De reojo miro el hermoso “Cristo
Aimara” del inigualable Cecilio Guzmán de Rojas. No puedo concentrarme en el
cuadro, porque a mi lado está su propio hijo Iván rodeado de admiradores y de
vecinos de Sopocachi. Al frente me saluda la historiadora Clara López, a quien
no veo hace tiempo.
Besos y abrazos, sonrisas. Rolando
Encinas se sale del escenario y me dice: “otra vez”, porque trato de asistir a
todos los conciertos de “Música de Maestros” y Juan Carlos Nuñez hoy no habla
sobre el Pacto Fiscal, hoy toca cuecas y bailecitos. Mientras más allá están amigas
deportistas, la representante de la CAF, la embajadora de Uruguay, los
grafiteros de la Calle de la Felicidad, la pintora Giomar Mesa, familiares de
Arnal.
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¿Qué
tal?
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¡Qué
hermosa noche!
Otros besos y saludos con Suely
Aguiar que presenta una impresionante maqueta sobre la historia y cultura del
mundo afro en Bolivia en el Centro Boliviano Brasileño que ofrece capoeira de
Bahía, bocadillos de Recife y café en un carromato, de esos que ahora atienden
jóvenes emprendedores, de moda en las calles paceñas.
No alcanzo a entrar al Planetario
“Max Schereier”, como cada año está repleto y mis alumnas me saludan
satisfechas, ya están adelante. Nadie se cuela, nadie protesta, nadie discute.
Es la “Larga Noche de Museos” y
desde que baja el telón a las 15:00 toda la ciudad se transforma. Hay un
acuerdo misterioso para gozar la jornada, sin prisas, sin bocinas, sin
borracheras, sin riñas. Es como la magia del “Pumakatari”, cuando los paceños
decidimos no ser como solemos ser y nos convertimos en seres respetuosos,
amables, sonrientes y llenos de besos y abrazos.
Ríos de gentes bajando y subiendo,
parejas, familias, muchísimos niños. “No sé por qué otras veces no entran, si
nuestras actividades son gratuitas, hay como una timidez, pero en esta noche
todos se atreven”, comenta María del Centro Cultural de España ante la
presencia de decenas de jóvenes que asisten al programa ofrecido. Casi todos
son de las laderas, grupos alegres y comunicativos.
Las estadísticas cuentan 250 mil
personas en las centenas de puertas abiertas, de escenarios callejeros, de
disfrute de la cultura, el ocio, la comida, hasta las ofertas de los artesanos.
En la Biblioteca Municipal vi diferentes colecciones, en la Alianza Francesa,
fascinante exposición sobre los nuevos colonizadores.
Acaba de irse Luis Revilla, alcalde
de La Paz, me dice una activista medioambiental, mientras la Avenida Ecuador se
abre como un espacio amazónico lleno de color, un bosque de papel, para
recordar al TIPNIS. Todo mensaje que defienda la Vida es válido en esta
larguísima jornada, ya contagiada al resto del país.
La ministra de Cultura Wilma Alanoca
es bien recibida en los sitios que visita. Los museos nacionales están
abiertos, las academias militares, las embajadas amigas, los centros
culturales, las fundaciones, el exclusivo Círculo de la Unión o la popular
Jaén. Los policías cuidan, no reprimen.
¡Está es Bolivia!, me ilusiono. Una
vez más la cultura recrea la utopía de un mundo fraterno, donde la ternura de
los humanos se impone a pesar de los propios humanos.