viernes, 30 de agosto de 2024

TURISMO CIENTÍFICO CULTURAL EN TRINIDAD, BENI

 

TURISMO CIENTÍFICO CULTURAL EN TRINIDAD, BENI

LUPE CAJÍAS

Revista ECCO, Correo del Sur-Potosí

25 de agosto 2024

 

 

 

            El departamento del Beni ofrece al visitante experiencias únicas, desde las famosas pampas de Santa Rosa y otras muchas ofertas para el turismo de aventura; los festejos en las fiestas patronales -especialmente en julio y agosto-, hasta el turismo científico cultural. El turismo cultural puede combinar todo lo anterior, pero en esta ocasión nos referiremos a un componente adicional, el turismo científico.

 

EL MUSEO ICTÍCOLA

            El Museo Ictícola Dr. Jorge Estivares Justiniano depende del rectorado de la Universidad Autónoma del Beni José Ballivián. Es un resumen de la riqueza de la cuenca hidrográfica amazónica con su gran extensión y variedad de peces y de otros recursos hidrobiológicos. Esa es su riqueza principal, aunque no faltan en las 22 vitrinas ejemplares de las otras cuencas de Bolivia, la del Plata y la del Altiplano, fundamentalmente el Lago Titicaca.

            La Universidad beniana comenzó sus estudios en el área de la ictiología hace medio siglo, como reflejan varias publicaciones locales, nacionales e internacionales. La fundación del Centro de Investigación de Recursos Acuáticos (CIRA) impulsó más esas inquietudes.

            Las primeras colecciones fueron catalogadas con el respaldo del grupo científico boliviano francés ORSTON, posteriormente con voluntarios japoneses y bolivianos. La riqueza de las aguas del Mamoré, de sus afluentes en el recorrido por los llanos de Moxos y de otros ríos benianos está reflejada en 470 especies identificadas, del millar que se calcula nadan en sus aguas.

            Cada ejemplar ha sido preparado previamente por un estudio completo de taxonomía y es presentado con una ficha didáctica: orden, familia, género, especie, nombre científico, nombre común, imagen.

            En las salas también es posible conocer especies de reptiles y de anfibios de la selva y del agua. Destaca el trabajo publicado por el Luis Rolando Rivas et al sobre estas especies, específicamente de Trinidad.

            Tuvimos el privilegio de contar en nuestro recorrido de casi dos horas con la guía de la licenciada Marbely Haibara Aguilera, quien nos explicaba a cada paso las características de los diferentes peces expuestos, desde la temible piraña y sus filosos dientes, las rayas, el enorme paiche, los más conocidos como el pacú y el surubí, los legendarios como la anguila, el bagre, el dorado.

            El Museo es único en su género en Bolivia, mucho más para la curiosidad de una habitante de tierras altas, urbana y adulta mayor. No es similar a un acuario o a un centro de diversión, aunque existe un anexo con hermosos peces ornamentales de diferentes colores, extraños y singulares. Su objetivo principal es el estudio, la concientización para su preservación; es un muestrario para aprender más sobre las riquezas naturales de Bolivia.

            El Museo cuenta con su propia infraestructura dentro del campus universitario Hernán Melgar, con las condiciones climáticas y de seguridad para custodiar las colecciones que exhibe. En cada viaje por Bolivia visito museos universitarios, algunos muy desilusionantes a pesar de sus años de existencia. Este caso es distinto. Su director Ing. Federico Moreno Aulo ha trabajado intensamente. El local recibió en 2017 a 23 mil visitantes, uno de los años más fructíferos.

            Además de las cifras, en su galería de notables están los comentarios de biólogos internacionales, personal diplomático, periodistas estadounidenses de canales de viajes.

            Fue grata sorpresa comprobar que ese mismo día estuvieron en el Museo Ictícola delegaciones estudiantiles, familias, turistas nacionales y extranjeros. Es al mismo tiempo un centro de formación, de capacitación, de divulgación y didáctico para los más pequeños.

            Este turismo científico cultural es parte del circuito “Ruta de Museos” en Trinidad. Para conocer mejor esa parte del país es imprescindible recorrer el Museo Héroes del Chaco, la Casa de la Cultura y su librería, el Museo Etno-arqueológico Kenneth Lee (que abre a la misteriosa puerta de las grandes civilizaciones acuáticas de Moxos), el Museo Botánico, la Galería de Arte Juan Carlos Aguirre Muñoz y el Museo de Historia del Beni.

            Otro aporte del Museo es el aliento para introducir nuevas especies en la gastronomía local, superando los platillos tradicionales de pescados, mejorando la piscicultura departamental. El turista puede completar su visita con paseos por los restaurantes a orillas del Mamoré, en Puerto Varador, Puerto Almacén, Puerto Ballivián, Loma Suárez, Laguna Suárez.

            Navegar por los ríos permite observar especies directamente; sobre todo, disfrutar de los bufeos, los delfines de río, que Bolivia debe preservar. Es posible bañarse rodeado de ese sonido tan característico que ellos emiten al saltar sobre el agua, divisar tortugas o tucanes, o escuchar el canto de cientos de aves.

 

CENTRO DE INVESTIGACION EN BIODIVERSIDAD Y MEDIO AMBIENTE

 

            La Universidad Autónoma del Beni José Ballivián alberga al Centro de Investigación en Biodiversidad y Medio Ambiente, CIBIOMA, que depende del rectorado y cuenta con el respaldo de organizaciones internacionales.

            Está centrado especialmente en el Área protegida Municipal Ibare Mamoré (APM-IM), creada en 2011 y ubicada en el municipio de Trinidad, Provincia Cercado, a pocos minutos de la ciudad. Es una extensión de 25 ml hectáreas que mantiene el paisaje de bosques, pampas y humedales, característico de los llanos de Moxos.

            A pesar de su cercanía de la ciudad es posible divisar en su interior a jaguares, ciervos, al oso bandera, a las parabas de diferentes colores y en las aguas al bufeo, a las tortugas, a caimanes dormitando y escuchar el trino de aves libres de infinitas especies. En su interior viven cerca de diez comunidades dedicadas a labores agrícolas. Algunas ahora están incorporadas a circuitos turísticos preparando comida típica o alojando a gente que quiere conocer el bosque.

            En el local del CIBIOMA, dentro del campus universitario Hernán Melgar, el visitante conoce la geografía amazónica, específicamente la beniana, las características de los ríos con los meandros, cachuelas y recorridos.

            Los guías del CIBIOMA enseñan a reconocer las especies claves, bandera, las especies paragua (que protegen a otras), las endémicas y las amenazadas. Es sorprendente comprender cómo el país alberga a tantos animales y tanta diversidad de flora, a pesar de la destrucción sistemática de otras personas con intereses económicos, ante el poco interés (o complicidad) del Estado central.

            El bosque del APM- IM contiene árboles con maderas preciosas y ejemplares de belleza monumental como los mapajos y bibosis, y también plantas para la explotación como el cacao.

            El CIBIOMA ocupa dos pisos de un local ambientado para exposiciones botánicas y combina la presentación de ornamentación, como la serie de helechos gigantes, con las cartillas didácticas para respetar los ecosistemas. El turista debe respetar las normas para dar o no de comer a animales en sus paseos, el uso de plástico en sus pascanas con los comunarios, el tratamiento de la basura.

            Existen productos comunitarios para la venta relacionados con la medicina natural, con la cosmética de los aceites de diferentes palmas, los chocolates, las frutas y preparados como el urucú o el escabeche con los temibles ajíes “gusanito”.

            Al igual que en el caso anterior, los aprendizajes en las vitrinas del CIBIOMA pueden completarse con paseos por el río y por el monte, con apoyo de alguna agencia de viajes o contratando a pescadores.

            Los tours pueden durar media jornada, el día entero, dos días o una semana. Aunque los caminos están mejorados, aún las rutas para bajar a los puertos están llenas de baches. El turista debe tomar precauciones con el sol y con el agua.

            La nota oscura a este regalo que brinda al forastero el departamento del Beni es la sequía, acentuada por los chaqueos incontrolados. A ello se suma las latas o botellas de Coca Cola flotando por los arroyos. Esa empresa, que llega con su bebida a todo el país, podía llegar igualmente con basureros y educación ambiental.

 

 

VOLVER A LAS MINAS

 

            Puedo decir: “volver a las minas, después de vivir un siglo, es como descifrar signos sin ser sabio competente”. O también puedo decir: “ay país, país, país”. Es todo tan inmenso, tan inconmensurable; tan infinito y al mismo tiempo tan incomprensible. Al inicio del mes estaba en el Norte con su selva y ríos caudalosos. Este 28 de agosto, camino por el páramo, piso el barro ácido de la copajira. La vista se pierde en el horizonte quemado por el sol.

            Volver a las minas después de la pandemia. Volver después de tantas idas y venidas, desde la primera experiencia de llegar a la historia más profunda y dolorosa de Bolivia y la emoción de ver salir de Cancañiri a la primera punta. Esos hombres únicos que reían con las bromas típicas de los mineros, chistes sobre la vida, la muerte que se enfrenta a diario, las hembras. Esas mujeres, madres, esposas, hijas que llegaban con el avío, la sajahora o el almuerzo para que sus hombres retornen al centro de la tierra, doblen, tripliquen la jornada de ocho horas.

            Escogí la fecha para una nostalgia personal. La memoria de la Marcha por la Vida que empezó el 21 de agosto de 1986. Me uní a ella cuando miles de guardatojos llenaban Sica Sica. Dejé por primera vez a mi guagüita de ocho meses. Llegué en un bus llevando Mentisan, abarcas y chocolate. Bajó una viejita delgada y pequeña. En la plaza del pueblo abrió su botiquín, se arrodilló y limpió las ampollas de los pies de los caminantes. Esa fue la primera escena bíblica que me tocó presenciar y que días después publiqué en un intenso artículo.

            Me tocó unirme al grupo de Colquiri, que me adoptó con cariño y alegría. Al amanecer, la marcha reanudó su recorrido presidido por un hombre que cargaba una cruz, las mineras embarazadas, los niños. El compromiso era preparar el chocolate caliente, pero los militares nos apresaron junto al Padre Gustavo, al dirigente del magisterio Daniel Angulo y una muchacha que ya sentía los dolores del parto. Una historia aparte.

            Al amanecer del 28, el gobierno de Víctor Paz Estenssoro envió aviones y soldados para frenar a los mineros antes de su llegada a La Paz, que se anunciaba apoteósica. La intervención de la Iglesia Católica, de Monseñor Jorge Manrique, evitó una nueva masacre de mineros. Simón Reyes, Filemón Escóbar y otros dirigentes cargaron la dura tarea de negociar.

            El doloroso retorno en los buses de EMTA, en camiones, sobre los techos. ¡Adiós, adiós, adiós! Terminaba la centralidad minera que había articulado la historia de Bolivia a lo largo del siglo y, sobre todo, la gloriosa biografía del proletariado boliviano.

            Las siguientes visitas a San José, Huanuni, Siglo XX-Catavi, Potosí, las minas del sur, Tupiza, a lo largo de estas décadas tuvieron signos contradictorios: la crisis del estaño, el éxodo; más tarde, la conversión de los campamentos en ciudades abigarradas; el auge de los precios de los minerales con el dinero desbordando en vehículos de lujo y cantinas; los nuevos barrios con comunarios que abandonan sus tierras; las cooperativas grandes, pequeñas, diminutas, con sus rudimentarios métodos de explotación y con sus nuevos esfuerzos -una decisión reciente- de alianzas con la población civil para enfrentar la contaminación acumulada por siglos.

            Un dato de los tiempos: las antiguas palliris convertidas en socias de las cooperativas mineras. Mujeres jóvenes, madres solteras, viudas, abuelas que ahora ingresan también al interior mina, con su coca para pijchear frente al Tío, cuadrillas que incluyen perforistas. Estremece verlas con cascos, el rostro gris del hollín cotidiano, los guantes gastados; la resignación, porque conocen la fatalidad de la silicosis y también el descenso de la matriz porque cargan las bolsas de piedras brillando con zinc, plomo o estaño, igual que los varones.

            Volver a las minas y recordar el 86. ¿Qué pudo haber cambiado si los mineros ingresaban esa vez a La Paz, igual que el 52 -cuando definieron un golpe de estado en una revolución-, o el 71, o el 84? Dialogamos con los compañeros periodistas en Radio Pío XII. Siento un Déja Vu, intenso, muy intenso, de muchos episodios ahí vividos. El Padre Roberto rememora la hazaña del 80 cuando recorrió las redes de socavones entre Siglo XX y socavón Patiño en Uncía, por siete kilómetros multiplicados por cuatro, para rescatar los cadáveres de los muertos, para impedir otra masacre como el 23, el 42, el 65, el 67, el 75, el 76. ¿Quién sería ese militar que quería entrar matando a los trabajadores para obligarlos a romper la huelga contra el narco golpe de las FF.AA.?

            Félix, María, Lupe, recordamos éste o aquel momento, los nombres de los héroes proletarios, las escenas con gente anónima, los muchos muertos por bala, por accidentes en la mina, botando los pulmones a pedazos. ¿Y después qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Qué destino de Sísifo ha marcado para siempre a Bolivia?

            Recordar también las otras marchas de agosto. La que salió de San Ignacio de Moxos en 1990 consiguió sus objetivos, burlados desde el 2006. La del TIPNIS del 2011, reprimida en Chaparina por Evo Morales que se presentaba como indígena, por el que se representaba como defensor de los Derechos Humanos Sacha Llorenti, por los que se decían seguidores de Ernesto Guevara como Alfredo Rada.

            Nada Cambia. Algunas siglas, algunos nombres, algunos escenarios.

            Los mineros bolivianos siguen muriendo por las mismas causas que se llevaron temprano a sus padres, a sus abuelos, a sus bisabuelos, a sus antepasados.

 

viernes, 23 de agosto de 2024

EL GENOCIDIO SIN FRENO

 

            ¿Novedades desde Gaza? Casi ninguna. Las cifras de asesinatos en los últimos meses suman más de cuarenta mil, la mayoría niños, adolescentes y mujeres. Sin contar los miles de asesinatos desde la agudización de la represión sionista en 2014; sin contar los miles de asesinatos en las intifadas de fines del siglo pasado; sin contar los miles de asesinatos, heridas, encarcelamientos, hostigamientos desde el avasallamiento de las tierras palestinas en 1948.

            Israel es el único país en el mundo que ha logrado apresar y asesinar oficialmente a sus adversarios en cualquier lugar del mundo. Comenzó con la caza de nazis, que despertó la simpatía internacional. Luego siguió con atentados contra fedayines y continuó con una larga lista de atropellos por encima de cualquier orden mundial. En las últimas semanas, sus agentes matan a líderes árabes en territorio libanés o en territorio iraní y el resto del planeta dice: “amen”.

            Es imposible imaginar otra potencia nuclear con tanta impunidad; la Rusia de Putin se queda atrás. Ni siquiera bajo el paraguas del temible Plan Cóndor, ingresaban militares de otro país sin permiso del anfitrión para secuestrar a los enemigos. Israel ejerce el peor terrorismo de Estado, pero lo hace en una dimensión tan inconmensurable que sus crímenes ya no se cuentan, como reflexionaba Rodión Romanovich Raskolnikov en “Crimen y Castigo” respecto a los militares que matan tantas veces que ya no se afligen ni sienten inquietud en su conciencia, como sí le sucede al asesino de una vieja usurera.

            ¡Ay si alguien reclama! Las tropas judías lo amenazan inmediatamente con el discurso de odio, de motetes como “antisemita”, de acusaciones como “terrorista” y de amenazas de muerte en cualquier lugar “donde se esconda”.

            Durante años, hasta el 7 de octubre de 2023, los crímenes de Israel contra el pueblo palestino y contra otras colectividades llamaban la atención de pocos periodistas, de algunos historiadores y literatos. De vez en vez un reportaje o el informe de alguna ONG de Derechos Humanos desvelaba el horror cotidiano de vivir en la mayor prisión del mundo, con toda la familia controlada día a día, hora a hora.

            Los sistemas de Naciones Unidas cumplían roles limitados y en ningún caso fueron suficientes para desenmarañar los muros que separan a los habitantes palestinos y judíos; las cárceles llenas de adolescentes palestinos torturados y enloquecidos; la vigilancia similar a los campos de concentración de 1940 contra cualquiera que tenga piel oscura; la humillación cotidiana de los avasalladores/colonos contra los antiguos dueños palestinos de casas y terrenos.

            El actual foco noticioso en el genocidio en Gaza difunde más lo que viven familias horrorizadas, con sus viviendas destruidas, sin agua ni alimentos, sufriendo bombardeos en escuelas o en hospitales, sin posibilidad de ningún refugio. ¿Qué haría un represor judío contra otro judío que esconda a un palestino? Seguramente, nadie ni ninguna organización clandestina se arriesgaría para proteger a una Ana Frank o para emplear a perseguidos.

            Cada semana, la opinión pública universal conoce un nuevo episodio de crueldad bajo el absurdo pretexto de terminar así con una ideología, fomentada por la propia represión y por los propios organismos de inteligencia israelies. El rechazo a Benjamín Netanyahu es mundial y alcanza a distintas nacionalidades, religiones y culturas.

            El tema estará seguramente en la mesa de las elecciones en Estados Unidos, el principal país que provee las armas y el financiamiento que utiliza Israel para asesinar todos los días a niños palestinos.

            La encrucijada para Kamala Harris será una encrucijada para el futuro de la humanidad, más allá de la política doméstica y de las posibilidades de una guerra regionalizada.

            Si la principal potencia, que enarbola el respeto a los Derechos Humanos como principal estandarte de su existencia, no es capaz de frenar el genocidio en Gaza, la humanidad tiene pocas esperanzas. El mundo que dejemos a nuestros hijos será un mundo mucho más cruel del mundo que nosotros encontramos.

viernes, 16 de agosto de 2024

PEDRO RIVERO JORDÁN: LA TRAVESÍA POR LA INMENSA ESTEPA AZUL

 

            Existen seres que podrían brillar en cualquier lugar y en cualquier momento de la historia mundial. Uno de ellos es Pedro Rivero Jordán. Lo imagino dirigiendo a los copistas, reflejado en los azulejos de la inmensa Biblioteca de Alejandría. Pudo ser el cronista de la expedición de Hernando de Magallanes cruzando los mares embravecidos. No le faltaría coraje para reemplazar al Tambor Vargas bajo el límpido cielo de las gestas libertarias americanas. Tendría oportunidad de ser el pianista en un salón vienés con su afición musical o el secretario del Barón Pierre de Coubertin cuando preparaba las primeras olimpiadas modernas porque siempre amó las prácticas deportivas y el lema: “citius, altius, fortius”: “más rápido, más alto, más fuerte”.

Entre sus antepasados estarán arcabuceros, mosqueteros o rifleros, pero él nunca tomó un arma mortífera pues de todas sus reencarnaciones heredó la saeta más certera: la palabra, el verbo, la oración, ese sonido que separa a los seres humanos de los otros mamíferos.

En este nuevo libro con sus memorias une a su voz el coraje de la memoria. Como decía el periodista chileno Augusto Góngora hay que ser valiente para recordar. En el mundo de lo descartable, el culto a la diosa Mnemosine está arrinconado. Mirar el pasado puede ser peligroso; reinterpretar los hechos, las decisiones, los escritos desde el presente no es una tarea sencilla.

La mayoría prefiere el silencio, el escondite; no exponerse.

En cambio, Pedro Rivero Jordán (Santa Cruz de la Sierra, 1954) retoma a la madre de las nueve musas de las ciencias y de las artes para construir un texto que recrea nostalgias, alegrías y temores.

“Periodismo: pasión, ética y compromiso” es una urdimbre que teje los hilos de la historia personal (familiar), el recorrido del principal matutino cruceño (El Deber) con la historia cruceña en los últimos cincuenta años dentro de la historia nacional y regional.

La memoria, como alguna vez lo apunté, es una deidad fundamental porque en ella se re-conocen las personas y las colectividades. Sin pasado no hay presente. La memoria organiza el tiempo; en este caso el tiempo narrativo como el hilo conductor que escoge Rivero Jordán para contar los acontecimientos.

El periodista, a diferencia del historiador que investiga hechos que conoce por documentos o restos arqueológicos, o del literato que los inventa, es un testigo de su época. Por ello, los amantes de este oficio se sienten privilegiados. Una vez les toca cubrir un desfile, otras veces un partido de fútbol, tantas veces una crisis política, ocasionalmente la llegada de un Papa. El periodista, bien describe Pedrito, no cumple horario de ocho horas, no tiene sábado de noche o domingo de mañana, ni feriado, ni siquiera vacaciones; menos ahora cuando un aviso en su celular lo convoca a cualquier urgencia.

La ventaja de Rivero Jordán es que es un periodista “hecho a machete” como él mismo se define, que vivió y creció con el olor a tinta y a plomo fundido de las imprentas en un espacio territorial que se transformaba rápidamente.

Como pocos, ejerció todas las funciones en un periódico moderno: reportero, fotógrafo, redactor, editor, director, maestro; y conoció la prensa con linotipos, la impresión offset, el teletipo, la computadora, el internet, la radio, los multimedia. Con una gran ventaja: fue canillita, similar a esos grandes chefs que saben qué quieren los comensales porque comenzaron lavando vajillas.

Una hermosa foto que atesoraba su padre, el gran Pedro Rivero Mercado (1931-2016), retrataba a los chiquillos típicos de un clima tropical voceando El Deber por las calles del casco histórico de Santa Cruz de la Sierra.

Cuando conocí a Pedro Rivero Jordán ya era un periodista consagrado, un viajero por Bolivia y por el mundo. Sin embargo, abrió la puerta de su elegante despacho con sencillez y me acercó un café batido que trajo una muchacha con tanta hospitalidad que me confirmó que Pedrito no solamente era un buen periodista; era una buena persona.

En un ensayo, escribí la diferencia de esta familia cruceña dedicada al periodismo con otros empresarios que invertían en medios como en cualquier otra empresa con el principal objetivo del lucro. Un colega académico comentó que esa no era una categoría científica.

“No, no es una categoría científica -le respondí- es una categoría humana.”

Grata fue mi sorpresa al comprobar que los grandes del periodismo de calidad defienden la misma idea. No es posible ser un buen reportero sin ser al mismo tiempo un buen tipo. Como decía el padre de la crónica moderna, el poeta, periodista y patriota cubano José Martí: “En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza temible contra los que les roban a los pueblos su libertad, qué es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana.”

El Deber, fundado por Lucas Saucedo Revilla, enfrentó desde sus inicios al poder violento. Fue asaltado en 1959 por defender los derechos del pueblo cruceño. Pedro Rivero Mercado, abogado y escritor, con la experiencia del periódico El Progreso y del Diario del Oriente compró el matutino en 1965, sin imaginar que esa adquisición coincidía con el contexto más auspicioso para su ciudad natal.

El Deber se convirtió en el espejo cotidiano de una aldea que dejaba la niñez para enfrentar el crecimiento acelerado -muchas veces desordenado-, desbordada por las migraciones que llegaban en barco, en avión o en camión.

Los habitantes de Santa Cruz de la Sierra, de las provincias y muy pronto de todas las tierras bajas de Bolivia adoptaron al periódico como a su propia voz. Desde una esquina marginal, El Deber adquirió el rostro del pujante desarrollo en la región.

Hace aproximadamente cuarenta años, como periodista y como investigadora de los medios de comunicación, me convencí de que era imprescindible comprar todos los días El Deber que llegaba a media mañana a la sede de gobierno. El periódico era una respuesta a mi reclamo permanente: la nación no termina en la Plaza Murillo; si los periodistas bolivianos no observan lo que sucede más allá de las montañas, sus relatos serán siempre cojos, mancos y tuertos.

Así me aproxime en cada viaje a la capital oriental a la redacción del periódico que en pocos lustros se convirtió en el más importante del país. Era mirar a Bolivia desde la región a través de múltiples suplementos. Le tocó a Pedro Rivero Jordán desarrollar las iniciativas más arriesgadas y mantener al matutino, tanto en la técnica como en los contenidos, al ritmo de los grandes periódicos de Sudamérica y del mundo, tarea compleja porque es en el área de los medios de información donde la avalancha de las nuevas tecnologías se siente con mayor explosión.

Pedrito tuvo el coraje de mantener el estandarte en medio de las muchas tormentas, tal como relata en este pulcro texto, como atestiguan los reporteros de El Deber y la credibilidad que goza en todos los sectores sociales.

El hijo continuó la línea del padre para imprimir páginas que mantuvieran artículos sin estridencias y que se abran a todas las voces. Es ese el principal logro de El Deber. En la portada, en la sección de deportes, en sociales, en el suplemento económico, en la revista cultural aparecían los cruceños de pura cepa, los llegados a mitad del siglo XX, los recién arribados, los que hablaban diferente, los que bailaban caporales, los que comían quesillo, los que masticaban coca, los que festejaban a la reina del carnaval o los que coronaban a la hermosa de la villa.

El Deber no necesitó leyes o presiones para ser un medio de lucha contra toda forma de racismo, de discriminación, de fobias. Por las manos de Pedrito pasaban las principales decisiones cotidianas del día a día, las más difíciles como sabe todo trabajador de un medio que debe imprimirse con urgencia porque la noticia es una mercadería que dura menos de 24 horas (cada vez menos).

Asumía las tareas de definir las principales notas que se cubrirían en la semana, en los suplementos y, sobre todo, en el día. Los enfrentamientos de la prensa con el poder tienen nombre y apellido, rostros y familias preocupadas. A veces, el lector se queda con el lugar común: “los periodistas defienden la libertad de prensa”, sin imaginar el alcance de ese compromiso.

Pedro, junto con sus hermanos, pasó los incontables peligros que supone el principio: “buscar la verdad”. Primero fueron las dictaduras militares, después las presiones económicas, los enojos del poder local, alcaldes, prefectos/ gobernadores, concejales, diputados, senadores, ministros, presidentes.

De ese baúl del rostro feo del oficio del periodista, dos momentos fueron especialmente duros para el responsable de los contenidos del matutino. Uno, temible, fue el combate contra las logias aferradas a instituciones, otrora impecables y posteriormente corrompidas. El otro fue el largo cruce con las fuerzas del Movimiento al Socialismo, dentro y fuera del gobierno.

El propio Pedro relató en un texto los detalles de la batalla contra los encapuchados. Fue una larga guerra sucia, de algunos episodios fui testigo como tantos otros colegas, mientras otros medios cumplían el triste rol de aceptar dinero a cambio de servir consciente o inconscientemente a esos poderes facticos medievales.

La reacción de los lectores fue increíble. La defensa de El Deber fue colectiva, anónima y espontánea. Celebré como muchos la victoria de la familia Rivero, de la redacción del matutino y de la prensa comprometida con el bien común por encima de los intereses de grupos.

En el enfrentamiento contra el MAS y criticando al propio dirigente cocalero Evo Morales y a su cercano círculo, las heroicas decisiones de Pedro quedarán en la historia del periodismo boliviano. Dio la cara, hizo huelga de hambre, puso su firma en los artículos, dijo las palabras que cabían. Es importante notar que tuvo el valor de escribir desde los primeros años de ese régimen, cuando aún era inmensamente popular, muy fuerte y temible. Un control capaz de ajusticiar a sus adversarios en más de un episodio, particularmente en el Hotel Las Américas.

Los directivos del periódico respaldaron las investigaciones de los reporteros con las denuncias del creciente dominio del narcotráfico, las mafias y la lenta captura del Estado, de las instituciones y de las fuerzas supuestamente asignadas para combatir el crimen organizado. Del otro lado, el periódico debe resistir los ataques de los vándalos disfrazados de pobres o de movimientos sociales.

Pedro asumió además la representación de todos los periodistas bolivianos hostigados y acosados, tanto como dirigente en las asociaciones locales, nacionales como también dentro de la Sociedad Interamericana de la Prensa (SIP). El principio de respetar y hacer respetar al reportero lo llevó tan lejos como renunciar a su alto puesto en la SIP en solidaridad con el trabajador de prensa humillado en territorio vecino Al mismo tiempo pergaminos y estatuillas de distintas entidades premian esa honestidad en sus vitrinas personales.

Pedro Rivero Jordán ha cumplido medio siglo de trabajo en El Deber. No repetiré lo que él cuenta con detalle, pero sí cabe resaltar que, como decíamos al inicio, logró todo, en las principales áreas de un periódico. Después fue el motor incansable en los programas de El Deber Radio más sintonizados. También capitaneó los intentos por ampliar alianzas con otros periódicos y crear voceros en las provincias.

Algo que él no cuenta, pero que es necesario subrayar es el esfuerzo que puso para consolidar la hemeroteca de El Deber, un orgullo especial, porque en el país faltan los archivos institucionales. En un conversatorio con periodistas internacionales en La Paz se ponían ejemplos de la importancia de tener esa memoria documentada para el periodismo de investigación, para la búsqueda más exigente de la verdad y para los estudios de historiadores e investigadores sociales.

Además, Pedrito participa en diferentes clubes de su ciudad y de Bolivia, sociales, culturales, deportivos; destaca el Club de Willys Santa Cruz con cuyos integrantes recorre los caminos de la patria para contar más sobre las orillas más lejanas de Bolivia.

En los últimos años, con el impulso del doctor Carlos Dabdoub, Pedro asumió un inmenso reto: formar periodistas dentro de la Universidad Franz Tamayo. Con un equipo de notables catedráticos, Rivero asumió la tarea de crear nuevos talentos, quienes seguramente utilizarán sofisticadas herramientas del futuro, pero mantendrán ante todo la calidad del lenguaje y el principio de ser buenas personas para ser buenos reporteros.

Ese esfuerzo se encadena con la iniciativa única que alentó El Deber en el país para premiar a los mejores cronistas del país. Adicionalmente al cheque y a la publicación en suplemento especial, las crónicas han permito a sus autores dar un salto a lides en otros medios muy competitivos, fuera de Bolivia.

En mi libreta de apuntes tengo muchas anécdotas sobre Pedro. En todos estos años he escrito en la prensa y en libros el significado de El Deber y de la familia Rivero para la historia del periodismo latinoamericano. Siempre me quedo corta.

Los pliegos nunca alcanzarán para contar la vida de un escribano alejandrino, un cronista andaluz, un periodista cruceño como Pedro Rivero Jordán, el hombre apasionado y al mismo tiempo sereno que en cualquier escenario tendrá brillo propio.

Me quedó con sus propias palabras: la guía de su vida fue el compromiso con la verdad; el ejercicio responsable de la independencia en todo lo que no afecte a la colectividad; y el apego a la ética, como el faro que consagra el bien más preciado de un medio de comunicación y de un periodista: la credibilidad.

 

LUPE CAJÍAS

LA PAZ, MONTÍCULO, FEBRERO 2024

 

 

 


miércoles, 14 de agosto de 2024

EL NORTE ES NUESTRO NORTE

 

            Una semana para disfrutar al mejor país que nos heredaron nuestros antepasados: los originarios de estas tierras de páramos y de selvas; los que llegaron en carabelas; los que llegaron en barcos, trenes, multas y carretones y hasta en camiones; los que llegaron huyendo y los que llegaron amando. El departamento del Beni es un reflejo de todo ello, único y a la vez resumen de esta patria que llamamos Bolivia.

            El 6 de agosto de 1842, según recordaba la página histórica de “Sache Mojos”, el presidente José Ballivián, declaró mediante decreto la independencia de la Provincia Moxos del Departamento de Santa Cruz; hecho festejado cuando la noticia llegó dos meses más tarde. Los benianos tienen su propia identidad. Ocupan un privilegiado lugar geográfico relacionado directamente con Pando, La Paz, Cochabamba y Santa Cruz. Es el espacio con mayores ciudades intermedias y desarrollos diversificados.

            Decidí vencer bloqueos y el cada vez peor servicio de BOA para compartir otra vez la Ichapekene, la fiesta grande de San Ignacio de Moxos. Primera estación, Trinidad, que casi siempre visité como periodista, esta vez como turista.  

            Mi guía fue Hugo Padilla Monrroy, uno de esos personajes míticos que dedica su vida a mejorar la calidad de vida de sus coterráneos. Cuenta la historia de la catedral y sus características arquitectónicas. Visitamos el Museo Ictícola de la Universidad Autónoma del Beni y el centro CIBIOMA, con características singulares, únicas en el país. Marbely Haibara A. es la autora del texto sobre especies de los ríos benianos y su relación con el nuevo turismo ecológico. De sus aportes me ocuparé en otro artículo.

            Padilla organizó en la Casa de la Cultura conferencias para profundizar sobre los orígenes del Beni y sus culturas precolombinas. Compartimos con miembros de “Pueblo de Leyenda” y de otros movimientos culturales dedicados a investigar y difundir la esencia beniana. Autores como Edwin Bause, Erlan Vargas, Walter Zabala, Mauricio Paz Barbery publican obras que consolidan el imaginario beniano.

            Existen varias ofertas para recorrer las rutas del bufeo y pasear por los ríos Ibaré y Mamoré por horas, días o semanas. Aunque la sequía afecta los colores del monte, es el paisaje que todos los bolivianos deberíamos defender; es el último tesoro que queda.

            San Ignacio es la Bolivia profunda que nos consuela de los otros males. La Escuela de Música de San Ignacio y su precioso fruto, el Ensamble de Moxos, es encontrar diamantes en medio de la selva. Son casi dos décadas desde que escuché sus primeros conciertos y cada vez es una emoción particular. La maestra Raquel Maldonado lleva en su sangre la memoria del pueblo potosino tan musical en su día a día y de la familia materna aficionada a las notas. Son sus ancestros los que le dan la fuerza para vencer tantos obstáculos que enfrentan los gestores culturales. Una belleza aplaudida por públicos selectos y públicos sencillos en más de veinte giras mundiales.

            Raquel y Antonio Puerta no solamente unen Europa y América a través de las partituras misionales de la época colonial, sino que han creado un ambiente internacionalista. Esos días compartían clases músicos de España, Colombia, Estados Unidos, Japón, Alemania. Su Posada abre las puertas a visitantes cruceños, paceños, potosinos, sucrenses. Inolvidables tertulias reposando en hamacas en el atardecer tropical.

            El plato fuerte fueron los largos días de la Ichapekene, desde los preparativos para coser los vestidos de raso bordados de cintas rosadas, celestes o amarillas, las máscaras, los tocados de plumas de los macheteros, los instrumentos, las vísperas/velorios y las procesiones. Es lo más auténtico de la interculturalidad nacional. Año tras año mantiene las tradiciones y los numerosos rituales que encabeza el Cabildo indigenal para el santo patrono San Ignacio de Loyola y también para Santiago. El jocheo de toros, el palo encebado, las cabalgatas, la feria ganadera, los paseos por la laguna, completan las jornadas. Cada una con su especificidad.

            El Museo local es un esfuerzo civil y religioso para contar en profundidad la historia de esa misión en plena selva, el encuentro con los indígenas, las expresiones culturales y religiosas, la defensa de la Loma Santa, las marchas contemporáneas en defensa de su territorio. Falta tiempo para contemplar los muchos objetos recuperados.

            También en San Ignacio se movilizan poetas como el profesor Eduardo “Chichi” Velasco, el equipo municipal del sector cultural y organizaciones no gubernamentales para rescatar el pasado de un espacio que puede contar la historia de nuestros ancestros más remotos.

            El movimiento de académicos, escritores, historiadores, periodistas benianos por dar a conocer al país sus expresiones culturales llegó también a la Feria del Libro de La Paz gracias a personas como Carlos Ostermann y María Pilar Gamarra. El Ensamble de Moxos tocó para un público infantil y para adultos, entre ellos qaraqaras que escuchaban asombrados.

            Una de las salas de la Feria lleva el nombre del gran historiador movima José Luis Roca. Un extenso programa alentado por la Casa de las Culturas de Riberalta presentó conferencias diarias sobre la realidad beniana: territorio, fronteras, luchas, Cachuela Esperanza.

            Desde el Beni, el último bosque, se construye un proyecto con visión nacional.

            Gracias a todos los que trabajan por esta patria. Personal felicidad porque en mis venas corre la sangre del beniano Antonio Rodríguez, el bisabuelo que me acompaña.

           

 

EL OLIMPISMO HUNDE AL RACISMO Y A LA XENOFOBIA

 

            Millones de seres humanos a lo largo y ancho del planeta observaron, aplaudieron y muchos festejaron (sobre todo en los países más pequeños) las victorias de sus atletas en diferentes escenarios franceses, mayormente parisinos. Las Olimpiadas son la mejor cita mundial para entender que es posible que los hombres vuelvan a ser hermanos, como soñaron Friedrich Schiller y Ludwig van Beethoven hace más de dos siglos.

            La idea griega se hunde en la mitología, aunque se sabe de la participación de personajes históricos como Alejandro Magno en la carrera de caballos y se conocen los escenarios y varias de las pruebas. Fue modernizada por el barón Pierre de Coubertin que la gestó en 1894 en la Universidad de la Sorbona, justamente en París. El cuerpo como complemento de la mente y de las emociones. Las competencias crecieron, giraron por continentes, casi siempre con el espíritu de la fraternidad, de la amistad, de la necesidad de “cambiar el tono” de la miseria cotidiana.

            En 1936, hay que reiterar, Adolf Hitler imaginó una demostración mundial de la superioridad de la raza aria sobre los otros colores de tez, los ojos claros sobre los oscuros, el cabello lizo sobre el rizado, las piernas germanas sobre las gitanas. No esperaba la sorpresa que Estados Unidos le tenía preparada, a pesar de sus propias leyes segregacionistas.

            Jesse Owens, el afroamericano, fue el más veloz en la carrera más esperada, saltó, participó en las postas. Sus zancadas precisas dejaron muy atrás a los demás. Además, consolidó la amistad y la alegría con otros atletas rubios, europeos. Su historia fue una gran inspiración para los XXVII Juegos Olímpicos en Sidney en el 2000, al inicio del nuevo siglo. Australia puso especial énfasis en unas competencias bajo el imaginario de la camaradería.

            Wilma Rudolph era la hija número 20 de una familia pobre, negra y con escaso acceso a la salud, reservada en 1940 para los blancos de Clarcksville. Nació con apenas dos kilos, padeció muchas enfermedades y a los cuatro años contrajo el virus de la polio. Creció con un aparato ortopédico. Más tarde venció a la escarlatina. Con un don especial, decidió jugar baloncesto escolar. Fue en una cancha donde un entrenador vislumbró sus posibilidades. “La gacela negra” cosechó legendarias victorias en las carreras de 100, 200 y postas en sucesivas olimpiadas. Su historia es fantástica.

            En los años 70, comenzó la participación creciente de atletas morenos de países africanos que también se convirtieron en héroes. Biografías de carteros, de hombres y mujeres que corrían descalzos entre las aldeas, de escasos recursos, pero con una gran potencia para imponerse en diferentes competencias atléticas.

Cuba encabezó varias veces la lista más avanzada de los medallistas latinoamericanos. En 2024 quedó evidente el declive de su representación oficial con la hambruna en la isla. En cambio, varios afrocubanos representaron a otros países adoptivos conquistando el podio principal. El caso emblemático fue el de los tres nacidos en Cuba conquistando medallas para países europeos.

Los corredores de Jamaica parecían inalcanzables. Santa Lucía, Barbados y otras islas caribeñas mostraron que su gente tiene dones naturales para vencer. La historia de la etíope Sifan Hassan que se coronó con la prueba más emblemática de las justas olímpicas, la maratón femenina, es un “estate quieto” a todas las corrientes xenófobas. Corrió con la bandera neerlandesa, ganó la medalla de oro, otras dos medallas y batió récord olímpico. Ocupó el lugar soñado por todo atleta al recibir el trofeo en la maravillosa clausura en el estadio parisino. Fue la mejor entre las mejores, la más agasajada, la más aplaudida, la mujer que recorrió el camino de las revolucionarias de 1789 con su corona simbólica de su propia cultura.

Es un buen año para el deporte y para el significado del valor de todos los seres humanos. Hace pocas décadas, la delegación alemana de fútbol incorporó migrantes en su onceavo titular, a pesar de las protestas de los neo hitlerianos. La Eurocopa 2024 mostró equipos pluri multis y dos hijos de migrantes dieron el triunfo a España.

En Bolivia, el No Estado Plurinacional no entiende de ello. De mal a pésima la burocracia en el Viceministerio de Deportes. Una paupérrima delegación, con participación lamentable, llena de incidentes.

Mención especial a los atletas refugiados, especialmente a los palestinos que también en este caso tuvieron que vencer 70 años de ocupación, décadas de vivir en campamentos y barrios arrasados por los bombardeos israelíes para poder competir.

 

           

lunes, 5 de agosto de 2024

CLARA LÓPEZ BELTRÁN Y LA HISTORIOGRAFÍA BOLIVIANA

 

            La súbita muerte de Clara López Beltrán (La Paz 1951-2024) dejó un profundo vacío en la historiografía boliviana porque fue una de las académicas mejor formadas y con un amplísimo aporte para conocer y comprender mejor a Bolivia. Fue de los pocos historiadores bolivianos con cátedras en universidades estadounidenses, europeas y latinoamericanas. Fue la única paceña que ganó por sus méritos un puesto en la Universidad de Turín. Ahí enseñó junto a grandes eminencias del conocimiento humanístico.

            Alba María Paz Soldán, su colega de la Facultad de Humanidades de la Universidad Mayor de San Andrés, apuntaba el esfuerzo de López Beltrán para abrirse espacios para continuar sus estudios de doctorado en Italia y luego en la Universidad de Columbia, Estados Unidos. Ahí fortaleció su amistad y su permanente colaboración con Herbert Klein, el autor de la mejor historia general de Bolivia y profundo conocedor del país desde hace 60 años.

            Clarita, como era conocida entre sus amigos y compañeros, también puso empeño para alentar a otras generaciones -a sus estudiantes- para que se animen a postular a becas en los más prestigiosos centros mundiales de la enseñanza de la historia. Ella soñaba con fortalecer la ciencia que amaba a través de la capacitación en la investigación científica.

            Una meta aún lejana porque en Bolivia existen únicamente dos carreras de historia en universidades públicas. A las universidades privadas no les interesa esta materia escasamente lucrativa. Máximo ofrecen algunos diplomados o maestrías. El resultado es infeliz pues los empíricos siguen siendo mayoría, con más o menos buenos resultados. Personas que por vocación podrían aportar más, se dedican a escribir historia en momentos de ocio porque ganan su sustento en otros espacios.

            La Academia de la Historia aún admite narradores sin estudios académicos, como si la Sociedad de Ingenieros admitiese a maestros albañiles. Faltan historiadores bien formados (sobre todo en metodología y en manejo de fuentes) y continuas publicaciones sobre todos los asuntos y sobre todas las regiones. Ese vacío es parte del gran problema nacional: no sabemos quiénes somos, qué hicimos, cómo nos mantenemos y a dónde vamos.

            Clara López Beltrán se ocupó de un amplio abanico de temas, como la exploración y la ocupación del Acre (1850-1900); la geografía y los caminos en la época colonial en la región sudamericana; las élites paceñas. Sus más importantes libros fueron: “Alianzas familiares. elite, género y negocios en La Paz del siglo XVII”, “La ruta de la Plata de Potosí al Pacifico, caminos, comercio y caravanas en los siglos XVI y XIX” y “Estructura económica de una sociedad colonial, Charcas del s. VII”. Trabajó textos de metodología de la historia. Fue también activa en los estudios genealógicos. Fue parte del comité editorial para la edición del voluminoso estudio de la KAS sobre el Bicentenario.

            Ella dio a conocer la autobiografía de Georgina Levy, una filósofa comunista italiana judía refugiada en Cochabamba durante la Segunda Guerra Mundial, que permitía entender el drama de una comunidad a partir de las vivencias de un matrimonio. Clara tradujo el texto original, como también otros escritos de autores extranjeros relacionados con Bolivia.

            Con sus conocimientos académicos fue la columna vertebral del trabajo en los archivos de la Catedral de Santa Cruz de la Sierra, del Banco Central de Bolivia, de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos. La larga lista excede este espacio.

            Clara López era hija de un pionero de la industria boliviana, el catalán Fernando López que llegó a La Paz a sus 17 años. Como otros emprendedores radicó en la entonces próspera Chulumani. Estuvo en el negocio de la quina y en otras factorías, hasta la compra de “La Estrella”. Esos dulces, que empezaron en una cocina familiar, se convirtieron en poco tiempo en el símbolo de los festejos infantiles.

            Como su padre, Clarita amó profundamente a Bolivia. Pudo irse a Europa a gozar su merecida jubilación como ciudadana española, pero prefirió quedarse. Hasta el último quiso alentar la investigación rigurosa sobre la historia nacional, más aún en vísperas del Bicentenario del 6 de agosto. La reedición de sus obras completas y, prioritariamente de su “Biografía de Bolivia: un estudio de su historia” (1993) sería el mejor homenaje para alguien que apostó por desentrañar el pasado nacional para mirar con esperanza el futuro.