Este domingo 17 de agosto de 2025, Año del Bicentenario del Acta de la Independencia de la República de Bolivia, los habilitados para emitir su voto dentro y fuera del territorio nacional tendrán la oportunidad de participar en una de las más grandes pruebas del estado de la democracia.
La
historia de los sufragios en Bolivia tiene más sombras que luces.
A
lo largo del siglo XIX hubo pocos procesos electorales. Las mujeres, los
analfabetos y las personas sin renta no tenían derecho a votar. Por lo menos
formalmente, pues en alguna ocasión algún caudillo, aprovechando sus
privilegios, gestionaba votos de analfabetos. Recién a mediados del siglo XX
fue aprobado el voto femenino para las mujeres que sabían leer y escribir,
después de diversas movilizaciones de las sufragistas. Ellas votaron en las
elecciones municipales de 1947 y además participaron activamente en los
flamantes partidos políticos post Guerra del Chaco.
Esto
significó que, durante más de una centuria, un puñado de bolivianos, casi todos
urbanos y con buenos ingresos, definió la presidencia, vicepresidencia (s), senadurías
y diputaciones que gobernaron al país.
Por
una parte, se repite la narrativa de la importancia del voto universal ejercido
desde las elecciones de 1956 (D.S. 3128 de 1952); pero se omite completar esa
experiencia con la trampa que manejó el Movimiento Nacionalista Revolucionario
(MNR). En 1956, en 1960, en 1964, las elecciones generales no fueron
transparentes. El MNR acarreaba a las masas más empobrecidas y analfabetas para
el voto a su favor sin permitir la presencia de la oposición en los centros
rurales, mineros. En las ciudades, los votantes no encontraban las papeletas diferentes
a la rosada.
En
los recintos se destruyeron los votos celestes de Falange Socialista Boliviana;
eran escasos, pero aún así no se los contaba. Es conocida la anécdota de
Alfonso Prudencio, “Paulovich”, porque en la mesa donde votó como candidato a
diputado no apareció ninguna papeleta a su favor. Con su famosa picardía, comentaba
que podía dudar del voto de su esposa, pero no del voto que él mismo había
depositado en la urna.
Después
del doble sexenio (1952-1964), en los años sesenta y setenta hubo más gobiernos
de facto que elegidos por la población. Las elecciones de 1966 se realizaron
bajo la presión de los militares, René Barrientos y Alfredo Ovando,
proscribiendo al MNR.
En
1978, Hugo Banzer convocó a elecciones con presos políticos y exiliados. La
masiva huelga de hambre iniciada por mujeres mineras con el respaldo de la
Iglesia Católica y otras iglesias logró que el dictador ceda para que
participen todos los partidos y líderes.
Sin
embargo, el candidato oficialista, otro militar, Juan Pereda Asbún organizó un
burdo fraude con su papeleta de color verde, que no prosperó por el control social
espontáneo, especialmente de los campesinos en el altiplano y los periodistas.
Enojado dio un golpe de estado.
Los
siguientes comicios, en 1979 y 1980 no culminaron con la presidencia del
ganador hasta la victoria de la movilización ciudadana en octubre de 1982.
Se
suele decir que en esa fecha “los bolivianos recuperaron la democracia”, algo
que no es exacto. Los datos duros muestran que recién desde esa fecha hasta
diciembre de 2005 hubo el ejercicio democrático libre y a lo ancho y largo de
todo el país, con votos de bolivianos en el exterior. En 1985 se dieron las
elecciones municipales después de varios lustros.
Sin
embargo, también hubo sombras en los procesos de esa década. Recién en los
noventa cuando el presidente Jaime Paz Zamora y el vicepresidente Luis Ossio
Sanjinés apostaron por una Corte Electoral de notables independientes. Huáscar
Cajías Kaufmann lideró los procesos electorales más impecables de la historia
boliviana y logró que las reglas del juego se cumplieran a pesar de las
presiones de los grupos no democráticos.
Hasta
2008 las máximas autoridades electorales continuaron esa tendencia de mantener
la confianza en el árbitro. La CNE -posteriormente Órgano Electoral
Plurinacional- fue sutilmente intervenida con la presidencia de José Luis
Exeni, un defensor abierto del “proceso de cambio” (Movimiento al Socialismo). Instrumentos
de capacitación pasaron a manos de militantes masistas con antecedentes no
democráticos.
La
desinstitucionalización de los tribunales electorales hasta su descomposición
en 2016-2019 provocó la amplia desconfianza en sus decisiones. Su mal
comportamiento provocó la más grande movilización ciudadana de la historia
boliviana que sacó del poder al MAS y que estuvo a poco de culminar en la
guerra civil alentada por Álvaro y Raúl García Linera, Juan Ramón Quintana y la
presencia de la narcoguerrilla extranjera.
En
2020 fue recuperada la meritocracia, sin lograr recuperar al mismo tiempo la
garantía de la transparencia. Sin embargo, la victoria de Luis Arce Catacora fue
incuestionable a pesar del voto controlado en áreas rurales y del cerco de
activistas internacionales en la frontera sur dispuestos a provocar incidentes
si no ganaba el MAS.
En
este lustro, esfuerzos personales han recuperado la institución, sobre todo a
nivel departamental. Aún quedan resabios de militancia disimulada y de
peligroso protagonismo como el caso del tribuno Tahuichi Quispe Quispe. La
presencia de observadores de organizaciones internacionales claramente
identificadas ayudará al control.
Es
vital que los propios partidos con antecedentes democráticos respeten la
victoria del rival. Ojalá se supere la guerra sucia que alientan algunas
candidaturas, inclusive contra el prestigio de medios de comunicación. Sus
decisiones serán tan importantes como la disciplina de todos los que
asistiremos a votar en paz.