La Revolución Cubana de 1959, aún antes, desde su incubación en el Asalto al
Moncada, tuvo un horizonte privilegiado: la atención a los niños y a las madres
gestantes para que ningún cubano tenga miedo de venir a este mundo.
Es ya famoso el resultado de la exitosa salud pública en el territorio de José
Martí. Es uno de los rubros que la isla exporta al resto del continente y que
le ha permitido abrirse camino en las complejas relaciones internacionales.
Incluso para destrancar el intercambio de embajadores con su vecino Estados
Unidos. El tratamiento a la epidemia del ébola que amenazaba a los africanos
más pobres fue el pretexto para las primeras reuniones amigables.
Sólo cinco niños menores de un año mueren en Cuba cada año y casi todos por
enfermedades complejas que también se repiten en las tasas de mortalidad
infantil en los países europeos y en ricos países asiáticos. Como es de
conocimiento público, la muerte de los bebés antes de festejar su primera
velita está estrechamente relacionada con los niveles de ingresos y de falta de
educación.
Cuba logró por cinco años consecutivos ser el país latinoamericano con menos
infantes fallecidos y su gobierno explicó que ello se debe a una voluntad
política de destinar los principales recursos a la salud de los más
vulnerables, el binomio madre niño. Estas cifras ya fueron exitosas en la
primera etapa de la Revolución. Podríamos decir que en los primeros once años
de la victoria de los barbudos, facultades de medicina, farmacias populares,
hospitales públicos, centros de salud comunales, todo el sistema de salud
estaba ya diseñado para avanzar en esa meta.
Otro país que tuvo una visión semejante fue Panamá desde la época nacionalista
de Omar Torrijos. Aunque ya el ismo contaba con buena infraestructura, lo
principal fue la decisión política de institucionalizar los cargos en el
sistema público de salud y provocar que cada buen profesional compita para
ocupar un cargo ahí. Sólo los mejores manejaron el Hospital del Niño y Panamá
ocupa otro lugar destacado con una tasa de mortalidad infantil del 9%.
Costa Rica y Uruguay son países sin grandes recursos naturales, sin bonanza
económica ni precios internacionales de sus productos en alza histórica, pero
sus gobiernos buscan que la salud pública reciba recursos suficientes. Siempre
falta más, pero por lo menos cualquier niño en cualquier pueblo, incluso el que
llega de visita, cuenta con un seguro.
La tasa de mortalidad infantil en Bolivia es de 39, la peor de la región.