El martes 7, en el Paraninfo universitario,
la premiada socióloga y valiente luchadora Silvia Rivera denunciaba cómo
militares aprovechan trampas sexuales para debilitar a los líderes de
organizaciones sociales, sobre todo en espacios estratégicos como el Chaco o la
Amazonia.
Rivera detalló diversos asuntos que
muestran la descomposición de las Fuerzas Armadas bolivianas en múltiples casos
de corrupción nunca sancionados. Uno de los últimos el involucramiento del
excomandante general Tito Gandarillas en el permiso a la oscura aerolínea LaMía
(a lo que se pueden sumar el colapso del TAM que no paga impuestos, el fracaso
en carreteras como La Paz a Chulumani y sigue un largo etcétera).
Llamó la atención sobre las poco
transparentes actividades de ADEMAF, entidad creada al perfil del capitán Juan
Ramón Quintana. Como otros académicos, Rivera desnudó el cogobierno cocalero/chapareño
con los generales, un patético escenario que nada tiene que ver con las utopías
por las que luchó el pueblo boliviano durante décadas. ¿Qué nos pasa que
soportamos tanto?, desafió al auditorio.
A esa misma hora, 20:12, unos
delincuentes (honrados) sacaban de un vehículo parqueado en un burdel de la
zona más roja de El Alto una mochilita. Digna de una historia de Alejandro
Dumas, cuando pensaban encontrar un celular o como mucho una laptop se hallaron
con la medalla de oro y diamantes que el pueblo potosino obsequió al Libertador
Simón Bolívar. ¡La corona de la reina!
Podría ser un argumento
cinematográfico si no fuese que la joya es la más importante de la historia
boliviana, que su custodio era un militar que estaba ebrio y tan primitivo que
no podía posponer sus urgencias sexuales a una misión oficial. ¡Patria o
muerte, beberemos! Él es sólo la punta del iceberg del desmoronamiento
institucional: un presidente del Banco Central que deja un tesoro bailoteando
varios días; tres ministros que se esconden en el silencio; inteligencia que
tiene asesores caribeños insólitamente desaparecidos; cadenas de mando sin
protocolos mínimos.
Si aquello parecía miserable,
representativo de las caricaturas de lo que se llamó “repúblicas bananeras”, al
día siguiente se realizó la farra-da militar que terminó en tal borrachera (y
seguramente algo más) que un diputado dejó al desnudo su miembro en pleno
aeropuerto internacional de Cochabamba. Un personaje que no pide perdón a su
familia y a la población que pagó su pasaje, sus viáticos y su whisky, sino que
dice que otros estaban como él y nadie los filmó, que fue pildoreado, que es víctima de las redes sociales.
Y la cereza, el primer mandatario
Evo Morales que al final de la misma fiesta se ríe y vuelve como tantas veces a
temas sexuales que parecen obsesionarlo y nombra los atributos eróticos de Iván
Canelas que sonríe cómplice como en anteriores ocasiones y anuncia su chaqui y que irá ¡zas cholita! Y Gisela
López no dice nada, ni ninguna de las mujeres que tanto reclamaron por una
caricatura en un periódico de Alacitas.
Dicen que los pueblos se merecen a
sus gobernantes y así es. Muchos festejan las actitudes presidenciales y él
vuelve a insistir en que de borrachito era más cariñosito con las mujeres
cocaleras. Y ahora las patotas del MAS no sólo cercan o chicotean, ahora
humillan manoseando a las muchachas, más si son periodistas, más si son rubias.
¡Salud! Y ese es el proceso de
cambio y ese es el líder mundial de los indígenas.
Así como hay esos acólitos, hay
muchos otros bolivianos, entre ellos los militares de honor, que están
hastiados de esta descomunal descomposición y sienten asco. Como escribió José
Martí, en esos restos de decoro personal siembro mi esperanza.