Existen
seres que podrían brillar en cualquier lugar y en cualquier momento de la
historia mundial. Uno de ellos es Pedro Rivero Jordán. Lo imagino dirigiendo a
los copistas, reflejado en los azulejos de la inmensa Biblioteca de Alejandría.
Pudo ser el cronista de la expedición de Hernando de Magallanes cruzando los
mares embravecidos. No le faltaría coraje para reemplazar al Tambor Vargas bajo
el límpido cielo de las gestas libertarias americanas. Tendría oportunidad de
ser el pianista en un salón vienés con su afición musical o el secretario del Barón
Pierre de Coubertin cuando preparaba las primeras olimpiadas modernas porque
siempre amó las prácticas deportivas y el lema: “citius, altius, fortius”: “más
rápido, más alto, más fuerte”.
Entre sus antepasados estarán
arcabuceros, mosqueteros o rifleros, pero él nunca tomó un arma mortífera pues
de todas sus reencarnaciones heredó la saeta más certera: la palabra, el verbo,
la oración, ese sonido que separa a los seres humanos de los otros mamíferos.
En este nuevo libro con sus
memorias une a su voz el coraje de la memoria. Como decía el periodista chileno
Augusto Góngora hay que ser valiente para recordar. En el mundo de lo
descartable, el culto a la diosa Mnemosine está arrinconado. Mirar el pasado
puede ser peligroso; reinterpretar los hechos, las decisiones, los escritos
desde el presente no es una tarea sencilla.
La mayoría prefiere el silencio,
el escondite; no exponerse.
En cambio, Pedro Rivero Jordán
(Santa Cruz de la Sierra, 1954) retoma a la madre de las nueve musas de las
ciencias y de las artes para construir un texto que recrea nostalgias, alegrías
y temores.
“Periodismo: pasión, ética y
compromiso” es una urdimbre que teje los hilos de la historia personal
(familiar), el recorrido del principal matutino cruceño (El Deber) con la
historia cruceña en los últimos cincuenta años dentro de la historia nacional y
regional.
La memoria, como alguna vez lo
apunté, es una deidad fundamental porque en ella se re-conocen las personas y
las colectividades. Sin pasado no hay presente. La memoria organiza el tiempo;
en este caso el tiempo narrativo como el hilo conductor que escoge Rivero
Jordán para contar los acontecimientos.
El periodista, a diferencia del
historiador que investiga hechos que conoce por documentos o restos
arqueológicos, o del literato que los inventa, es un testigo de su época. Por
ello, los amantes de este oficio se sienten privilegiados. Una vez les toca cubrir
un desfile, otras veces un partido de fútbol, tantas veces una crisis política,
ocasionalmente la llegada de un Papa. El periodista, bien describe Pedrito, no
cumple horario de ocho horas, no tiene sábado de noche o domingo de mañana, ni
feriado, ni siquiera vacaciones; menos ahora cuando un aviso en su celular lo
convoca a cualquier urgencia.
La ventaja de Rivero Jordán es
que es un periodista “hecho a machete” como él mismo se define, que vivió y
creció con el olor a tinta y a plomo fundido de las imprentas en un espacio
territorial que se transformaba rápidamente.
Como pocos, ejerció todas las
funciones en un periódico moderno: reportero, fotógrafo, redactor, editor,
director, maestro; y conoció la prensa con linotipos, la impresión offset, el
teletipo, la computadora, el internet, la radio, los multimedia. Con una gran
ventaja: fue canillita, similar a esos grandes chefs que saben qué quieren los
comensales porque comenzaron lavando vajillas.
Una hermosa foto que atesoraba su
padre, el gran Pedro Rivero Mercado (1931-2016), retrataba a los chiquillos
típicos de un clima tropical voceando El Deber por las calles del casco
histórico de Santa Cruz de la Sierra.
Cuando conocí a Pedro Rivero
Jordán ya era un periodista consagrado, un viajero por Bolivia y por el mundo.
Sin embargo, abrió la puerta de su elegante despacho con sencillez y me acercó
un café batido que trajo una muchacha con tanta hospitalidad que me confirmó
que Pedrito no solamente era un buen periodista; era una buena persona.
En un ensayo, escribí la
diferencia de esta familia cruceña dedicada al periodismo con otros empresarios
que invertían en medios como en cualquier otra empresa con el principal
objetivo del lucro. Un colega académico comentó que esa no era una categoría científica.
“No, no es una categoría
científica -le respondí- es una categoría humana.”
Grata fue mi sorpresa al
comprobar que los grandes del periodismo de calidad defienden la misma idea. No
es posible ser un buen reportero sin ser al mismo tiempo un buen tipo. Como
decía el padre de la crónica moderna, el poeta, periodista y patriota cubano
José Martí: “En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de
haber de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que
tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con
fuerza temible contra los que les roban a los pueblos su libertad, qué es robarles
a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo
entero, va la dignidad humana.”
El Deber, fundado por Lucas
Saucedo Revilla, enfrentó desde sus inicios al poder violento. Fue asaltado en
1959 por defender los derechos del pueblo cruceño. Pedro Rivero Mercado,
abogado y escritor, con la experiencia del periódico El Progreso y del Diario
del Oriente compró el matutino en 1965, sin imaginar que esa adquisición coincidía
con el contexto más auspicioso para su ciudad natal.
El Deber se convirtió en el
espejo cotidiano de una aldea que dejaba la niñez para enfrentar el crecimiento
acelerado -muchas veces desordenado-, desbordada por las migraciones que
llegaban en barco, en avión o en camión.
Los habitantes de Santa Cruz de
la Sierra, de las provincias y muy pronto de todas las tierras bajas de Bolivia
adoptaron al periódico como a su propia voz. Desde una esquina marginal, El
Deber adquirió el rostro del pujante desarrollo en la región.
Hace aproximadamente cuarenta
años, como periodista y como investigadora de los medios de comunicación, me
convencí de que era imprescindible comprar todos los días El Deber que llegaba
a media mañana a la sede de gobierno. El periódico era una respuesta a mi
reclamo permanente: la nación no termina en la Plaza Murillo; si los
periodistas bolivianos no observan lo que sucede más allá de las montañas, sus
relatos serán siempre cojos, mancos y tuertos.
Así me aproxime en cada viaje a
la capital oriental a la redacción del periódico que en pocos lustros se
convirtió en el más importante del país. Era mirar a Bolivia desde la región a
través de múltiples suplementos. Le tocó a Pedro Rivero Jordán desarrollar las
iniciativas más arriesgadas y mantener al matutino, tanto en la técnica como en
los contenidos, al ritmo de los grandes periódicos de Sudamérica y del mundo,
tarea compleja porque es en el área de los medios de información donde la
avalancha de las nuevas tecnologías se siente con mayor explosión.
Pedrito tuvo el coraje de
mantener el estandarte en medio de las muchas tormentas, tal como relata en
este pulcro texto, como atestiguan los reporteros de El Deber y la credibilidad
que goza en todos los sectores sociales.
El hijo continuó la línea del
padre para imprimir páginas que mantuvieran artículos sin estridencias y que se
abran a todas las voces. Es ese el principal logro de El Deber. En la portada,
en la sección de deportes, en sociales, en el suplemento económico, en la
revista cultural aparecían los cruceños de pura cepa, los llegados a mitad del
siglo XX, los recién arribados, los que hablaban diferente, los que bailaban
caporales, los que comían quesillo, los que masticaban coca, los que festejaban
a la reina del carnaval o los que coronaban a la hermosa de la villa.
El Deber no necesitó leyes o
presiones para ser un medio de lucha contra toda forma de racismo, de
discriminación, de fobias. Por las manos de Pedrito pasaban las principales decisiones
cotidianas del día a día, las más difíciles como sabe todo trabajador de un
medio que debe imprimirse con urgencia porque la noticia es una mercadería que
dura menos de 24 horas (cada vez menos).
Asumía las tareas de definir las
principales notas que se cubrirían en la semana, en los suplementos y, sobre
todo, en el día. Los enfrentamientos de la prensa con el poder tienen nombre y
apellido, rostros y familias preocupadas. A veces, el lector se queda con el
lugar común: “los periodistas defienden la libertad de prensa”, sin imaginar el
alcance de ese compromiso.
Pedro, junto con sus hermanos,
pasó los incontables peligros que supone el principio: “buscar la verdad”.
Primero fueron las dictaduras militares, después las presiones económicas, los
enojos del poder local, alcaldes, prefectos/ gobernadores, concejales,
diputados, senadores, ministros, presidentes.
De ese baúl del rostro feo del
oficio del periodista, dos momentos fueron especialmente duros para el
responsable de los contenidos del matutino. Uno, temible, fue el combate contra
las logias aferradas a instituciones, otrora impecables y posteriormente
corrompidas. El otro fue el largo cruce con las fuerzas del Movimiento al
Socialismo, dentro y fuera del gobierno.
El propio Pedro relató en un
texto los detalles de la batalla contra los encapuchados. Fue una larga guerra
sucia, de algunos episodios fui testigo como tantos otros colegas, mientras
otros medios cumplían el triste rol de aceptar dinero a cambio de servir
consciente o inconscientemente a esos poderes facticos medievales.
La reacción de los lectores fue
increíble. La defensa de El Deber fue colectiva, anónima y espontánea. Celebré
como muchos la victoria de la familia Rivero, de la redacción del matutino y de
la prensa comprometida con el bien común por encima de los intereses de grupos.
En el enfrentamiento contra el
MAS y criticando al propio dirigente cocalero Evo Morales y a su cercano
círculo, las heroicas decisiones de Pedro quedarán en la historia del
periodismo boliviano. Dio la cara, hizo huelga de hambre, puso su firma en los
artículos, dijo las palabras que cabían. Es importante notar que tuvo el valor
de escribir desde los primeros años de ese régimen, cuando aún era inmensamente
popular, muy fuerte y temible. Un control capaz de ajusticiar a sus adversarios
en más de un episodio, particularmente en el Hotel Las Américas.
Los directivos del periódico
respaldaron las investigaciones de los reporteros con las denuncias del
creciente dominio del narcotráfico, las mafias y la lenta captura del Estado,
de las instituciones y de las fuerzas supuestamente asignadas para combatir el
crimen organizado. Del otro lado, el periódico debe resistir los ataques de los
vándalos disfrazados de pobres o de movimientos sociales.
Pedro asumió además la
representación de todos los periodistas bolivianos hostigados y acosados, tanto
como dirigente en las asociaciones locales, nacionales como también dentro de
la Sociedad Interamericana de la Prensa (SIP). El principio de respetar y hacer
respetar al reportero lo llevó tan lejos como renunciar a su alto puesto en la
SIP en solidaridad con el trabajador de prensa humillado en territorio vecino
Al mismo tiempo pergaminos y estatuillas de distintas entidades premian esa
honestidad en sus vitrinas personales.
Pedro Rivero Jordán ha cumplido
medio siglo de trabajo en El Deber. No repetiré lo que él cuenta con detalle,
pero sí cabe resaltar que, como decíamos al inicio, logró todo, en las
principales áreas de un periódico. Después fue el motor incansable en los
programas de El Deber Radio más sintonizados. También capitaneó los intentos
por ampliar alianzas con otros periódicos y crear voceros en las provincias.
Algo que él no cuenta, pero que
es necesario subrayar es el esfuerzo que puso para consolidar la hemeroteca de
El Deber, un orgullo especial, porque en el país faltan los archivos
institucionales. En un conversatorio con periodistas internacionales en La Paz
se ponían ejemplos de la importancia de tener esa memoria documentada para el
periodismo de investigación, para la búsqueda más exigente de la verdad y para
los estudios de historiadores e investigadores sociales.
Además, Pedrito participa en
diferentes clubes de su ciudad y de Bolivia, sociales, culturales, deportivos;
destaca el Club de Willys Santa Cruz con cuyos integrantes recorre los caminos
de la patria para contar más sobre las orillas más lejanas de Bolivia.
En los últimos años, con el
impulso del doctor Carlos Dabdoub, Pedro asumió un inmenso reto: formar
periodistas dentro de la Universidad Franz Tamayo. Con un equipo de notables
catedráticos, Rivero asumió la tarea de crear nuevos talentos, quienes
seguramente utilizarán sofisticadas herramientas del futuro, pero mantendrán
ante todo la calidad del lenguaje y el principio de ser buenas personas para
ser buenos reporteros.
Ese esfuerzo se encadena con la
iniciativa única que alentó El Deber en el país para premiar a los mejores
cronistas del país. Adicionalmente al cheque y a la publicación en suplemento
especial, las crónicas han permito a sus autores dar un salto a lides en otros
medios muy competitivos, fuera de Bolivia.
En mi libreta de apuntes tengo
muchas anécdotas sobre Pedro. En todos estos años he escrito en la prensa y en
libros el significado de El Deber y de la familia Rivero para la historia del
periodismo latinoamericano. Siempre me quedo corta.
Los pliegos nunca alcanzarán para
contar la vida de un escribano alejandrino, un cronista andaluz, un periodista
cruceño como Pedro Rivero Jordán, el hombre apasionado y al mismo tiempo sereno
que en cualquier escenario tendrá brillo propio.
Me quedó con sus propias palabras:
la guía de su vida fue el compromiso con la verdad; el ejercicio responsable de
la independencia en todo lo que no afecte a la colectividad; y el apego a la
ética, como el faro que consagra el bien más preciado de un medio de
comunicación y de un periodista: la credibilidad.
LUPE CAJÍAS
LA PAZ, MONTÍCULO, FEBRERO 2024