DESDE
LA TIERRA
ESPACIO
PATIÑO RENOVADO
LUPE
CAJÍAS
Sentí otro espíritu en mi cuerpo,
como una posesión inevitable. Sentí que el tiempo retrocedía en pocos segundos
y asomaba el rostro de mi madre y sus amigas de las tertulias literarias. Sentí
a mi tío Julio de la Vega y a la patota de Gesta Bárbara. Sentí susurrar a
Flavio Machicado, a Oscar Cerruto, a Fernando Diez de Medina.
Sentí el enorme peso de mi barrio
amado, Sopocachi, sobre mis espaldas.
Era noche clara, la penúltima de
noviembre y Michela Pentimalli recibía a sus invitados junto a los bisnietos de
Simón I. Patiño llegados desde Suiza para la ocasión. Al fondo, una exposición
preparada, junto con los hábiles hermanos Cazorla de Oruro, con imágenes del
principal barón del estaño, sobre todo las más familiares, las más locales.
Junto a ella se podía recibir un ejemplar de la serie “Historia de Oruro”
dedicada a la herencia de la Fundación Cultural Patiño y a sus esfuerzos por
apoyar el desarrollo de la educación en Bolivia. A un lado un teatro bien
equipado.
A la entrada estaban las hermanas
Rodó, dueñas de la antigua casona, convertida ahora en precioso edificio
cultural, herederas de una estirpe que ha dado al país músicos, poetas,
pedagogos, pintoras, la fotógrafa y gestora Sandra Boulanger y ahora la pequeña
gran bailarina de flamenco, Milena.
Ahí habitó Baltazar Rodó durante 90
años registrando los cambios del barrio, desde sus callejuelas de tierra hasta
el modernista Centenario y el apogeo de los años 40. Al lado vivió el también
nonagenario Julio Sanjinés Goitia, otro patricio de la ciudad.
El Espacio Cultural Patiño adquirió
esas viviendas, situadas durante el Siglo XX frente a la antigua Nunciatura,
actual Editorial Plural. Como muestra de eficiencia y transparencia, la
construcción duró poco tiempo y hoy es un magnifico edificio. El diseño
amigable y verde fue del fallecido Juan Carlos Calderón.
La nueva sede tiene dos amplísimas
salas de exposición, ahora ocupadas por muestras imperdibles; retratos pintados
por autores bolivianos de los años 30 y 40, entre ellos el también sopocachense
Cecilio Guzmán de Rojas. En el segundo piso la retrospectiva de Juan Rimza, el
maestro lituano que marcó a toda una generación de pintores bolivianos. La curaduría
de María Isabel Álvarez Plata es impecable.
Entre todo ese esplendor se impone
el Illimani como actor principal del barrio, desde el Montículo hasta las casas
de los liberales que lo respetaron en su amplia propuesta estética y como
motivo en los cuadros expuestos.
Así, la terraza de la flamante sede
abre un espacio impresionante a la montaña de luz, que aparece como en una
ilusión óptica tutelar gigante y a la vez familiar y cercana.
El estreno coincidió con el esfuerzo
del Gobierno Autónomo Municipal de La Paz para recuperar el área verde del
Montículo, el más bello parque de la ciudad. Hace un siglo era apenas un cerrillo
con una pobre capilla. Hoy es el símbolo de la grandeza paceña.
A pesar de los destrozos en la Plaza
Murillo y el inquilino fugaz que nunca amó a esta ciudad, la Ciudad del Cielo,
la Ciudad Maravilla se impone. Autoridades, sociedad civil y empresa privada
apuestan por ella.