viernes, 16 de agosto de 2024

PEDRO RIVERO JORDÁN: LA TRAVESÍA POR LA INMENSA ESTEPA AZUL

 

            Existen seres que podrían brillar en cualquier lugar y en cualquier momento de la historia mundial. Uno de ellos es Pedro Rivero Jordán. Lo imagino dirigiendo a los copistas, reflejado en los azulejos de la inmensa Biblioteca de Alejandría. Pudo ser el cronista de la expedición de Hernando de Magallanes cruzando los mares embravecidos. No le faltaría coraje para reemplazar al Tambor Vargas bajo el límpido cielo de las gestas libertarias americanas. Tendría oportunidad de ser el pianista en un salón vienés con su afición musical o el secretario del Barón Pierre de Coubertin cuando preparaba las primeras olimpiadas modernas porque siempre amó las prácticas deportivas y el lema: “citius, altius, fortius”: “más rápido, más alto, más fuerte”.

Entre sus antepasados estarán arcabuceros, mosqueteros o rifleros, pero él nunca tomó un arma mortífera pues de todas sus reencarnaciones heredó la saeta más certera: la palabra, el verbo, la oración, ese sonido que separa a los seres humanos de los otros mamíferos.

En este nuevo libro con sus memorias une a su voz el coraje de la memoria. Como decía el periodista chileno Augusto Góngora hay que ser valiente para recordar. En el mundo de lo descartable, el culto a la diosa Mnemosine está arrinconado. Mirar el pasado puede ser peligroso; reinterpretar los hechos, las decisiones, los escritos desde el presente no es una tarea sencilla.

La mayoría prefiere el silencio, el escondite; no exponerse.

En cambio, Pedro Rivero Jordán (Santa Cruz de la Sierra, 1954) retoma a la madre de las nueve musas de las ciencias y de las artes para construir un texto que recrea nostalgias, alegrías y temores.

“Periodismo: pasión, ética y compromiso” es una urdimbre que teje los hilos de la historia personal (familiar), el recorrido del principal matutino cruceño (El Deber) con la historia cruceña en los últimos cincuenta años dentro de la historia nacional y regional.

La memoria, como alguna vez lo apunté, es una deidad fundamental porque en ella se re-conocen las personas y las colectividades. Sin pasado no hay presente. La memoria organiza el tiempo; en este caso el tiempo narrativo como el hilo conductor que escoge Rivero Jordán para contar los acontecimientos.

El periodista, a diferencia del historiador que investiga hechos que conoce por documentos o restos arqueológicos, o del literato que los inventa, es un testigo de su época. Por ello, los amantes de este oficio se sienten privilegiados. Una vez les toca cubrir un desfile, otras veces un partido de fútbol, tantas veces una crisis política, ocasionalmente la llegada de un Papa. El periodista, bien describe Pedrito, no cumple horario de ocho horas, no tiene sábado de noche o domingo de mañana, ni feriado, ni siquiera vacaciones; menos ahora cuando un aviso en su celular lo convoca a cualquier urgencia.

La ventaja de Rivero Jordán es que es un periodista “hecho a machete” como él mismo se define, que vivió y creció con el olor a tinta y a plomo fundido de las imprentas en un espacio territorial que se transformaba rápidamente.

Como pocos, ejerció todas las funciones en un periódico moderno: reportero, fotógrafo, redactor, editor, director, maestro; y conoció la prensa con linotipos, la impresión offset, el teletipo, la computadora, el internet, la radio, los multimedia. Con una gran ventaja: fue canillita, similar a esos grandes chefs que saben qué quieren los comensales porque comenzaron lavando vajillas.

Una hermosa foto que atesoraba su padre, el gran Pedro Rivero Mercado (1931-2016), retrataba a los chiquillos típicos de un clima tropical voceando El Deber por las calles del casco histórico de Santa Cruz de la Sierra.

Cuando conocí a Pedro Rivero Jordán ya era un periodista consagrado, un viajero por Bolivia y por el mundo. Sin embargo, abrió la puerta de su elegante despacho con sencillez y me acercó un café batido que trajo una muchacha con tanta hospitalidad que me confirmó que Pedrito no solamente era un buen periodista; era una buena persona.

En un ensayo, escribí la diferencia de esta familia cruceña dedicada al periodismo con otros empresarios que invertían en medios como en cualquier otra empresa con el principal objetivo del lucro. Un colega académico comentó que esa no era una categoría científica.

“No, no es una categoría científica -le respondí- es una categoría humana.”

Grata fue mi sorpresa al comprobar que los grandes del periodismo de calidad defienden la misma idea. No es posible ser un buen reportero sin ser al mismo tiempo un buen tipo. Como decía el padre de la crónica moderna, el poeta, periodista y patriota cubano José Martí: “En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza temible contra los que les roban a los pueblos su libertad, qué es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana.”

El Deber, fundado por Lucas Saucedo Revilla, enfrentó desde sus inicios al poder violento. Fue asaltado en 1959 por defender los derechos del pueblo cruceño. Pedro Rivero Mercado, abogado y escritor, con la experiencia del periódico El Progreso y del Diario del Oriente compró el matutino en 1965, sin imaginar que esa adquisición coincidía con el contexto más auspicioso para su ciudad natal.

El Deber se convirtió en el espejo cotidiano de una aldea que dejaba la niñez para enfrentar el crecimiento acelerado -muchas veces desordenado-, desbordada por las migraciones que llegaban en barco, en avión o en camión.

Los habitantes de Santa Cruz de la Sierra, de las provincias y muy pronto de todas las tierras bajas de Bolivia adoptaron al periódico como a su propia voz. Desde una esquina marginal, El Deber adquirió el rostro del pujante desarrollo en la región.

Hace aproximadamente cuarenta años, como periodista y como investigadora de los medios de comunicación, me convencí de que era imprescindible comprar todos los días El Deber que llegaba a media mañana a la sede de gobierno. El periódico era una respuesta a mi reclamo permanente: la nación no termina en la Plaza Murillo; si los periodistas bolivianos no observan lo que sucede más allá de las montañas, sus relatos serán siempre cojos, mancos y tuertos.

Así me aproxime en cada viaje a la capital oriental a la redacción del periódico que en pocos lustros se convirtió en el más importante del país. Era mirar a Bolivia desde la región a través de múltiples suplementos. Le tocó a Pedro Rivero Jordán desarrollar las iniciativas más arriesgadas y mantener al matutino, tanto en la técnica como en los contenidos, al ritmo de los grandes periódicos de Sudamérica y del mundo, tarea compleja porque es en el área de los medios de información donde la avalancha de las nuevas tecnologías se siente con mayor explosión.

Pedrito tuvo el coraje de mantener el estandarte en medio de las muchas tormentas, tal como relata en este pulcro texto, como atestiguan los reporteros de El Deber y la credibilidad que goza en todos los sectores sociales.

El hijo continuó la línea del padre para imprimir páginas que mantuvieran artículos sin estridencias y que se abran a todas las voces. Es ese el principal logro de El Deber. En la portada, en la sección de deportes, en sociales, en el suplemento económico, en la revista cultural aparecían los cruceños de pura cepa, los llegados a mitad del siglo XX, los recién arribados, los que hablaban diferente, los que bailaban caporales, los que comían quesillo, los que masticaban coca, los que festejaban a la reina del carnaval o los que coronaban a la hermosa de la villa.

El Deber no necesitó leyes o presiones para ser un medio de lucha contra toda forma de racismo, de discriminación, de fobias. Por las manos de Pedrito pasaban las principales decisiones cotidianas del día a día, las más difíciles como sabe todo trabajador de un medio que debe imprimirse con urgencia porque la noticia es una mercadería que dura menos de 24 horas (cada vez menos).

Asumía las tareas de definir las principales notas que se cubrirían en la semana, en los suplementos y, sobre todo, en el día. Los enfrentamientos de la prensa con el poder tienen nombre y apellido, rostros y familias preocupadas. A veces, el lector se queda con el lugar común: “los periodistas defienden la libertad de prensa”, sin imaginar el alcance de ese compromiso.

Pedro, junto con sus hermanos, pasó los incontables peligros que supone el principio: “buscar la verdad”. Primero fueron las dictaduras militares, después las presiones económicas, los enojos del poder local, alcaldes, prefectos/ gobernadores, concejales, diputados, senadores, ministros, presidentes.

De ese baúl del rostro feo del oficio del periodista, dos momentos fueron especialmente duros para el responsable de los contenidos del matutino. Uno, temible, fue el combate contra las logias aferradas a instituciones, otrora impecables y posteriormente corrompidas. El otro fue el largo cruce con las fuerzas del Movimiento al Socialismo, dentro y fuera del gobierno.

El propio Pedro relató en un texto los detalles de la batalla contra los encapuchados. Fue una larga guerra sucia, de algunos episodios fui testigo como tantos otros colegas, mientras otros medios cumplían el triste rol de aceptar dinero a cambio de servir consciente o inconscientemente a esos poderes facticos medievales.

La reacción de los lectores fue increíble. La defensa de El Deber fue colectiva, anónima y espontánea. Celebré como muchos la victoria de la familia Rivero, de la redacción del matutino y de la prensa comprometida con el bien común por encima de los intereses de grupos.

En el enfrentamiento contra el MAS y criticando al propio dirigente cocalero Evo Morales y a su cercano círculo, las heroicas decisiones de Pedro quedarán en la historia del periodismo boliviano. Dio la cara, hizo huelga de hambre, puso su firma en los artículos, dijo las palabras que cabían. Es importante notar que tuvo el valor de escribir desde los primeros años de ese régimen, cuando aún era inmensamente popular, muy fuerte y temible. Un control capaz de ajusticiar a sus adversarios en más de un episodio, particularmente en el Hotel Las Américas.

Los directivos del periódico respaldaron las investigaciones de los reporteros con las denuncias del creciente dominio del narcotráfico, las mafias y la lenta captura del Estado, de las instituciones y de las fuerzas supuestamente asignadas para combatir el crimen organizado. Del otro lado, el periódico debe resistir los ataques de los vándalos disfrazados de pobres o de movimientos sociales.

Pedro asumió además la representación de todos los periodistas bolivianos hostigados y acosados, tanto como dirigente en las asociaciones locales, nacionales como también dentro de la Sociedad Interamericana de la Prensa (SIP). El principio de respetar y hacer respetar al reportero lo llevó tan lejos como renunciar a su alto puesto en la SIP en solidaridad con el trabajador de prensa humillado en territorio vecino Al mismo tiempo pergaminos y estatuillas de distintas entidades premian esa honestidad en sus vitrinas personales.

Pedro Rivero Jordán ha cumplido medio siglo de trabajo en El Deber. No repetiré lo que él cuenta con detalle, pero sí cabe resaltar que, como decíamos al inicio, logró todo, en las principales áreas de un periódico. Después fue el motor incansable en los programas de El Deber Radio más sintonizados. También capitaneó los intentos por ampliar alianzas con otros periódicos y crear voceros en las provincias.

Algo que él no cuenta, pero que es necesario subrayar es el esfuerzo que puso para consolidar la hemeroteca de El Deber, un orgullo especial, porque en el país faltan los archivos institucionales. En un conversatorio con periodistas internacionales en La Paz se ponían ejemplos de la importancia de tener esa memoria documentada para el periodismo de investigación, para la búsqueda más exigente de la verdad y para los estudios de historiadores e investigadores sociales.

Además, Pedrito participa en diferentes clubes de su ciudad y de Bolivia, sociales, culturales, deportivos; destaca el Club de Willys Santa Cruz con cuyos integrantes recorre los caminos de la patria para contar más sobre las orillas más lejanas de Bolivia.

En los últimos años, con el impulso del doctor Carlos Dabdoub, Pedro asumió un inmenso reto: formar periodistas dentro de la Universidad Franz Tamayo. Con un equipo de notables catedráticos, Rivero asumió la tarea de crear nuevos talentos, quienes seguramente utilizarán sofisticadas herramientas del futuro, pero mantendrán ante todo la calidad del lenguaje y el principio de ser buenas personas para ser buenos reporteros.

Ese esfuerzo se encadena con la iniciativa única que alentó El Deber en el país para premiar a los mejores cronistas del país. Adicionalmente al cheque y a la publicación en suplemento especial, las crónicas han permito a sus autores dar un salto a lides en otros medios muy competitivos, fuera de Bolivia.

En mi libreta de apuntes tengo muchas anécdotas sobre Pedro. En todos estos años he escrito en la prensa y en libros el significado de El Deber y de la familia Rivero para la historia del periodismo latinoamericano. Siempre me quedo corta.

Los pliegos nunca alcanzarán para contar la vida de un escribano alejandrino, un cronista andaluz, un periodista cruceño como Pedro Rivero Jordán, el hombre apasionado y al mismo tiempo sereno que en cualquier escenario tendrá brillo propio.

Me quedó con sus propias palabras: la guía de su vida fue el compromiso con la verdad; el ejercicio responsable de la independencia en todo lo que no afecte a la colectividad; y el apego a la ética, como el faro que consagra el bien más preciado de un medio de comunicación y de un periodista: la credibilidad.

 

LUPE CAJÍAS

LA PAZ, MONTÍCULO, FEBRERO 2024