La súbita muerte de Clara López Beltrán (La Paz 1951-2024) dejó un profundo vacío en la historiografía boliviana porque fue una de las académicas mejor formadas y con un amplísimo aporte para conocer y comprender mejor a Bolivia. Fue de los pocos historiadores bolivianos con cátedras en universidades estadounidenses, europeas y latinoamericanas. Fue la única paceña que ganó por sus méritos un puesto en la Universidad de Turín. Ahí enseñó junto a grandes eminencias del conocimiento humanístico.
Alba
María Paz Soldán, su colega de la Facultad de Humanidades de la Universidad
Mayor de San Andrés, apuntaba el esfuerzo de López Beltrán para abrirse
espacios para continuar sus estudios de doctorado en Italia y luego en la
Universidad de Columbia, Estados Unidos. Ahí fortaleció su amistad y su
permanente colaboración con Herbert Klein, el autor de la mejor historia
general de Bolivia y profundo conocedor del país desde hace 60 años.
Clarita,
como era conocida entre sus amigos y compañeros, también puso empeño para
alentar a otras generaciones -a sus estudiantes- para que se animen a postular
a becas en los más prestigiosos centros mundiales de la enseñanza de la
historia. Ella soñaba con fortalecer la ciencia que amaba a través de la
capacitación en la investigación científica.
Una meta
aún lejana porque en Bolivia existen únicamente dos carreras de historia en
universidades públicas. A las universidades privadas no les interesa esta
materia escasamente lucrativa. Máximo ofrecen algunos diplomados o maestrías.
El resultado es infeliz pues los empíricos siguen siendo mayoría, con más o
menos buenos resultados. Personas que por vocación podrían aportar más, se
dedican a escribir historia en momentos de ocio porque ganan su sustento en
otros espacios.
La
Academia de la Historia aún admite narradores sin estudios académicos, como si
la Sociedad de Ingenieros admitiese a maestros albañiles. Faltan historiadores
bien formados (sobre todo en metodología y en manejo de fuentes) y continuas
publicaciones sobre todos los asuntos y sobre todas las regiones. Ese vacío es
parte del gran problema nacional: no sabemos quiénes somos, qué hicimos, cómo
nos mantenemos y a dónde vamos.
Clara
López Beltrán se ocupó de un amplio abanico de temas, como la exploración y la
ocupación del Acre (1850-1900); la geografía y los caminos en la época colonial
en la región sudamericana; las élites paceñas. Sus más importantes
libros fueron: “Alianzas familiares. elite, género y negocios en La Paz del
siglo XVII”, “La ruta de la Plata de Potosí al Pacifico, caminos, comercio
y caravanas en los siglos XVI y XIX” y “Estructura económica de una
sociedad colonial, Charcas del s. VII”. Trabajó textos de metodología de la
historia. Fue también activa en los estudios genealógicos. Fue parte del comité
editorial para la edición del voluminoso estudio de la KAS sobre el
Bicentenario.
Ella dio a conocer la autobiografía
de Georgina Levy, una filósofa comunista italiana judía refugiada en Cochabamba
durante la Segunda Guerra Mundial, que permitía entender el drama de una
comunidad a partir de las vivencias de un matrimonio. Clara tradujo el texto
original, como también otros escritos de autores extranjeros relacionados con
Bolivia.
Con sus conocimientos académicos fue
la columna vertebral del trabajo en los archivos de la Catedral de Santa Cruz
de la Sierra, del Banco Central de Bolivia, de Yacimientos Petrolíferos
Fiscales Bolivianos. La larga lista excede este espacio.
Clara López era hija de un pionero
de la industria boliviana, el catalán Fernando López que llegó a La Paz a sus
17 años. Como otros emprendedores radicó en la entonces próspera Chulumani.
Estuvo en el negocio de la quina y en otras factorías, hasta la compra de “La
Estrella”. Esos dulces, que empezaron en una cocina familiar, se convirtieron
en poco tiempo en el símbolo de los festejos infantiles.
Como su padre, Clarita amó
profundamente a Bolivia. Pudo irse a Europa a gozar su merecida jubilación como
ciudadana española, pero prefirió quedarse. Hasta el último quiso alentar la
investigación rigurosa sobre la historia nacional, más aún en vísperas del
Bicentenario del 6 de agosto. La reedición de sus obras completas y,
prioritariamente de su “Biografía de Bolivia: un estudio de su historia” (1993)
sería el mejor homenaje para alguien que apostó por desentrañar el pasado
nacional para mirar con esperanza el futuro.