“A Dios, A Dios”, dice Harold Lamb
que respondían los niños que salían desde Europa a reconquistar el mundo cristiano
que había caído en manos infieles. Probablemente ni sabían qué era Jerusalén ni
quién era Solimán, pero su despedida quedó grabada: adiós, adío, adeus.
Una manito que se menea de lado a
lado; una cabeza que se da vuelta y mira el camino recorrido y cuanto por
recorrer en esta cruzada moderna que le toca completar; al norte, al norte,
siempre más al norte. Miles de rostros, todos morenos, la mayoría chaparritos;
casi todos hombres entre 20 y 40 años, pero son las mujeres las que más
conmueven. No van solas, cargan bebés, arrastran niños que apenas caminan;
algunas con la barriga alborotada por una criatura concebida en algún lecho de
Centroamérica y quién sabe dónde verá la luz.
Para los periodistas que este lunes
indagan cerca de los lugares donde acampan los migrantes recién llegados es muy
complejo explicar las razones profundas de esta gran caravana de pobres. ¿Quién
los convocó? ¿Cómo organizaron los primeros grupos? ¿Quién armó la logística?
Algunas personas quieren descubrir oscuras conspiraciones, incluso inmensos
juegos de poder entre republicanos y demócratas y una dosis de maldad rusa.
Los rostros de los que marchan dicen
otras historias. Las largas jornadas de hambre y de temor. Las largas historias
de Washington presionando a sus gobernantes, para apoderarse de sus tierras
sembradas de bananos o de frutas tropicales; la imposición de guardias
nacionales, las mil y una guerras prefabricadas, el envío de filibusteros para
controlar estallidos sociales. El último y doloroso capítulo, las guerras
civiles en los últimos 30 años, los miles de muertos y de desaparecidos, los
procesos de paz incompletos, la impunidad de los asesinos.
Lo más triste, el fracaso de los
sueños. Antes aún movía la utopía, ahora saben que ex guerrilleros en el poder
son igual o peor de corruptos y pueden ser tan sanguinarios como Daniel Ortega
en Nicaragua.
Entonces qué. Adiós patria querida.
Ninguno se va con gusto, quisieran tanto quedarse en el patio de la infancia,
con la gran familia para comer el domingo, con los chiquillos jugando en las
calles, con las mujercitas amparadas. Nada de ello es posible.
Adiós. Mientras el socialismo Siglo
XXI no tiene palabras para entenderlos, para darles aliento, para comprender su
cruzada. Al norte, al norte, aunque nadie sabe qué pasará. Al mismo tiempo,
miles de venezolanos, al sur, al sur, al sur, lejos de casa.
También encuentro otros peregrinos.
A la Virgen de Guadalupe. La mayoría son pobres, han caminado días para
ingresar con su estandarte bordado a los pies de la madrecita. Cantan y tocan
violines, aunque los pies están hinchados. La fe los llena de esperanza. Ella
no les falla.
La llamada izquierda no los entiende
o las feministas no comparten con las decenas de mujeres arrastrando sus
rodillas. ¿Es ese el opio del pueblo? ¿O existen sensibilidades más profundas y
atávicas? Muchos lloran ante el altar. Son los primeros peregrinos de los miles
que llegarán en diciembre.
Quizá demasiados discursos políticos
ocupados en consignas ideologizadas han olvidado estos otros mundos. Estas
otras grandes preguntas.