viernes, 29 de abril de 2022

GENERACIÓN SERRAT: “PARA LA LIBERTAD”

 

            A inicios de este año, Joan Manuel Serrat -al evaluar su despedida después de medio siglo de cantar al mundo- confesaba ante un periodista una frase, que no deja de resonar: “Mis sueños están en decadencia”. A lo largo de mi vida consciente, tantas veces me sentí identificada con sus versos y sus cantos y ahora que él se va de los escenarios, siento otra vez que dice lo que yo quisiera decir.

            Serrat representa a toda una generación hispanohablante, más urbana que rural y más cosmopolita que originaria. Para entenderlo y gozarlo en su inmenso potencial, los seguidores del cantautor debían conocer algunas referencias básicas. La principal en los años sesenta y setenta era que en España gobernaba el dictador Francisco Franco y que en América Latina se sucedían golpes militares, cada vez más sangrientos.

            Serrat era un joven guapísimo, de hermosa voz. Al mismo tiempo, resumía la pinta de los estudiantes que salían a las calles a protestar contra el estado, con melenas largas, blue jeans, zapatillas, camisas sueltas, acompañados por chicas con minifaldas y aretes a gogo. Enamorarse, amar y dejarse amar eran parte del ritual y cada canción del compositor catalán alborotaba las pasiones.

            Los primeros álbumes, dedicados a poetas libertarios, llevaban a miles de fanáticos a comprar dos o tres ejemplares con las poesías de Antonio Machado o de León Felipe: para la casa, para un compañero o para la muchacha.  Los “Cantares” eran coreados en las guitarreadas, desde Oaxaca a Chiloe, como una protesta sencilla, casi clandestina. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.

            El salto más fuerte fue conocer la prosa y la vida de Miguel Hernández, sus “nanas” al hijo recién nacido, la agonía en la cárcel, su joven viuda. “Para la Libertad” es seguramente el coro más entrañable. “Para la libertad, sangro, lucho, pervivo; para la libertad, mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo doy a los cirujanos”.

            Medio siglo después: ¿dónde está esa generación?; ¿germinó la sangre derramada? “Porque donde unas cuencas vacías amanezcan, ella pondrá dos piedras de futura mirada, y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan, en la carne talada”. ¿Qué futuro?

            Serrat ironiza: “cuando Franco vivíamos mejor” porque todo era más claro, las fronteras, los límites, quién era quién. Después, aunque suene paradójico, parece que los sueños se esfumaron. “Vivimos tiempos borrosos, turbios”, sentencia el cantor. Diría yo, vivimos tiempos de imposturas, de falsos profetas.

            Coincido también cuando afirma que, en un momento de la vida, uno ya sabe con qué gente ya no quiere juntarse. Seguramente, cuando uno mira una fotografía de una antigua fiesta quinceañera o de una vieja manifestación, contempla rostros que sabe que no quiere volver a ver porque conoce que el futuro de entonces es hoy un pasado pisado.

            “Mis sueños están en decadencia; le he concedido un margen de expectativa mayor de lo que la humanidad puede proporcionar. Lo que veo es una sociedad cobarde, miedosa, una sociedad egoísta. Los valores se pierden en función de dialécticas estériles que no buscan soluciones, sino que están dirigidas a: cómo me aprovecharé mejor de este problema que está ocurriendo”, declara Joan Manuel.

            Suscribo la descripción que hace Serrat sobre quienes se sirven de la miseria para desarrollar un discurso falso (ejemplo “Madre Tierra”). Restan pocos elementos para mantener el optimismo, dice. Entre esos elementos están la música, la poesía, el cine, la creación.

            En Bolivia, hasta esos refugios son atropellados por la mediocridad de los Mamani Mamani que abundan en los pasillos y de las fundaciones y ministerios culturales que sirven sólo para la vanidad y el ridículo disfraz de sus funcionarios.