Italiana, mujer, judía y comunista,
Giorgina Levi no tenía un panorama fácil cuando llegó a Bolivia en 1939 como
una de las muchas personas obligadas al exilio o a la emigración política y
económica entre las dos guerras mundiales.
Junto a su
esposo, médico alemán y judío, Enzo Arian, Giorgina no tuvo mucho para elegir.
Los gobernantes militares bolivianos después de la Guerra del Chaco eran de los
pocos que aceptaban asilar a judíos; es más, en el caso de ser médico,
inclusive le ofrecían trabajo.
Levi (1910-2011), treintañera, pero recién
casada, sabía que era casi imposible permanecer en su país junto a un judío
berlinés, quien ya de hecho había perdido a casi toda su familia en las razias,
después de la decisión fascista de emitir las leyes racistas.
Con sus regalos primorosos, como dos
camisones de seda y una preciosa carterita, Giorgina partió a ese país
absolutamente desconocido. Pronto experimentó que de nada le servirían los
trajes a la moda de Turín ni la fina costura. Aprendió a cocer chaquetas de
bayeta y a vestir pantalones de mezclilla, a cubrirse con chalinas de alpaca y
a portar enormes sombreros.
Primero, para defenderse del viento en un
pueblillo perdido en Zudañez, donde el único forastero era un árabe vendedor de
telas colorinches que todavía pensaba que la tierra era plana.
En Sucre encontró más fácil trabajo de
peluquera que enseñando alguno de los siete idiomas que domina a la perfección,
inclusive el latín y el griego. Recién esa práctica la tuvo en La Paz, donde mi
padre Huáscar fue su alumno y de quien ella dice que le discutía sus posiciones
comunistas.
Más comprensión consiguió compartiendo con
prostitutas y parias que con los propios judíos que también se discriminaban
entre alemanes, polacos, divorciados, librepensadores, anarquistas, aunque
todos sufrían la misma nostalgia de la patria lejana.
Tuvo
frío en Oruro, en la mina Apacheta, en el campamento de Santa Fe. Sin embargo,
poco a poco se dio cuenta que la realidad del país que la acogía y que tanto
había golpeado inicialmente su elegancia y finura, la afirmaba en su militancia
antifascista y en su ideología comunista. Bolivia, de ser un lugar de soledad y
de desorden continuo, se fue pareciendo a la Maestra Vida, a la Madre que acoge
y consuela.
Hizo contactos con otros europeos,
austriacos, croatas, alemanes. En su extensa entrevista con Marcella Filippa
(traducida por Clara López) detalla escenas y personajes de la vida boliviana
de los años 40 que no se encuentran en otros textos nacionales.
Centenaria, defendía al comunismo y
recordaba a Oruro y a La Paz, a los niños bolivianos, a los mineros bolivianos.
Celebró el triunfo de Evo Morales y preguntaba por detalles de la vida
cotidiana.
Un extraordinario personaje, cuya lucidez
y memoria, permite conocer mejor una época que fue gloriosa. Dan ganas de
continuar indagando sobre el polaco Citrín, el antifascista Deutsch, el
italiano Bono, el rabino de Coblenza y tantos otros que viajaron por el
altiplano boliviano, ahí organizaron su pedazo de resistencia y más tarde
volvieron a sus países.
Esa biografía no es única, Decenas de
judíos pasaron por Bolivia hace 80 años.
LO
COTIDIANO
De niña, no conocía a esos
personajes grandiosos, las estadísticas, la historia de los nazis y menos los
seculares problemas de los judíos con los árabes.
Para mi numerosa familia la
presencia judía en Bolivia se reducía a la tarde privilegiada cuando mi madre
nos llevaba de compras.
En el “Salón Edith”, en la Avenida 6
de Agosto casi Guachalla- según recuerdo- compraba los sacos de tonos cálidos,
rojos mis preferidos, bordados en alto relieve con rositas y hojas lanceoladas
de verde bosque. Era una adquisición preciada, para el cumpleaños, para la
fiesta de fin de año. Había que cuidarla. Hasta volver otra vez y escuchar la
lejana charla de la clienta con la señora de cabello rojizo, enrulado. ¿Será
que mi memoria me engaña? Tengo tan clara esa imagen que dudo que sea mi
invento.
Más reciente es el retrato de los
esposos que atendían la tienda de niños “Lupo” en la Yanacocha porque igual que
mi madre, también yo compré ahí pañales y los primeros pantaloncitos cortos de
mi hijo. Él callado, hablando una jerga extraña; ella más amable, blanca bajo
un cabello oscuro y unos bigotillos que me impresionaban.
Todavía en los años 60 tocaban el
timbre de la casona en pleno Sopocachi paceño judíos que vendían telas, libros,
discos.
En las épocas austeras de nuestra
infancia, los doce sólo podíamos festejar afuera al terminar el ciclo escolar y
el lugar escogido era siempre la heladería “Max Bieber”. Teníamos temor si caía
agua sobre el bonito mantel, romper un vaso o colocar mal los abrigos al
ingreso en la calle 20 de octubre casi Aspiazu. Local que atendían los
Resnikovski, no sé por qué conexión familiar.
Sobrevive la otra confitería famosa,
“Elys”, que supo siempre renovarse y atender a cada comensal como al único
cliente del mundo. El querido Max y los mozos y mozas con tantos años de
experiencia, las visitas de Juan Lechín y la plana mayor de la Federación de
Mineros y de la Central Obrera, la música detenida en el tiempo, los cuadros de
muchachas con pasadas modas.
En Cochabamba, en Oruro, las
pastelerías eran de alemanes, de judíos, mejor dicho, de mujeres judías, de
origen alemán o austriaco.
EL
REGISTRO OFICIAL
Fue el historiador boliviano de
origen judío, León Bieber, el autor que con gran paciencia consiguió documentar
aquellas vidas, más allá de la simple anécdota, de la nostalgia.
Aunque la presencia de los alemanes
en Bolivia ha interesado y aún interesa a muchos historiadores e
investigadores, Bieber ha escrito los principales textos. Sin leerlo, no se
conoce cómo, por qué y qué pasó con la llegada de miles de migrantes desde
1938.
Como me contaba en un reciente
intercambio postal, entidades como el Planetario Max Schreier, la principal
editora y librería bajo la conducción de Werner Guttentag, la Orquesta
Sinfónica Nacional, la práctica del andinismo y de esquí en Chacaltaya, la
creación de grupos deportivos (Heinz/ Happ, Werner Schein), el atletismo, el
ajedrez, el arte de la fotografía (Kavlin, Grunbaum), la medicina (Gerd Simon) no
se explicarían sin la llegada de judíos perseguidos en Europa.
Para Bieber, la migración judía en
Bolivia en los años 30 y 40 tuvo luces y sombras, sin olvidar además los
esquemas corruptos de autoridades bolivianas para negociar visas falsas.
Lo importante fue que más allá de
muchos proyectos fracasados, de tantos que no lograron adaptarse al medio rural
donde supuestamente tenían que aportar, las disputadas internas entre judíos de
origen alemán y austriaco y los otros judíos, el Decreto de Germán Busch
permitió salvar muchas vidas, antes y durante la Segunda Guerra Mundial.
Aunque Bieber ha publicado
diferentes textos sobre el aporte judío a Bolivia, destacando Cochabamba, y
sobre las relaciones boliviano alemanas, es el libro “Presencia judía en
Bolivia, la ola migratoria de 1938-1940)” (Lewy, Santa Cruz de la Sierra, 2010)
el que recoge la parte central de sus larguísimas indagaciones en archivos
bolivianos y mundiales y decenas de entrevistas realizadas en varios países de
América y de Europa para conocer la opinión de quienes alguna vez estuvieron
refugiados en Bolivia.
La llegada de migrantes judíos a
Bolivia tuvo tres etapas, 1933-34, la principal entre 1938 y 1940 y la última
entre 1941 y 1945. La primera no fue tan intensa como a otros países
latinoamericanos, motivada por la llegada de los nazis al poder en 1933 y el
despido masivo de empleados de origen hebreo, además de los primeros indicios
de una violenta persecución.
La comunidad creó inmediatamente una
entidad de resistencia y contingencia para ayudar a los refugiados y
perseguidos. En Bolivia también funcionaron dos entidades fundamentales: la
JOINT (American Jewish Joint Distribution Comitee, 1933), que contribuyó a la
llegada y a la integración de miles de judíos en Bolivia; y la SOPRO (Sociedad
de Protección a los Inmigrantes Israelitas (SOPRO), constituida formalmente en
La Paz el 16 de febrero de 1939, que contó con importantes aportes del “barón
del estaño” de origen judío Mauricio Hoschild.
El 14 de marzo de 1938 la prensa
boliviana publicó una Resolución Suprema donde instruía que todos los
representantes bolivianos debían canalizar las solicitudes de migración judía a
través del Ministerio de Agricultura. Bolivia tenía la idea de aprovechar esa
migración para modernizar el agro, aunque- como el caso de Georgina Levi- eran
muchos académicos y formados en otras ciencias y no querían quedarse a cuidar
gallinas.
En mayo, la Cancillería informó en
La Paz que la cuota de migrantes no tenía límites y el 9 de junio de 1938,
fecha histórica, el gobierno boliviano anunció que las puertas del país estaban
abiertas a todos los que quisieran venir a trabajar las “exuberantes tierras
que les entregaremos gratuitamente”.
Lo central fue el Decreto de 9 de
junio de 1938 que abría las puertas de Bolivia a los migrantes judíos, aunque
siempre con la dificultad que tenían que llegar atravesando otros países, como
Brasil, Argentina o Chile, que no siempre los ayudaron. Había trabas por el
desorden, la corrupción y la burocracia bolivianas, pero sobre todo las odiseas
más desesperantes las creaban las oficinas y fronteras europeas y los
consulados en Alemania.
La fecha fue clave porque poco
después se agudizarían los violentos pogroms en Berlín y en toda Alemania, más
tarde en varios países europeos.
La posición oficial aclaraba que
Bolivia no se podía hacer coparticipe de odios y persecuciones, texto también
relevado por el historiador estadounidense Herbert Klein.
El Decreto estaba además acompañado
por otras declaraciones oficiales bolivianas contra la persecución a judíos y
destacando a la vez la necesidad de recibir a migrantes que ayudarían a la
modernización del país.
LOS
RESULTADOS
Es fácil imaginar el impacto de la
llegada masiva de estas familias a ciudades tan provincianas como eran entonces
La Paz, Cochabamba, Sucre, Oruro, también Santa Cruz y Tarija. Algunos autores
calculan hasta en 10 mil el número de migrantes, una cifra inimaginable aún
para nuestros días.
Se crearon sinagogas, colegios
israelitas, cementerios, centros de estudio, las primeras confiterías y los
primeros restaurantes diferentes a las tradicionales pensiones, tiendas de
moda, centros de deporte y la dinámica social se transformó.
Sin embargo, muchos recién llegados
no se encontraban a plenitud en un medio indígena, muy diferente a su esencia
cultural y después de la guerra la mayoría retornó a Europa o partió al nuevo
Estado de Israel fundado en 1948.
Los que se quedaron, generalmente se
casaron y se relacionaron con nativos y formaron hogares boliviano judíos y a
la mayoría les sonrío el éxito económico.
Los habitantes reaccionaron con
diferentes matices. En cambio, dos partidos políticos expresaron claramente su
antisemitismo: desde la visión del nacionalismo católico, los falangistas
mantenían la idea de que los judíos mataron a Jesucristo y rechazaron su venida
en masa; desde la influencia nacional socialista, los movimientistas incluyeron
en su primer programa ideológico su rechazo a la migración hebrea.
LOS
NUEVOS TIEMPOS
Actualmente Bolivia carece de una
clara política para alentar la migración.
La llegada de cientos de chinos ha
causado malestar en la población porque no se percibe que traigan mejoras
tecnológicas o conocimiento, sino todo lo contrario. La imagen de explotadores
de obreros y campesinos, de traficantes de animales, el irrespeto a las leyes
sociales bolivianas y la forma oscura de hacer negocios con el gobierno es una
impronta que difícilmente se podrá superar.
Con el caso venezolano, hay dos
reacciones; indignación porque en esta década llegaron tantos militares y
comerciantes que aprovecharon sus lazos políticos para introducirse en el país
sin dejar nada a cambio; y la compasión a cada vez más caraqueños apostados en
las calles bolivianas ofreciendo arepas o comidas varias.
Mientras escribo esta nota, escucho
una vez más en la radio noticias sobre la violenta represión de Israel contra
los palestinos en Gaza y Cisjornadia, los hombres y mujeres castigados desde
hace 70 años por la creación de Israel y su expulsión irresuelta de las tierras
de sus padres.
La historia nos revela que el alto
precio por el Holocausto no lo pagaron los europeos sino otros pueblos, que
viven como esclavos en su propio territorio.