“Nunca pensé que llevarle una maleta
con comida a mi viejito le provocaría la muerte”, solloza una hija, artista, de
tendencia comunista. Casada con colombiano, se quedó al otro lado de la
frontera, aún después del divorcio.
Aterrada ante las noticias de la
hambruna de su familia en su patria de origen, comenzó los trámites para
conseguir que sus familiares vivan con ella en Bogotá. Como muchas personas que
precisan documentos, sellos y firmas en las embajadas o consulados venezolanos,
encontró filas interminables, burocracias agresivas, esperas.
Tuvo la idea de comprar los
alimentos más necesarios, empacarlos en una maleta y llevarlos a su padre
anciano, desnutrido. Alguien supo del precioso cargamento. Cuando ella regresó
después de más y más gestiones, encontró a su padre asesinado; la comida había
desaparecido. También habían saqueado los pocos dólares escondidos en una lata,
como en épocas de guerras fratricidas.
El cadáver estaba en la morgue,
cuando intentó investigar qué podía haber pasado, cuando intentó denunciar el
crimen, fue prontamente advertida. Mejor guardar silencio. Al día siguiente, el
cuerpo tampoco estaba. La Nada. La Náusea.
“No conseguí antibióticos para mi
esposo en todo Caracas. Un simple resfrío se transformó en pulmonía”, comenta
una venezolana de origen boliviano que llegó al país a empezar de nuevo. Dos
profesionales adultos, casi mayores, que contemplaron cómo sus ahorros se
esfumaron.
Un joven consiguió vender su carro y
sus bienes para pagar dos pasajes de adultos y dos pasajes de menores. Encontró
un largo trancón por la falta de combustible y tardó más horas de las planeadas
en llegar a la agencia de viajes. Ya el dinero no alcanzaba, la inflación se
había comido un pasaje y medio en menos de 24 horas.
Bolivianos que fueron acogidos por
venezolanos en los años setenta abren hoy sus casas a los exiliados del régimen
chavista, a los hambrientos del Socialismo Siglo XXI.
Aún
son pocos los que llegan a La Paz, a Oruro, a Cochabamba, algo más a Santa Cruz
y a Tarija. Dicen que en su país todavía hay la idea de que Bolivia es poco
desarrollada y además que el régimen de Evo Morales copia las recetas de
Nicolás Maduro.
Como en toda guerra, en el otro
extremo hay decenas de venezolanos enriquecidos con el hambre de la mayoría.
Muchos empresarios viven ahora entre Miami y Madrid, luciendo lujos y
patrocinando fiestas que envidiaría la realeza europea.
En los aeropuertos y en las
fronteras del continente se viven tensas situaciones. Recuerdan las presiones
en las épocas de las dictaduras. La diáspora venezolana, unida a los
desplazamientos colectivos de los centroamericanos, ha transformado en pocos
meses el estilo de viajar por la patria que soñó Simón Bolívar.
En las oficinas de migración,
cualquier turista debe esperar largos minutos- a veces horas- y contestar
infinidad de preguntas. Adiós integración latinoamericana. El rechazo al
forastero es evidente. ¿Dónde terminará esta historia?