“¡Asesinos!,
¡asesinos!, ¡asesinos!”. Asesinos de niños, de mujeres, de periodistas.
Asesinos, asesinos, asesinos. Es el grito que estremece decenas de ciudades en
todo el planeta, que rebalsa las redes sociales y ahora también resuena en casi
todas las principales cadenas de noticias internacionales.
Ante la
insuficiente reacción de los gobiernos y de los organismos internacionales, la
sociedad civil ha vencido al pretexto acusador de “antisemitismo” para denunciar
con datos y hechos y con profundísimo dolor la destrucción sistemática del
ejercito judío contra la población civil de Gaza.
Tal como
resumimos en varias ocasiones, las palabras y los calificativos han dejado de
tener sentido cuando se contemplan los cuerpos mutilados de familias íntegras,
de niños que hacían fila para recoger algo de agua, de un camillero atendiendo
a los heridos de un bombardeo previo, de los periodistas acribillados.
Hace un
año se describía el horror como un genocidio, como un nuevo holocausto, como un
violento e inmenso campo de concentración al aire libre o como un infanticidio
masivo. Ahora, después de 22 meses de intensificación de la guerra de Israel
contra el pueblo palestino, no existen antecedentes en la historia. No hay
calificativos suficientes.
Las
imágenes demuestran que la invasión israelí es una continuación de lo que
sucedía mucho antes del 7 de octubre de 2023. Sacerdotes y religiosas católicos
son testigos de las permanentes incursiones de soldados y de colonos contra
niños palestinos en Gaza, en Cisjordania y en los propios territorios ahora
bajo bandera de David, donde viven los últimos descendientes de palestinos y
beduinos.
Llama la
atención que los responsables de tirar bombas contra hospitales y lugares
sagrados; de disparar contra personas que buscan algo de comida; de humillar en
todo momento y en todo lugar a la dignidad de las mujeres árabes, son los hijos
o nietos de quienes padecieron durante el régimen nazi en Europa.
En ciudades
españolas la multitud retrasmitía los cuerpecitos de cientos de niños
amortajados de blanca túnica, sangrante. Más de 300 mil australianos marcharon
condenando a Israel. En Nigeria, en México, en Chile y también en ciudades
estadounidenses, en parlamentos europeos, en festivales de cine, en salas de
concierto la gente pide paz en Gaza, ondea banderas palestinas y se une al
grito “Palestina Libre”.
Artistas,
intelectuales, internautas graban videos para convocar a la acción de sus
respectivos gobiernos. Defender a Gaza es defender a la humanidad.
Unas
palabras especiales merecen los periodistas asesinados por cumplir con su deber
de informar al mundo sobre lo que sucede en Palestina. Israel prohíbe el
ingreso de la prensa internacional a pesar de los insistentes pedidos de las
agrupaciones de periodistas y de las agencias de noticias occidentales. Sólo
admite algún reportero que siga a sus tropas.
En
ninguna guerra, un ejército enemigo ha exterminado a tantos cronistas como
Israel en su conquista de Gaza. Más de 280 hombres y mujeres, casi todos
menores de 30 años, a veces junto con toda su familia, han sido asesinados.
Asesinados.
Los
últimos fueron los reporteros que habían acudido a cubrir los estragos de un
bombardeo israelí contra el hospital Nasser en Jan Yunis. Los fallecidos fueron
Mohammad Salama, Ahmed Abu Aziz, Moaz Abu Taha, fotógrafo, Husam al Masri,
camarógrafo de la agencia Reuters y la joven de 33 años de AP Mariam Dagga.
Consciente
del peligro, Mariam redactó su testamento. Pidió a sus colegas no llorar en su
funeral y a su hijo de 13 años, Ghaith, le escribió: “Hazme sentir orgullosa,
alcanza el éxito y brilla”. Sus colegas la describieron como una verdadera
heroína.
Israel
no quiere que se muestre la hambruna en la Franja, la cual niega
sistemáticamente. Como otras veces, los comunicados oficiales se limitaron a
“lamentar lo sucedido” ante la consternación mundial. En Bolivia ninguna
organización de prensa se pronunció, ni tampoco los candidatos en las
elecciones del 17 de agosto.
Tampoco
hubo reclamos desde Bolivia por la muerte de Anas Al Sharif, ese juvenil rostro
que informaba desde los lugares más peligrosos sobre esos “cuerpos puros
aplastados bajo miles de toneladas de bombas y misiles israelíes, destrozados y
esparcidos por los muros”. En una de sus últimas fotos besa a su hijita. En su
testamento apuntó: “He entregado todo mi esfuerzo y todas mis fuerzas para ser
un apoyo y una voz para mi pueblo”.
¿Cuántos
más tendrán que morir para que alguien detenga a Israel?
LUPE CAJÍAS
“¡Asesinos!,
¡asesinos!, ¡asesinos!”. Asesinos de niños, de mujeres, de periodistas.
Asesinos, asesinos, asesinos. Es el grito que estremece decenas de ciudades en
todo el planeta, que rebalsa las redes sociales y ahora también resuena en casi
todas las principales cadenas de noticias internacionales.
Ante la
insuficiente reacción de los gobiernos y de los organismos internacionales, la
sociedad civil ha vencido al pretexto acusador de “antisemitismo” para denunciar
con datos y hechos y con profundísimo dolor la destrucción sistemática del
ejercito judío contra la población civil de Gaza.
Tal como
resumimos en varias ocasiones, las palabras y los calificativos han dejado de
tener sentido cuando se contemplan los cuerpos mutilados de familias íntegras,
de niños que hacían fila para recoger algo de agua, de un camillero atendiendo
a los heridos de un bombardeo previo, de los periodistas acribillados.
Hace un
año se describía el horror como un genocidio, como un nuevo holocausto, como un
violento e inmenso campo de concentración al aire libre o como un infanticidio
masivo. Ahora, después de 22 meses de intensificación de la guerra de Israel
contra el pueblo palestino, no existen antecedentes en la historia. No hay
calificativos suficientes.
Las
imágenes demuestran que la invasión israelí es una continuación de lo que
sucedía mucho antes del 7 de octubre de 2023. Sacerdotes y religiosas católicos
son testigos de las permanentes incursiones de soldados y de colonos contra
niños palestinos en Gaza, en Cisjordania y en los propios territorios ahora
bajo bandera de David, donde viven los últimos descendientes de palestinos y
beduinos.
Llama la
atención que los responsables de tirar bombas contra hospitales y lugares
sagrados; de disparar contra personas que buscan algo de comida; de humillar en
todo momento y en todo lugar a la dignidad de las mujeres árabes, son los hijos
o nietos de quienes padecieron durante el régimen nazi en Europa.
En ciudades
españolas la multitud retrasmitía los cuerpecitos de cientos de niños
amortajados de blanca túnica, sangrante. Más de 300 mil australianos marcharon
condenando a Israel. En Nigeria, en México, en Chile y también en ciudades
estadounidenses, en parlamentos europeos, en festivales de cine, en salas de
concierto la gente pide paz en Gaza, ondea banderas palestinas y se une al
grito “Palestina Libre”.
Artistas,
intelectuales, internautas graban videos para convocar a la acción de sus
respectivos gobiernos. Defender a Gaza es defender a la humanidad.
Unas
palabras especiales merecen los periodistas asesinados por cumplir con su deber
de informar al mundo sobre lo que sucede en Palestina. Israel prohíbe el
ingreso de la prensa internacional a pesar de los insistentes pedidos de las
agrupaciones de periodistas y de las agencias de noticias occidentales. Sólo
admite algún reportero que siga a sus tropas.
En
ninguna guerra, un ejército enemigo ha exterminado a tantos cronistas como
Israel en su conquista de Gaza. Más de 280 hombres y mujeres, casi todos
menores de 30 años, a veces junto con toda su familia, han sido asesinados.
Asesinados.
Los
últimos fueron los reporteros que habían acudido a cubrir los estragos de un
bombardeo israelí contra el hospital Nasser en Jan Yunis. Los fallecidos fueron
Mohammad Salama, Ahmed Abu Aziz, Moaz Abu Taha, fotógrafo, Husam al Masri,
camarógrafo de la agencia Reuters y la joven de 33 años de AP Mariam Dagga.
Consciente
del peligro, Mariam redactó su testamento. Pidió a sus colegas no llorar en su
funeral y a su hijo de 13 años, Ghaith, le escribió: “Hazme sentir orgullosa,
alcanza el éxito y brilla”. Sus colegas la describieron como una verdadera
heroína.
Israel
no quiere que se muestre la hambruna en la Franja, la cual niega
sistemáticamente. Como otras veces, los comunicados oficiales se limitaron a
“lamentar lo sucedido” ante la consternación mundial. En Bolivia ninguna
organización de prensa se pronunció, ni tampoco los candidatos en las
elecciones del 17 de agosto.
Tampoco
hubo reclamos desde Bolivia por la muerte de Anas Al Sharif, ese juvenil rostro
que informaba desde los lugares más peligrosos sobre esos “cuerpos puros
aplastados bajo miles de toneladas de bombas y misiles israelíes, destrozados y
esparcidos por los muros”. En una de sus últimas fotos besa a su hijita. En su
testamento apuntó: “He entregado todo mi esfuerzo y todas mis fuerzas para ser
un apoyo y una voz para mi pueblo”.
¿Cuántos
más tendrán que morir para que alguien detenga a Israel?