viernes, 23 de febrero de 2018

1978, LA UTOPIA


            Recuerdo los titulares de aquel febrero, hace 40 años, cuando salían los últimos presos políticos del Panóptico de San Pedro, casi todos vinculados al Ejercito de Liberación Nacional, ELN/PRTB, entre ellos Antonio Peredo y Jose Pimentel quienes habían sufrido torturas y humillaciones hasta el final, amarradas sus manos hacia atrás, comiendo como perros.
            La gente aguardaba en cada esquina, en cada cafecito universitario, frente a la sede de la Federación de Mineros de Bolivia, al final de El Prado en la sede de gobierno, el retorno de los exiliados. Algunos dirigentes sindicales habían cruzado las fronteras antes de la amnistía general del 18 de enero y preparaban los ampliados y congresos para renovar directivas después de siete años de dictadura.
            Llegaban corresponsales europeos para retratar aquel gesto inmenso de las mujeres proletarias que habían arrinconado al General Hugo Banzer y con su ayuno habían conseguido que Bolivia fuese el primer país del Cono Sur latinoamericano en iniciar un proceso democrático con la participación de todos los partidos políticos y sus líderes, sin ninguna prohibición o lista de *extremistas*, como el régimen había intentado inicialmente.
            La izquierda se agrupo en dos frentes, uno socialdemócrata con respaldo del Partido Comunista pro Moscú, la Unidad Democrática y Popular, moderado y capaz de dialogar con los militares derrotados, con la visión del entronque histórico y la candidatura de un político tradicional, Hernán Siles Suazo; el otro, radical, de trotskistas, anarquistas, independientes, ex guerrilleros, con el respaldo del Partido Comunista Marxista Leninista que impuso las candidaturas de un campesino quechua, Casiano Amurrio (que será de el?) y de una dirigente de las amas de casa mineras, Domitila Chungara, la única mujer en las listas.
            Entonces se creía que ya el cielo estaba en las manos, que habría elecciones limpias, que el congreso iniciaría un Juicio de Responsabilidades a los militares responsables de la persecución política, de aplicar la Operación Cóndor en el país y de la corrupción que había saqueado las arcas estatales, pese al ingreso histórico de divisas por el alza de precios en el petróleo, el gas, los minerales.
            Muchos exiliados latinoamericanos encontraron refugio en Bolivia y desde acá, mas cerca que desde México, Caracas, Paris o Upsala denunciaban lo que sucedía en Argentina, Chile, Uruguay, Brasil.
            Sin embargo, ni Banzer ni las FFAA estaban dispuestos a renunciar a sus privilegios y tampoco a aceptar un posible proceso a sus excesos. Banzer, que había soñado en perpetuarse, igual que luego Luis Garcia Mesa, invento un enorme fraude con la cobertura *verde es mi color* y para ello conto con toda la logística de los cuarteles y del estado.
            Como suele suceder a los gobernantes con espíritu de dictadores, no tuvo en cuenta la tradición de lucha boliviana contra los tiranos. Campesinos, vendedoras, periodistas, curas y monjas se unieron para desbaratar esas maniobras.
            Banzer fue derrotado. Entonces, ingenuamente, se creyó que no volverían sátrapas civiles o militares, que nunca más algunas familias llorarían por masacres, por presos, por exiliados. Era una utopía.

viernes, 9 de febrero de 2018

MIS MEJORES AMIGOS


            En estos carnavales pienso en aquellos amigos fantásticos que me contaban las tradiciones paceñas en estos y otros festejos; diferentes biografías ocultas de pepinos y mascaritas que habitaban la entrañable ciudad; las costumbres matutinas, los susurros nocturnos, lo que se publicaba, lo que se escondía.
            Todavía no entiendo por qué fui escogida por ellos para tantas confidencias. Quizá porque desde niña preferí la amistad masculina; quizá porque siempre me gustó escuchar relatos; quizá porque me sensibilizan más las personas de otras generaciones.
Lo cierto es que era muy jovencita cuando caminaba por la Avenida Villazón y me llamó don Antonio Paredes Candia a sentarme a su lado, en un banquito pegado al anaquel que él tenía ahí para vender libros y folletos a los transeúntes, principalmente estudiantes.
Comentaba algún nuevo texto que acababa de publicar, me contaba sobre los hijos de curas, sobre la bohemia de Ismael Sotomayor, sobre el amante de Isabel Zuazo, sobre el verdadero padre de Marcelo Quiroga, sobre las cholas enriquecidas, sobre la viuda mendiga muerta sobre un colchón lleno de dinero. Con mis hijos probamos sus potajes coloniales en su casa, frente a la Estación Central.
Al poco llegaba don Flavio Machicado y se unía al cotilleo con otros datos, los fumadores de opio en los años 30, los que consumían cocaína antes de ir a las veladas del Teatro Municipal en los años 40, las fortunas mal habidas, los aventureros que llegaban en busca de minas, las prostitutas chilenas. Con don Flavio caminábamos por la 6 de Agosto, la Aspiazu y la Ecuador hasta su casa. Él decía que no tomaba taxi ni colectivo porque así se perdería muchas escenas cotidianas; desde niño era un gran caminante junto a su padre por la Cordillera Quimsa Cruz. Gracias a su hijo Eduardo “Loro”, adoptamos la costumbre de tomar té todos los miércoles, hasta su muerte. Mi primogénito lo llamaba “Tata”.
Me contaron sus vidas, me abrieron su corazón.
Tampoco puedo olvidar a mi otro amigo a la hora de la merienda, con tinte oriental, don Guillermo Aponte Burela, quien me confió historias que, supe luego, no contaba a nadie. Se unía al atardecer su amada Martita, poetisa y bailarina.
En cambio, José “Pepe” Ballón llegaba a mi casa los domingos para mimarme con mi queso preferido. Recordaba su vida, la vida de los artistas bolivianos, las luchas sociales en los años cincuenta y crónicas insólitas sobre el exilio de los comunistas.
Compartí café mañanero con Juan Lechín en el “Ely” o en el “Lechingrado” y tuve la buena idea de anotar sus anécdotas; a la charla se unían Armando Morales, Víctor López- silencioso-, Noel Vázquez. Risas, ironías, romances entre persecuciones y huelgas, citas literarias, recuerdos de las chicherías en las minas.
El más ameno, Líber Forty, con su memoria prodigiosa y su habilidad para unir las biografías con sus ideas centrales sobre la humanidad, la ternura, la necesidad de liberar al ser humano a través del arte. Me confió las cartas que dictaba su madre analfabeta y las cartas de su compañera, su vida más oculta.
            Fueron sin duda, las amistades más determinantes en mi vocación.


lunes, 5 de febrero de 2018

CINCUENTA AÑOS DEL MOVIDO 68

            ¿Será el 2018 un largo eco de 1968? El año que comienza está tan cargado de conflictos sociales y políticos en todo el mundo, también en Bolivia, que parecería que los estampidos de hace cincuenta años podrían replicarse en esta gestión.
            El famoso y muy mediático 1968 es más que una fecha para recordar, como sucede con otras cifras de tantas otras revueltas, batallas, coronaciones, guerras, revoluciones. El “68” encierra demasiados acontecimientos que significaron el final de una era- la post Segunda Guerra Mundial- y el inicio de otra, que afectó no sólo a la esfera estatal del poder político y económico, sino al social, desde qué comer /o no comer/ hasta cómo escuchar la radio o como escribir una novela.
            Desde el paso de los cincuenta a los “locos años 60” ya asomaba tibio el embrión de los posteriores sucesos, pero fue el 68 el que le dio el tono y el sello.
            LA JUVENTUD
            El mundo contempló el cambio radical de lo que antes era una simple categoría etaria, entre los adolescentes desde los14 años a los 20/25s, convertida en esa época en un símbolo impecable: la juventud, los jóvenes. Tener 18 años no fue nunca más igual que era cumplirlos al inicio del siglo o en las pasadas centurias. Ser joven, urbano, estudiante, melenudo o de minifalda, era ya la imagen de la rebeldía y del no-miedo.
            Las protestas contra la guerra de Viet Nam no tenían antecedentes históricos; se vivían los peores años de la represión estadounidense contra los vietnamitas y el largo conflicto en Indochina- inicialmente contra Francia y luego contra E.E.U.U.- canalizó el descontento de los jóvenes hastiados del imperialismo, del consumismo y de las prohibiciones. Sobre todo, en el norte del planeta, los hijos nacidos después de la Segunda Guerra Mundial no tenían el temor acumulado por sus progenitores. Ni siquiera temían hablar de “paz y amor” y de optar por las flores en camisetas en vez de corbatas azules.
            Era el abono para la lucha por los derechos de las personas con opciones sexuales diferentes y a la vez una profunda crisis de los valores tradicionales. La revolución sexual era otra de las chispas que provocaría incendios.
            LA REBELDÍA
            Era la Teología de la Liberación, la conferencia de Puebla, los curas “tercer mundistas”, los curas guerrilleros, las monjas con cabello suelto y mocasín, las comunidades eclesiásticas de base en los suburbios latinoamericanos. Era la pedagogía del oprimido de Paulo Freire, desde las favelas, y también era las gigantescas movilizaciones universitarias en Berkeley en el centro de las elites del conocimiento.
            Era el año del eurocomunismo y también de Carlos Fonseca y del naciente Frente Sandinista en Nicaragua, de las guerrillas urbanas en Caracas y de la resistencia a la dictadura en Brasil, de los militares nacionalistas en Perú y en Panamá y de los ejércitos clandestinos en la Cordillera de Los Andes, de Farabundo Martí en El Salvador y del ejército guerrillero maya quiché en Guatemala.
Asesinatos políticos, luchas libertarias, el impacto de la Revolución cubana y la imagen del Ché Guevara, las guerrillas latinoamericanas, las novísimas repúblicas en Asia y en África surgidas por las luchas anticoloniales, el estreno de los movimientos feministas como actores políticos, son sólo algunos capítulos del año que marcó a nuestros hermanos mayores, nuestros padres, nuestros abuelos.
            LA CULTURA
El impacto de los medios de comunicación y el análisis de sus alcances y poderes fueron parte de la revolución cultural que también se concentró el 68. El nombre de Herbert Marcuse repercutió en el mundo occidental, también en América Latina y entre los periodistas. La película de Stanley Kubrick “2001, Odisea del Espacio” abrió la cortina al futuro temido y ansiado y una nueva forma de filmar. Mientras, “El Graduado” de Michel Nichols, aunque estrenada al finalizar el 67, y su famosa escena de la seductora Mrs. Robinson, estremecía a toda una generación, así como la música de Simon & Garfunkel.
En países mestizos como México, Guatemala, Ecuador, Perú y Bolivia comenzó el lento pero sólido y sin pausa movimiento por la identidad de los pueblos precolombinos. En La Paz se puso de moda la ya famosa “Peña Naira”, Los Jairas y el uso de poncho de lana entre hombres y mujeres, las ojotas, la chuspa en vez de la cartera.

LA PRIMAVERA DE PRAGA
            Entre los muchos hechos que podríamos recordar, seguramente el que abrió el año fue el más estremecedor, la ilusión y la caída, como pasó todo ese intenso 1968, la corta “Primavera de Praga”.
            A inicios de 1968, llegó al poder de la República de Checoslovaquia, incluida entonces en el llamado Pacto de Varsovia y bajo la órbita soviética, el reformista comunista Alexander Dubcek, quien se había comprometido a mejorar las condiciones de la libertad de expresión y de creación artística y reformas políticas.
            Cumplió sus planes y la población, sobre todo los jóvenes, aprovecharon esa grieta para avanzar en sus propias inquietudes y deseos de más y más libertad. Los intelectuales aceptaron un rol fundamental, tanto escritores como artistas, inolvidables medio siglo después, pues en los años noventa volvieron a ser la vanguardia de la rebelión contra el gobierno.
            La experiencia era inaceptable para Moscú que analizó que aceptar ese nivel de librepensamiento afectaba el alcance de su dominio y organizó la invasión a Praga, capital checa, igual que había obrado en 1956 contra las revueltas en Hungría.
            El 20 de agosto decenas de tanques del Pacto de Varsovia y miles de soldados ingresaron a la histórica plaza de Wenceslao y arremetieron contra los jóvenes indefensos, que sólo se defendieron con sus banderas rojas y nacionales, intentando frenar a las tropas con sus pechos descubiertos.
Las fotos de aquel asalto son un testimonio de la crueldad rusa y de la postura comunista contra cualquier ampliación de la libertad de pensamiento.
            Las reformas fueron leves, darle un “rostro más humano al socialismo” según quería Dubcek, pero eran suficientes para provocar al sistema de lo que se conocía como la “cortina de hierro” en plena etapa de la Guerra Fría. Los ortodoxos marxistas no soportaron que los escritores narren novelas fuera de la línea del partido o que los periodistas cuenten noticias sin pasar por la censura oficial.
            La Primavera de Praga duró oficialmente ocho meses; sin embargo, el germen estaba ahí y continuó a pesar de la represión de los duros del Partido Comunista contra novelistas, periodistas, académicos.
            Existen muchos libros y películas sobre esos hechos de 1968. Debieron pasar casi 20 años para volver a tener más libertad, cuando en 1989 estalló la “Revolución de terciopelo”.
            No se conocen las cifras reales de los muertos, heridos, apresados y desaparecidos.

            MASACRE DE TRATELOLCO, MÉXICO
            En el último trimestre del año, el 2 de octubre, en la otra punta del globo terrestre, como una réplica de lo sucedido en Checoslovaquia, los tanques del ejército mexicano y miles de soldados masacraron a al menos medio centenar de jóvenes que protestaban contra la política del Partido Revolucionario Institucional, PRI y el uso de los Juegos Olímpicos para ocultar la realidad económica de millones de campesinos y marginados.
            A diferencia de la República Socialista Checa, México era un país capitalista, con muy buenas relaciones con Estados Unidos y la inteligencia de sus Fuerzas Armadas tenía asesoramiento de la CIA.
            El movimiento estudiantil comenzó a mediados del año con manifestaciones en contra de los artículos 145 y 145b del Código Penal que sancionaba con prisión a los que asistan a reuniones públicas no autorizadas por el gobierno. Se creó una coordinadora, el célebre Comité de Huelga, que convocó las primeras concentraciones y focos de resistencia. Pronto se sumaron otros sectores, catedráticos, maestros, periodistas, intelectuales.
            El movimiento creció e incluyó en su demanda la libertad de los presos políticos. Los estudiantes pidieron diálogo de forma permanente, como muestran los carteles que pegaban a lo largo de las calles. No querían enfrentamiento, eran pacifistas y habían marchado con pañuelos blancos, en silencio.
Desde junio, la policía había reprimido pequeñas protestas de institutos técnicos y en agosto, una marcha pacífica de 50.000 personas vinculadas a la Universidad Autónoma de México, UNAM, llegó al centro del distrito federal. El rectorado pedía el respeto a la autonomía universitaria. En septiembre, las tropas ingresaron al campus universitario, aunque éste gozaba de ser un sitio impugnable, como sucedía en las universidades latinoamericanas desde las luchas de los años 20.
            La reacción fue la gran concentración en la Plaza de las Tres Culturas, o Plaza de Tlatelolco, en las antiguas ruinas aztecas, pero ahí los esperaba la represión más cruenta desde la Revolución Mexicana. Para los historiadores, esa orden presidencial es el asunto más vergonzoso en toda la etapa republicana. Un helicóptero rondando a la concentración fue la señal del ingreso de tanques, militares y policías para asesinar a los jóvenes, algunos con sus pequeños hijos.
El gobierno controlaba los medios de comunicación y por semanas se ocultó el alcance de la masacre, el número de muertos y de heridos. Después circularon fotos y películas que desmintieron el discurso oficial. Cincuenta años después, pese a las muchas investigaciones, no se conoce realmente cuál fue la orden militar, quiénes prepararon la trampa, quiénes eran los agentes identificados con un guante blanco, los jóvenes reclutas de un batallón especial para la seguridad de los Juegos Olímpicos.
            El PRI y el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz y su secretario de gobernación, Luis Echevarría, intentaron mostrar las acciones como combates contra grupos insurrectos o contra delincuentes comunes. La prensa oficial tituló la masacre como un enfrentamiento de los militares contra focos terroristas y hasta su muerte Díaz Ordaz aseguró que fueron los propios universitarios los que dispararon contra sus amigos desde los edificios cercanos. Así lo informó ante el Congreso mexicano controlado por el PRI, y cuando terminó de contar cómo los estudiantes eran en realidad unos subversivos, los parlamentarios oficialistas lo aplaudieron de pie.
Pero las denuncias en todo el mundo no se callaron.
            Una vez más, fueron los periodistas, los fotógrafos, los camarógrafos, los corresponsales los que lograron las imágenes que quedaron para la triste historia de la Masacre de Tlatelolco.
            Como había sucedido en el Siglo XVI, el olor de la sangre manchaba el aire; así lo resumió un poeta náhuatl.


ÉDEN EN EL ALTIPLANO O EL MUNDO FEMENINO PERDIDO

            “De la historia, desde adentro, de los judeo conversos: los así llamados marranos, está casi todo, todavía, por escribirse, tanto en España como en América. Una explicación de este silencio es, probablemente, que ellos, en Occidente, encarnan el principio contradictorio: ser judíos y católicos, al mismo tiempo”.
            Este primer párrafo en la contratapa de “Edén en el altiplano” (2016) de Todros Halevi fue lo primero que atrajo mi compra en la última Feria del Libro de La Paz. En las siguientes líneas se adelanta que el autor inaugura el género al contar desde adentro la historia familiar de unos marranos sefardíes y se presenta como judeo-católico y también animista. Para complejizar aún más su enfoque, el escenario es un ayllu- hacienda del altiplano húmedo que bordea al Lago Titicaca entre Perú y Bolivia.
            Hace tiempo que busco narrativa sobre los sefardíes en Sudamérica, en Bolivia, particularmente en Santa Cruz, en la Chiquitanía y en Portachuelo donde llegó mi más remoto tronco familiar hace 500 años. El gran estudioso Francisco Roig ha logrado desentrañar la genealogía de los Arias, sefardíes del sur español y con ilustres nombres en la historia de la colonización después de los cruentos años de la conquista.
            Mi bisabuela Fructuosa Arias, joven viuda de un sirio, dio a luz a mi abuela Dora de su relación con uno de esos alemanes aventureros atraídos por el auge de la goma amazónica, Otto Kaufmann. Los Kaufmann más tarde se emparentaron con portugueses, con nazis y con judíos que ayudaron a combatirlos. El caleidoscopio de etnias, religiones y geografías que me permiten sentirme ciudadana del mundo.
            Desde niña escuché hablar, casi en susurros, sobre los sefardíes y en más de una ocasión se comparaba el rostro de alguno de los muchachos o de las chicas con algún  recuerdo borroso de esa herencia.
            En mis distintos viajes  he intentado indagar sobre ellos o conocer cómo son ahora en países donde emigraron cuando fueron expulsados por los Reyes Católicos desde España en 1492 y mantienen todavía comunidades. Por ejemplo, en Turquía viven varios miles y muchos han podido recobrar la nacionalidad española (por tanto de la Unión Europea) por un convenio que rige desde los años ochenta del pasado siglo.
            Casi ya nadie habla ladino y las vestimentas se han modernizado, pero quedan los rasgos hermosos, los negros y largos cabellos entre las mujeres, las ceremonias religiosas, los apellidos relacionados con comarcas hispanas y el mundo femenino. No olvidemos que la cultura del Sefarad se nutre también con grupos judíos de Persia, de Armenia, de la India y en El-Andaluz apreciaron la tolerancia y amistad islámica. El imperio otomano les dio cobijo cuando en Europa los perseguían.
            Muchos de sus tejidos, de sus obras de arte y de artesanía, de su arquitectura, de su pensamiento puede ser confundido con las otras grandes culturas orientales porque mantienen esos rasgos, igual que su poesía y la música que prefieren.
            El libro de Halevi me trajo la oportunidad de conocer más sobre los rasgos cotidianos en una familia sefardita entre Puno y Copacabana, aunque aparentemente vivía aislada. Ni en Perú ni en Bolivia se destaca esa comunidad como una de las más numerosas, como sucede, por ejemplo, en Argentina.
            Asombrada, a medida que avanzaba en la lectura me di cuenta que el nombre del autor escondía a un conocido científico social radicado en Bolivia hace décadas y que hábilmente logra novelar su autobiografía, que es a la vez reflejo de una generación, la que nació después de la Segunda Guerra Mundial.
            El lenguaje es pesado y faltó una más cuidadosa corrección de estilo; las frases y los párrafos son demasiado largos. Aun así es una lectura cautivante y aparentemente es el primer tomo de una serie que publicará la flamante “Ediciones En un lugar de la Mâcha” (escrito en versión antigua, sic).
            La narración se inicia cuando el hijo/autor presencia las últimas horas de la matriarca de la familia que vivió en Posoconi, su madre, “esa fiera y entrañable guerrera de la vida”. Mientras la contempla agonizante, alcanza a preguntarle sobre algunas imágenes de la infancia en la hacienda Waita, y brotan las primeras nostalgias y la urgencia de escribir.
            Ahí vivió la familia los años más intensos que son descritos en más de 200 páginas con cuidadoso detalle por el autor. La madre jovencita en su bicicleta y él bebé sentado en un cestillo de mimbre, los paseos, los intercambios desde el original mundo urbano con el mundo rural aymara, las amistades entre la patrona y las empleadas, el rol de la niñera, las parteras, las tejedoras.
            El autor, futuro investigador del mundo aymara, de la visión del mundo originario y de las relaciones sociales en los ayllus andinos, describe diferentes momentos en la hacienda donde los antiguos saberes precolombinos encuentran las soluciones a los desastres naturales como la helada o la sequía.
            El mundo se afuera se relaciona más con su padre sefardita y los amigos de origen europeo, judíos.
            En cambio, en la casa es la tradición andina la que sobresale. Con una sensibilidad exquisita, el autor /niño reproduce las sensaciones en sus primeros años de vida cuando contemplaba a las mujeres de la casa intercambiar conocimientos mientras tejían. Tejidos que tenían un sentido más profundo que sólo la utilidad o el abrigo, por los colores, los tintes, las formas de enhebrar y de combinar la urdimbre.
            En la cocina es la mujer la que define qué y cuánto come la familia y cada estación es un ritual, desde la leche ordeñada al amanecer, calentada, servida, compartida, el horneado de los panecillos, las meriendas, las recetas, los avíos para los viajes a la gran ciudad.
            Ese reinado que ya no existe, que las modernidades y feminismos fundamentalistas han desterrado. Seguramente nuestros nietos ya no conocerán ese ambiente que nosotros aún gozamos, sobre todo al atardecer. El olor del arroz recién graneado, las tortillas y frituras, los caldillos. Un reinado que en el Mediterráneo combinó con el misticismo y la comunión, el ágape.
            El fogón donde además las mujeres trasmitían conocimientos, tradiciones, cultura, cuentos de aparecidos y leyendas antiguas. Ahora las mujeres ya no son las protagonistas en esos espacios.
            Otro lugar femenino ya perdido, que Todros describe con ternura, es el de las mujeres reunidas para esperar y ayudar en un nuevo parto en la comunidad, una más sabia y experimentada, otra que trae el agua, la que consuela a la parturienta, la que mantiene la calma y ese amplio sentimiento de misterio cuando una persona da el primer alarido al llegar a este planeta.
            El padre le enseña a enfrentar viajes y peligros, animales y paisajes, la madre es la presencia. Madre que cura las heridas en la rodilla y alivia las primeras heridas del alma, los muchos miedos. Es la que promueve la vida y, al mismo tiempo, la que más se empeña en alejar la idea de la muerte entre los niños con oraciones y plegarias compartidas desde el lejano Sefarad y recitadas entre ruegos a la Pachamama y al trueno del altiplano sudamericano.
            Le editorial anuncia nuevos tomos sobre los marranos y los sefardíes en estos lados. Al mismo tiempo, la obra invita a que otros de los muchos herederos de las familias judeo católicas bolivianas escriban sus experiencias.

            

viernes, 2 de febrero de 2018

EL PUCHO DE PERCY


            En los últimos festejos del aniversario cívico cruceño, el alcalde Percy Fernández aparecía en la prensa local con un cigarrillo a medio consumir en su mano. ¿Puede una autoridad fumar en un recinto público, de acuerdo a la normativa vigente en Bolivia? Hace muchos años que la frase tanguera “fumando espero” o “fumar es un placer” ya no se aplica en diferentes espacios en este país y en todo el mundo.
            Pensé que era un error y que se habría aclarado en los niveles correspondientes o quizá a través de una llamada de atención. Sin embargo, en medio de la bochornosa sesión de insultos contra los gremiales, vi otra vez una imagen del mismo alcalde con la misma mano fumando un pucho.
            Mientras la ministra Ariana Campero Nava recibe loas de los militantes del Movimiento al Socialismo, MAS, no se percata que la actual normativa contra el consumo de tabaco no se cumple en el Estado Plurinacional. Campero es tan pasiva en este tema como en los otros.
            Los intentos para regular el consumo de cigarrillos y su publicidad llevan décadas y en Bolivia desde los años ochenta se emitieron leyes y decretos específicos. En 2005, el país adhirió al Convenio Marco para el Control del Tabaco, firmándolo en 2004 y luego con la Ley 3029 de 22 de abril de 2005.
Dos años más tarde, el Presidente Evo Morales firmó el DS 29376 para reglamentarla. Ahí se señala que: “el fumar y el humo de los productos del tabaco son una grave amenaza para la salud de los individuos no fumadores expuestos a este humo (…). “Se prohíbe fumar en dependencias de toda Institución pública”.
En mayo del año pasado, la responsable departamental en Santa Cruz en aplicar las campañas antitabaco, Iracema Justiniano, se lamentaba del poco cumplimiento de la norma y que las instituciones públicas y privadas no colocan el cartel de “prohibido fumar”. A nivel local, debería ser el Gobierno municipal el principal responsable, pero qué sucede si su principal autoridad fuma y fuma.
            Entre las sanciones se establece que “en caso de servidores públicos, las infracciones al presente Reglamento implicarán responsabilidad administrativa, de acuerdo a la Ley N° 1178 de 20 de julio de 1990, de Administración y Control Gubernamentales”. En 2009, cuando se difundía este Reglamento, el entonces Ministro de Salud, Ramiro Tapia, declaró que se podría considerar la exoneración de su cargo a los infractores.
            Un famoso fumador, con las fotos más icónicas de su carrera política unido a un puro, Fidel Castro, se abstuvo de fumar en público- aparentemente también en privado- para unirse a la campaña mundial; un gesto noble porque Cuba exporta los mejores puros- habanos- del mundo.
            En el otro extremo, Barak Obama, anunció antes de asumir la Presidencia de Estados Unidos que dejaba el cigarrillo para cumplir con el compromiso de su país con la Organización Mundial de la Salud.
            En Bolivia, ni el presidente ni el vicepresidente cumplen la constitución que juraron respetar, ni el alcalde de la mayor ciudad da ejemplo para un tema de salud pública y cada vez menos ciudadanos cumplen las reglas de convivencia.