Hace
poco, un conocedor del fútbol latinoamericano decía que los escasos
resultados de las selecciones del continente, en la última Copa Mundial Rusia
2018, son un reflejo del retroceso del balompié en la región, a causa de
la corrupción y del despotismo con los que se manejaron las confederaciones de
fútbol en los últimos lustros.
“Hemos
retrocedido 20 años”, se lamentaba esa voz, que llegaba desde Uruguay, el más
digno plantel de la América sureña, donde su director técnico, el maestro
Tavare Vázquez, insiste que entrenar jugadores no es sinónimo de preparar
estrellas, sino, la construcción de personas integrales.
¿Qué
se podría decir de las demás selecciones?
En
Bolivia, el presidente Evo Morales cree que el pasto sintético -que compró el
Estado a algún feliz comerciante- es suficiente para fomentar el deporte. Es
probable que no conozca las historias del migrante Enrique Happ, o del cruceño
Aguilera, que crearon sendas escuelas, en Cochabamba y en Santa Cruz de la
Sierra, para fomentar no solo la competición deportiva, sino los valores éticos.
¿Cuánto
retrocedió el deporte boliviano en la última década? No sólo el fútbol, sino el
conjunto de disciplinas, por la falta de políticas públicas para crear
verdaderos espacios de práctica corporal, como parte de la formación integral
de niños y jóvenes.
Los escasos resultados para los equipos bolivianos, en Odesur, nos muestran la improvisación en todo lo que le toca enfrentar al gobierno del MAS. Tuvieron cuatro años y mucho dinero; pero no tuvieron conocimiento, preparación, decisión y mucho menos transparencia, evidenciando a través del deporte nuestra realidad actual.
Los escasos resultados para los equipos bolivianos, en Odesur, nos muestran la improvisación en todo lo que le toca enfrentar al gobierno del MAS. Tuvieron cuatro años y mucho dinero; pero no tuvieron conocimiento, preparación, decisión y mucho menos transparencia, evidenciando a través del deporte nuestra realidad actual.
Bolivia
no ha sabido aprovechar las oportunidades que el contexto histórico le ha
brindado en la última década. Y difícilmente podrá recuperar lo que seguramente
se llamará “la segunda década perdida”, como pasó en los años ochenta.
Los grandes esfuerzos por crear un Estado moderno y los avances para tener una administración pública sólida, basada en la meritocracia, capacitada de manera permanente, a través de la escuela de gestión estatal, titulada, competente, conocedora de idiomas modernos, fueron enterrados por la influencia del modelo chavista, que anuló el ritmo del proceso histórico boliviano.
Los grandes esfuerzos por crear un Estado moderno y los avances para tener una administración pública sólida, basada en la meritocracia, capacitada de manera permanente, a través de la escuela de gestión estatal, titulada, competente, conocedora de idiomas modernos, fueron enterrados por la influencia del modelo chavista, que anuló el ritmo del proceso histórico boliviano.
En
cambio, tenemos una burocracia tan inflada que necesita un nuevo palacio para
dos ministerios y edificios de 15 pisos, supernumeraria y escasamente formada.
El propio presidente admite que le es difícil contar con recursos humanos, que
implementen el programa de desarrollo económico y social.
En
el área de justicia, si antes existían vacíos, hoy se abre un enorme agujero
negro que se ha tragado todos los diagnósticos y mejoras constitucionales y
operativas que se comenzaron a implementar entre 1994 y 2004.
Así,
tal parece que, a pesar de los publicitados avances, estamos retrocediendo en
la construcción de nuestro Estado y de lo público. El deporte y nuestro fútbol
son solo dos ejemplos.