¿Es posible quedar indiferente ante
el llanto de un niño? La mayoría de las mujeres sentirá el instinto inmediato
de acercarse a quien se lamenta, sea bebé, niño, niña, de cualquier etnia, de
cualquier religión, de cualquier nacionalidad. Es posible que muchos hombres conmovidos
intenten ayudar de una u otra forma a quien desde su corta estatura brota
lágrimas.
¿Qué decirle a alguien que apenas camina,
pero dice entre sollozos: “no te vayas papá”? O la pequeñita que ruega para que
por lo menos le digan a su tía que venga a buscarla. Otras vocecillas repiten
hasta ahogar la voz: “mamá, mamita, mamita, papá, quiero a mi papá, papaíto” y
tantos rompen sus pequeñas gargantas intentando comprender qué les pasó.
Es posible que otros adultos, madres
en cualquier lugar del mundo, se pongan a llorar al escucharlos, al sentir su
impotencia, sus preguntas, sus insistencias. Es posible que otros muchos
adultos no se conformen con llorar, con compartir la pena, sino que además
respondan con indignación. Aún en la humanidad hay restos de sentimientos que
parecen haber sido arrancados a los miembros de la administración Trump.
Es sólo por la solidaridad de esas
personas, muchos de oficio periodistas, que la opinión pública mundial conoció
el bajo nivel al que ha caído el gobierno de Estados Unidos. Únicamente los
espacios de libertad que aún quedan y del Poder Judicial independiente han
abierto una ventana.
La nación que se enorgullece de su
sistema constitucional muestra una vez más las garras del águila y cuánto puede
rasgar a los demás. Estos últimos meses sus enemigos no tienen más de 5 ó 6, 8
años. Los encierran en jaulas para gorilas peligrosos, sobre suelo pelado, con
régimen de comida grotesca, como carga de pollos. A uno que apenas balbucea le
ponen frente al juez para que se defienda.
Cientos de infantes han sido
separados de sus familiares por orden de la Casa Blanca, pero la responsabilidad
histórica cae en muchos otros. Los propios médicos, psicólogos y trabajadores
sociales que vieron a los chiquitos encerrados, aun cuando algunos han sido
devueltos a sus familias, opinan que esos seres humanos están afectados para
toda la vida.
En su tierno corazón asocian el
dolor a la idea del abandono, creen que sus padres no los supieron defender. Las
secuelas podrán aparecer ahora o cuando ellos mismos sean adultos. Ninguno
quedará sin la marca de la maldad de Donald y Melania.
No es la primera vez que ocurre algo
así en la historia universal y hay casos patéticos como la separación de las
familias de esclavos o de los nativos de Australia para “civilizarlos”, pero se
creía que eran vergüenzas superadas.
Además, hay que recordar que la
violencia social en Centroamérica, la existencia de maras, de grupos armados
irregulares, de mafias narcotraficantes están estrechamente ligadas a la
política estadounidense en la región. Nada indica que exista alguna luz para
lograr soluciones integrales que impidan a desesperadas familias intentar una y
otra vez salir del miedo a enfrentar otro pantano y que se cierre al fin el
ciclo de la violencia.