Algunos
creen que la frase, “La Paz, cuna de Libertad, tumba de tiranos” es sólo una
consigna cómoda para repetirla en discursos. Las crónicas muestran que detrás
de esas palabras hay una historia larga y una historia corta que resume esa
actitud permanente de los paceños y de quienes llegan desde todos los puntos
cardinales como nuevos vecinos.
UNA HISTORIA LARGA
El
espacio geográfico del valle tibio, rodeado de montañas rojas y violetas,
bañado por las aguas cristalinas de las montañas, era un punto de intercambio
de productos de la tierra en las lejanas épocas de los indios pacajes y de los
señoríos aimaras. No perdió su fortaleza en los cortos años que estuvo bajo
dominio incaico, cuando llegaron las huestes del imperio español. La influencia
milenaria de la civilización tiahuanacota y sus formas de organización social y
económica habían sobrevivido a todas las oleadas invasora, sea para el trabajo
agrícola, el culto, la guerra, la expansión, hacia la costa (de ida y de
venida), hacia las estribaciones de la cordillera, hacia el piemonte de la
selva amazónica.
Aunque
los antiguos documentos en diferentes archivos americanos y europeos destacan
sobre todo los roles de los malkus y curacas en el norte del actual
departamento de Potosí y los valles hacia el suroeste del actual departamento
de Cochabamba, en las distintas provincias de los señoríos aimaras paceños se
mantuvo el sistema social y económico. Los habitantes de estos parajes,
incluyendo los que poblaban las alturas del páramo se distinguieron por su
vocación comercial, habilidad que pasaron de generación en generación y más
tarde desde su original paisaje hasta las veredas urbanas y actualmente hacia
el Oriente o hasta las metrópolis latinoamericanas, en Estados Unidos o en
España, Alemania.
Esa
habilidad de fenicios habría de distinguirlos por centurias.
Por
ello, la ciudad ya era la referencia más importante cuando se desató la gran
sublevación de indios en 1780. El formidable alzamiento no sólo estaba motivado
contra las reformas borbónicas que desconocieron los acuerdos o “modus vivendi”
que se había logrado desde las visitas del Virrey Toledo, o contra los nuevos
impuestos y restricciones al comercio de tejidos propios, sino que canalizó
décadas de resistencia a la dominación hispana, sea directa- sangrienta- o cultural,
con la imposición de un segundo estado no formalizado y la práctica de sus
visiones de mundo más tradicionales.
La
organización de las fuerzas rebeldes, sus estrategias para cercar a los
criollos y a los metropolitanos, su capacidad de combinar ataques con defensas
llama la atención. ¿Qué espíritu podía ser tan poderoso para impulsarlos a la
guerra aun cuando las fuerzas estatales eran obviamente muy superiores en armas
y escuadras? ¿No era una primera muestra del terremoto que se descontrola
cuando se impide el ejercicio de la libertad personal o colectiva?
No
vamos a entrar en los detalles, mas hay elementos que parecen increíbles para
el observador actual. ¿Cómo tuvo la idea Julián Apaza de adoptar un seudónimo
como un guerrillero moderno, cómo escogió dos nombres tan simbólicos como
Tupac- serpiente y de recuerdo del líder quechua/inca y Katari/serpiente de
homenaje al guerrero de Chayanta y Macha?
¿Cómo
incorporaron con tanta fuerza a las mujeres, Bartolina Sisa, Gregoria Apaza, a ser
la vanguardia de los soldados y encargarse de la logística de la tropa? ¿Qué
episodio similar podríamos comparar con alguna acción en este nuevo milenio, en
cualquier parte del mundo, con estas hembras que sacudieron a los militares de
oficio? Quizá las guardias misteriosas de Kadaffi, quizá las milicianas kurdas.
Era fines del siglo XVIII y aunque había historias de troyanas y de españolas
valientes frente a tropas invasoras, pocos casos se igualan con estos roles que
aún parecen imposibles en medio de feminismos y políticas de género.
LAS “BULLAS” DE 1809
En
1805 y en 1809, cuando comenzaron las primeras “bullas” independentistas- como
las registran los informes coloniales- La Paz ya era una principal referencia
de la Audiencia de Charcas. Potosí, con su relevancia para la primera
acumulación capitalista, eje articulador de la futura nación, no lograba el
peso político de la ciudad norteña que conectaba sus riquezas con los mares del
sur.
Charcas,
también heredera de la organización indígena precolombina, sede principal de
las decisiones estatales, académicas y eclesiásticas para la Audiencia y
receptora de las instructivas de ultramar, de Lima y luego de Buenos Aires, no
tenía más de 20 mil habitantes cuando comenzó la revolución de mayo.
El
rol de los paceños durante los quince años de guerra fue marcadamente de
audacia y de coraje. No faltaron las traiciones y envidias como en el resto del
continente. Sin embargo, no hubo tregua.
Una
vez más, las mujeres se encargaron de tomar decisiones fundamentales para el
curso de la guerra. Entre todas, la más libertaria fue Vicenta Juaristi Eguino,
la criolla que conspiró con sus distintos maridos y amantes para apuntalar la
utopía de la Proclama dl 16 de julio de 1809.
No
sólo entregó joyas y bienes para ayudar a financiar las vituallas para los
patriotas, también llevó cartas clandestinas, escondió a insurrectos, defendió
a perseguidos, fue ella misma detenida. Al comprender que la victoria estaba
cercana dejó las tareas a sus hijos, ella ya había aportado lo suyo. Temía el
desorden futuro, el aprovechamiento de los patriotas recién convertidos, pero
les dejó las nuevas batallas a sus hijos. Murió en época republicana y fue
ampliamente homenajeada; al contrario de lo que se repite, la sociedad no era
tan pacata y la lloraron hombres y mujeres y nadie se atrevió a censurar sus
muchos amoríos.
Dejó
una casa, en la actual esquina Potosí y Ayacucho, como logró identificar el
historiador Alberto Crespo. ¿Qué diría ella y qué diría el custodio de la
memoria de los paceños, si al volver a la tierra vieran lo que ha sucedido? El
gobierno del cocalero Evo Morales la mandó demoler y en su lugar se construyó
un palacete con el estilo de los casinos estadounidenses.
Adiós
historia, adiós memoria colectiva.
El
único guerrillero sobreviviente de las republiquetas que logró un puesto entre
los doctores que crearon a la nación y que en 1826 debatieron la primera
Constitución Política de la República de Bolivia fue un paceño.
LA PAZ EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN
La
Paz tenía cerca de 70 habitantes en el censo de 1830, era el principal centro de
intercambio comercial del país con sus vecinos y con Europa y ya pesaba como
ninguna otra ciudad o ningún otro departamento en las definiciones políticas,
sean palaciegas o sean montoneras.
Es
importante recordar que La Paz se desarrolló y obtuvo ventajas con relación al
resto de otros centros urbanos o productivos por el trabajo, esfuerzo y
capacidad de sus propios habitantes y parroquianos.
En
este inicio del nuevo milenio no faltan voces que creen que La Paz creció y
logró bienestar y calidad de vida por el favoritismo del centralismo. Antes de
cualquier centralismo, los paceños ya tenían una ciudad primorosa, con mercados
muy bien surtidos, cajas de agua, callejones, calles y avenidas, iglesias
barroco mestizas, imaginería, orfebrería, cerámicas, tejidos, cesterías, carbón
y minerales. Se podía conectar con Lima, pasando por la Garita, por Alto Lima,
por los caminos al oeste, con Buenos Aires al sur, con el puerto boliviano de
Antofagasta o con otros muelles peruanos y chilenos.
La
Paz tuvo, además, el rostro mestizo, como ninguna otra gran urbe continental,
ni siquiera en México o en Guatemala hay una experiencia similar. El turista
moderno puede recorrer varios rostros en pocas horas, desde las alturas que en
estos días amanecen nevadas y la impresionante montaña de colores que la
ampara, el Illimani. No está dividida solamente entre las antiguas parroquias
de indios de Chuquiago marka o la plaza y las calles ajedrezadas del centro
criollo, sino que está el mestizaje paceñisimo de Churubamba, la influencia de
la selva hacia la salida a Los Yungas, los vestigios de los antiguos barrios
señoriales, la influencia estadounidense hacia el sur y hacia barrios cerrados,
los paseos y parques hacia la salida a Río Abajo y una amplia red desde époas
precolombinas hasta los valles y los cocales.
Desde
siempre y también ahora, la oferta gastronómica es la más variada de Bolivia.
Ahora con muchos nuevos emprendimientos, desde el más premiado “Gustu” hasta
las caseras en el Mercado Camacho, las sandwicheras en La Florida y los jóvenes
que estrenan carromatos desde donde difunden sabrosas fusiones en un fenomenal
nuevo logro de los paceños.
Desde
hace unos lustros con un ingrediente más llamativo, el amazónica. Tarde, pero
todavía a tiempo, La Paz como ciudad y como departamento comprende que además
de ser pluricultural es multigeográfica y que puede consumir trucha del Lago
Titicaca, pero también pacú o surubí de sus ríos caudalosos. Tiene más de 50
variedades de papa, arroz, maíz, maní o hierbas finas, champiñones, yuca o
plátanos y todas las frutas que caben en la imaginación.
De
pronto, la ciudad que estaba somnolienta con tanta agresión política, bloqueos
y cismas, despierta y se convierte en un extraordinario destino para comer
rico.
Su
fuerza económica generó desde el inicio las presiones para ser sede del poder
político y militar, además del productivo que había logrado expandir con sus
habilidades comerciales.
Las
residencias alternativas del gobierno entre Sucre y La Paz estaban usualmente
tensionadas y ambas urbes contemplaban la sucesión de asonadas, golpizas,
muertes.
En
La Paz, los habitantes castigaban a los tiranos. Un caso ejemplifica la
reacción popular a los abusos y es una lección que sigue vigente.
Aunque
tantos caudillos bárbaros habían ingresado al poder para repartirse los bienes
del estado y para perder partes del territorio original, el populacho convivía
con los excesos; algunos periodistas los denunciaban, otros se oponían
tímidamente.
Distinto
fue cuando el director de policías, Plácido Yañez mandó asesinar a los
opositores apresados en el Loreto, antiguo edificio situado en el actual
terreno del Palacio Legislativo. La soldadesca los acribilló cuando dormían,
entre ellos al yerno de Isidoro Belzu, Jorge Córdova. Una imagen tan
estremecedora como la del Hotel de Las Américas en 2008.
Los artesanos bajaron desde las laderas a
castigar al culpable de tanta malicia. Subieron desde las avenidas las caceras
de los mercados. La plebe mató al
matador.
Los
políticos creyeron que era hora de aprovechar esa reacción ciudadana, pero
hombres y mujeres volvieron a sus casas. Habían ajusticiado a Yañez, el
perverso que mató a personas que estaban en dormitorios, había pasado la línea
roja de los muchos conflictos anteriores.
Así
sucedió en otras ocasiones. Incluso en 1946, el populacho colgó a Gualberto
Villarroel en una orgía sangrienta, por sus medidas sociales, pero también
porque había mandado matar de forma vil y traicionera a antiguos congresales y
a personalidades, como Luis Calvo, entre otros.
Es
posible imaginar que tampoco hoy los paceños quedarían indiferentes si alguien
asesina a la cúpula de los actuales opositores o a líderes de la sociedad
civil.
La
Paz escogió ser tumba de tiranos y algo que molesta a sus habitantes es el
abuso desde el Estado.
LA PAZ SEDE DE GOBIERNO
La
Paz es sede del gobierno, ejecutivo y legislativo, desde 1898, después de una
guerra fratricida que dejó profundas heridas y que habría podido evitarse con
un poco más de cordura y sensatez.
El
nuevo siglo saludó a la ciudad en pleno desarrollo social, económico y
urbanístico. Barrios emblemáticos como El Prado, Sopocachi, San Jorge, Obrajes,
parte de Miraflores reflejan aún hoy el gusto exquisito de las nuevas élites.
Los liberales alentaron la expansión de la educación y crearon normales para
beneficiar a las maestras mujeres, alentaron los centros culturales y
deportivos, las factorías modernas de tabaco, bebidas, hilados.
Durante
medio siglo fue la principal ciudad boliviana receptora de los migrantes
europeos expulsados de sus antiguos hogares por causas económicas, pero sobre
todo por causas políticas durante las dos guerras mundiales.
Esa
nueva sangre trajo tecnología y progreso, aun cuando aquel no llegó a una mayoría,
como si conseguían otros gobiernos como Batlle y Ordoñez en Uruguay o Figueres
en Costa Rica. Las laderas se llenaron de villas obreras.
La
Paz, con apoyo de migrantes centroeuropeos, fue la pionera en tener conjuntos estables
de teatro moderno, compañías de danzas, escuelas de bellas artes, más tarde una
orquesta sinfónica, los museos nacionales.
A
lo largo del Siglo XX y hasta nuestros días es la urbe que más se sacrifica por
combatir a los tiranos, sean militares o civiles. Y sus mujeres siempre en
primera plana, sean sufragistas como Carmen Sánchez Bustamante de Sánchez de
Lozada;
activistas como las barzolas y abogadas del
MNR; conspiradoras como las falangistas, guerrilleras guevaristas, defensoras
de la democracia, grafiteras.
La
Paz siempre abrió sus puertas a los forasteros, sean bolivianos o extranjeros,
eslavos o gitanos, empresarios o buhoneros.
LA PAZ SOLIDARIA
Además,
los paceños y quienes deciden vivir en La Paz se convierten, a veces a la
fuerza, pero generalmente como anónimos voluntarios que sustentan las muchas
luchas sociales del pueblo boliviano.
Cada
día, desde hace décadas, llega alguna marcha, una protesta, un cerco y la ciudad
abre sus brazos, sea a las esposas y madres de presos políticos; las mineras
ayunando en el Arzobispado; a discapacitados, a los universitarios, agrarios,
gremiales, cocaleros.
La
Paz cobija a los rebeldes, los tolera. Muchas veces los alimenta, les da un
espacio para que duerman, aunque lancen dinamitas, aunque destrocen sus
avenidas, aunque pinten sus edificios y, tristemente, maten a algún ocasional
peatón.
Quizá
el recuerdo más simbólico de todo ello quepa en un día de octubre, en un año
del nuevo siglo, en un momento irrepetible, cuando los niños del kindergarten
miraflorino, los banqueros de la Camacho, los intelectuales del Alexander, las
barrenderas de la alcaldía, los profes de la U y tantos, tantos, tantos más
salieron a vitorear a los marchistas que defendían el bosque y con él al futuro
de la humanidad,
Viva
el TIPNIS, gritaban y se peleaban con estrechar la mano de la mujer descalza.
Viva el TIPNIS y le alcanzaban una gelatina, una gorra, una frazada.
Esa
es La Paz, esa es mi ciudad. Al que no la conoce, no la comprende, mal le irá.