¿Novedades desde Gaza? Casi ninguna. Las cifras de asesinatos en los últimos meses suman más de cuarenta mil, la mayoría niños, adolescentes y mujeres. Sin contar los miles de asesinatos desde la agudización de la represión sionista en 2014; sin contar los miles de asesinatos en las intifadas de fines del siglo pasado; sin contar los miles de asesinatos, heridas, encarcelamientos, hostigamientos desde el avasallamiento de las tierras palestinas en 1948.
Israel
es el único país en el mundo que ha logrado apresar y asesinar oficialmente a
sus adversarios en cualquier lugar del mundo. Comenzó con la caza de nazis, que
despertó la simpatía internacional. Luego siguió con atentados contra fedayines
y continuó con una larga lista de atropellos por encima de cualquier orden
mundial. En las últimas semanas, sus agentes matan a líderes árabes en
territorio libanés o en territorio iraní y el resto del planeta dice: “amen”.
Es
imposible imaginar otra potencia nuclear con tanta impunidad; la Rusia de Putin
se queda atrás. Ni siquiera bajo el paraguas del temible Plan Cóndor,
ingresaban militares de otro país sin permiso del anfitrión para secuestrar a
los enemigos. Israel ejerce el peor terrorismo de Estado, pero lo hace en una
dimensión tan inconmensurable que sus crímenes ya no se cuentan, como
reflexionaba Rodión Romanovich Raskolnikov en “Crimen y Castigo” respecto a los
militares que matan tantas veces que ya no se afligen ni sienten inquietud en
su conciencia, como sí le sucede al asesino de una vieja usurera.
¡Ay si
alguien reclama! Las tropas judías lo amenazan inmediatamente con el discurso
de odio, de motetes como “antisemita”, de acusaciones como “terrorista” y de
amenazas de muerte en cualquier lugar “donde se esconda”.
Durante
años, hasta el 7 de octubre de 2023, los crímenes de Israel contra el pueblo
palestino y contra otras colectividades llamaban la atención de pocos
periodistas, de algunos historiadores y literatos. De vez en vez un reportaje o
el informe de alguna ONG de Derechos Humanos desvelaba el horror cotidiano de
vivir en la mayor prisión del mundo, con toda la familia controlada día a día,
hora a hora.
Los
sistemas de Naciones Unidas cumplían roles limitados y en ningún caso fueron
suficientes para desenmarañar los muros que separan a los habitantes palestinos
y judíos; las cárceles llenas de adolescentes palestinos torturados y
enloquecidos; la vigilancia similar a los campos de concentración de 1940 contra
cualquiera que tenga piel oscura; la humillación cotidiana de los
avasalladores/colonos contra los antiguos dueños palestinos de casas y
terrenos.
El
actual foco noticioso en el genocidio en Gaza difunde más lo que viven familias
horrorizadas, con sus viviendas destruidas, sin agua ni alimentos, sufriendo
bombardeos en escuelas o en hospitales, sin posibilidad de ningún refugio. ¿Qué
haría un represor judío contra otro judío que esconda a un palestino?
Seguramente, nadie ni ninguna organización clandestina se arriesgaría para
proteger a una Ana Frank o para emplear a perseguidos.
Cada
semana, la opinión pública universal conoce un nuevo episodio de crueldad bajo
el absurdo pretexto de terminar así con una ideología, fomentada por la propia
represión y por los propios organismos de inteligencia israelies. El rechazo a
Benjamín Netanyahu es mundial y alcanza a distintas nacionalidades, religiones
y culturas.
El tema
estará seguramente en la mesa de las elecciones en Estados Unidos, el principal
país que provee las armas y el financiamiento que utiliza Israel para asesinar
todos los días a niños palestinos.
La
encrucijada para Kamala Harris será una encrucijada para el futuro de la
humanidad, más allá de la política doméstica y de las posibilidades de una
guerra regionalizada.
Si la
principal potencia, que enarbola el respeto a los Derechos Humanos como principal
estandarte de su existencia, no es capaz de frenar el genocidio en Gaza, la
humanidad tiene pocas esperanzas. El mundo que dejemos a nuestros hijos será un
mundo mucho más cruel del mundo que nosotros encontramos.