- “¿De dónde viene?”, pregunté a Evo
Morales, la última vez que coincidimos en un avión, hace ya tres lustros. La
amable aerolínea comercial nos había invitado a primera clase por cortesía,
seguramente a él por dirigente político y a mí por periodista. Era en la ruta
Lima La Paz y faltaban pocas semanas para las elecciones de 2005.
- “Estuve en Cuba”, me contó. Había
tenido charlas con el “comandante” sobre el futuro de los hidrocarburos
bolivianos, había escuchado una vez más el consejo para leer mucho y estudiar.
Me contó también que casi no estaba en su casa, siempre de viaje.
“Me compro una garrafa y me dura
meses porque casi nunca cocino, ni mi desayuno. Parto temprano y las compañeras
me invitan a almorzar, a cenar”.
Charlamos tranquilos, él sencillo,
abierto, apenas cargaba un pequeño maletín de mano. Nos conocíamos desde los
noventa, él cocalero, yo presidenta de la APLP había organizado la Comisión de
Paz para denunciar los abusos que sufrían en el Chapare.
Recuerdo también a Jorge Quiroga,
cuando era vicepresidente de Bolivia. Ambos íbamos en clase turística, algo que
me sorprendió. “Hay que ahorrar” me dijo mientras hablamos sobre los temas de
coyuntura. No pidió ningún trato especial a las mozas. Era deportista,
trotador, sin gastar dinero estatal para mantenerse en forma.
Igual encontré una vez al que era entonces
ministro de Comunicación, Hermann Antelo. Ambos hacíamos la cola en Viru Viru y
el jefe de operaciones del LAB lo invitó a pasar, yo de colada. Él se excusó.
“Muy amable, pero no se preocupe.
Hago la fila que me toca”. Los viajeros lo miraron admirados, mientras yo me
quedé algo turbada porque reconocía que me iba bien sentarme después de 18
horas de viaje. “Por eso lo queremos tanto”, comentó una mujer.
Otra experiencia fue con la super
ministra Viviana Caro, cuando se debatía intensamente los resultados del censo
de 2012. Ella llegó temprano, igual que yo y nos quedamos esperando que todos
aborden. No sabíamos que la aerolínea boliviana había sobrevendido los pasajes
Cochabamba La Paz y no teníamos asiento. Cuando los funcionarios se dieron
cuenta quién era ella, solicitaron a los pasajeros cederle alguna plaza. Ella
no quiso influir ni presionar, ni gritó ni protestó. Al final, hubo un lugar y
a mí me sentaron como sobrecargo. Era una profesional, no una política; ese
gesto es una muestra más de su capacidad.
Compartí la ruta Santa Cruz La Paz
con el entonces senador Leopoldo Fernández poco después de su paso como
Ministro de Gobierno. Ambos teníamos muchas diferencias ideológicas y políticas,
pero él siempre fue amable y gentil. Hablamos de todo, también de Evo Morales.
No olvido su comentario. Había
recibido muchas presiones para apresarlo por sus últimos bloqueos, querían que
sea duro contra los cocaleros. ¿Los gringos, su propio partido? No sé, pero me
confesó que él no aceptó.
“Me negué a usar la fuerza, prefiero
negociar”, me confesó a pesar de que yo había sido su adversaria como dirigente
de la prensa.
Nunca me olvidé de esas palabras.
¿Qué dirá ahora, tantos años después, perseguido, atormentado, mal juzgado y
acorralado?