
primero en las minas, más tarde en las fábricas que comenzaron a llenar las
villas urbanas en la flamante sede de gobierno.
En 1917 era Presidente de la
República el liberal Ismael Montes, que ya había ocupado anteriormente el mismo
cargo y era parte de la primera larga lista de mandatarios constitucionales que
dieron a Bolivia un periodo de estabilidad económica y política. Ese mismo año
lo sucedió José Gutiérrez Guerra hasta 1920, cuando ya el país estaba sumergido
en conflictos sociales y políticos, con influencia de anarquistas, socialistas,
comunistas. La palabra “bolchevique” comenzó a tener un significado entre
universitarios, periodistas y obreros.
EL
GOBIERNO PROVISIONAL RUSO
En 1914, después del asesinato del
Emperador del Imperio Austrohúngaro Francisco José muerto por un anarquista en
Sarajevo, se desencadenó la Primera Guerra Mundial, aún muy lejana para los
pobladores bolivianos. Para el país significó aumentos de precios en sus
principales materias primas y una primera oleada importante de migrantes
europeos, aunque en mucho menos cantidad de lo que llegaban a los países
vecinos. En los periódicos que consulté encontré el ejemplo de Zoilo Guerrero,
empleado de la Bolivian General Enterprice que se enroló en la Legión
Extranjera para luchar al lado de Francia en el frente de Aisne.
La guerra fue para la empobrecida
sociedad rusa un asunto impopular desde el inicio y los miles de campesinos que
quedaban en los campos de batalla ni sabían por qué morían. También había
descontento entre los militares como ya se había expresado dramáticamente en
1905 en el Acorazado Potenkim. Los ciudadanos aborrecían la influencia del
santón Rasputín sobre la zarina de origen alemán y de ésta sobre su débil
marido. Había hambre en las trincheras, en las ciudades y en los campos. La
gente comía una ración de pan mojado en una diluida leche.
Las sucesivas protestas aumentaron
en 1916 y fueron más continuas y desafiantes desde enero de 1917. Son muchos
los detalles que formaban una ola gigantesca, aunque el Zar no quería verla. El
27 de febrero en el calendario ruso (por eso se conoce como Revolución de
Febrero), 8 de marzo en el calendario gregoriano, las tradicionales
manifestaciones por el Día Internacional de la Mujer se transformaron en una
gran revuelta popular. Fueron sobre todo las obreras textileras las que
prendieron la mecha.
Inicialmente la respuesta oficial
fue violenta, pero ya la desesperación era muy grande y el pueblo estaba
dispuesto a morir. Nicolás II abdicó y se formó un Gobierno Provisional por
varios meses, el cual no logró estabilizarse, aunque prometió las primeras
grandes medidas que tanto influirían después en Bolivia como la Reforma
Agraria, las asambleas populares, las milicias civiles armadas.
El Comité Provisional de la Duma
estatal se reunió inicialmente con los mencheviques con la idea de formar un
gobierno amplio, algo que no prosperó después de varios días de debates. El
Soviet de Petrogrado ofreció públicamente su apoyo al gobierno provisional pero
no aceptó ingresar al mismo. Los socialistas pidieron Asamblea Constituyente
elegida por voto universal, la liberación de los presos políticos, libertad de
prensa y de asociación, libertad para formar nuevos partidos políticos, una
agenda que aceptaban todos. El gobierno prometió voto universal y el reemplazo
de la policía zarista por milicias nacionalistas.
El Sóviet de Petrogrado calificó a
la flamante revolución de burguesa y el gabinete quedó conformado por
liberales, conservadores moderados y el famoso Alexander Kerenski que actuó más
a título personal. Después de la abdicación de Nicolás II, su hermano Miguel
rechazó el trono y el Gobierno provisional comenzó a regir Rusia, pero sin
controlar todas las fuerzas sociales y militares y ante un poderoso Soviet en
la capital.
El nuevo Primer Ministro era
Gueorgui Lvov, respetado liberal al igual que otros ministros afiliados al
Partido Constitucional Democrático, como Pavel Miliukov que ocupó la
Cancillería. Los socialistas pedían que se aceleren las reformas sociales y
económicas y el final de la guerra, el gobierno aún titubeaba y ese fue el
sello de su larga agonía, hasta la Revolución de Octubre.
La Revolución de Febrero significó
profundos cambios, aunque no tan radicales como los de octubre (noviembre). La
izquierda, formada por socialistas, quedó dividida entre quienes eran favorables
de cooperar con los liberales y la corriente radical opuesta al Gobierno
provisional, formada por mencheviques internacionalistas, anarquistas y,
principalmente, bolcheviques con Vladimir Ulianov- Lenín, como su líder más
destacado, hermano de un revolucionario ajusticiado antes por el zarismo.
El poder dual entre la fuerza del
gobierno y la del Sóviet dejó espacio para el intento de un contragolpe, luego
controlado, y para una serie de enfrentamientos que concluyeron en octubre
(noviembre) con la Revolución bolchevique. Las tensiones reflejaban una visión
compartida contra el poder imperial pero con diferencias de intereses entre las
clases medias y los campesinos y obreros.
LA
PRENSA BOLIVIANA
En esos días la prensa boliviana
estaba ocupada en dos asuntos nacionales principales: las elecciones de mayo
entre el candidato oficialista el liberal José Gutiérrez Guerra y el radical
José María Escalier; y las revueltas, a veces violentas con asesinato de
hacendados, en varios lugares del altiplano paceño, donde a inicios del siglo
se había levantado Pablo Zárate Wilca.
Las noticias internacionales desde
los frentes de lucha en Europa disputaban las primeras planas y páginas enteras
se llenaban con los cables de la Agencia Reuter o con despachos directos al
periódico, como era el caso de “El Diario”, fundado en 1904.
En esos días, Estados Unidos se aprestaba
a ingresar a la contienda, como aliado de Inglaterra y de Francia y varios
países latinoamericanos iban a declarar la guerra a Alemania, cuya derrota era
evidente. Turquía, Irak, la Mesopotamia, Siria eran, como en este 2017, otros
territorios de sangrientas batallas y la caída de Bagdad significó el final del
imperio otomano.
Méjico mantenía una actitud más
cauta y pacifista. En Perú, Nicaragua, El Salvador, Cuba, Paraguay, se sucedían
huelgas y protestas sociales. Los irlandeses luchaban por su independencia y
despertaban simpatías en el continente.
El viernes 16 de marzo de 1917
(calendario gregoriano), “El Diario” publicó una primera noticia sobre los
combates en Petrogrado y Moscú y la confirmación oficial de la abdicación del
Zar Nicolás II y de su hijo, el Gran Duque Nicolás, después de 21 años de
gobierno (a las 14.30 del 14 de marzo) Era el final de los Romanov. Las
noticias eran todavía confusas por la censura y llegaban vía Londres. Se
conoció el apresamiento de ministros y oficiales y la conformación de un nuevo
gobierno desde la Duna, el parlamento ruso.
Según se sabía los disturbios
comenzaron días antes, motivados fundamentalmente por la falta de alimentos.
Cuando la muchedumbre llegó al arsenal, frente a Lietenic Prospecto, los
soldados se negaron a disparar, después se unieron policías y otros militares y
la protesta se transformó en Revolución. Otro cable informaba de la llegada de
regimientos a la capital ondeando la bandera roja.
Por su parte “El Tiempo” difundía
detalles del apresamiento de la familia real cuando se detuvo el tren imperial
en una estación y su confinamiento a una zona rural, la enfermedad de los
niños, especialmente de Alioscha y el intento del zar de suicidarse.
El Santo Sínodo de la iglesia
ortodoxa apoyó la revolución y así lo hizo difundir por todas las iglesias. La
población rusa era de 174 millones, casi todos empobrecidos campesinos y
obreros.
También se informó de la revolución
en Alemania y del reemplazo de Liebknecht en Postdam por el socialista Mehring.
El tablero mundial se cambiaba aceleradamente.
La cobertura fue intensa hasta fines
de marzo, luego la tensión electoral nacional ocupó toda la atención.
Apenas un año después, en 1918, la
primera masacre proletaria en Uncía, marcaba la influencia de la Revolución
proletaria en Bolivia, cuyos alcances llegan hasta el actual gobierno de Evo
Morales.