Triste semana la vivida en El
Montículo. Partieron dos vecinos históricos, sin ruidos y sin estridencias,
aunque ambos fueron héroes de las luchas sociales bolivianas. Combatientes sin
medallas ni charreteras, sin espadas ni discursos. Héroes de la solidaridad y
de la austeridad. Ambos también compañeros eternos de sus respectivas
compañeras y padres amantísimos, de los que escasean; 60 años de amor, ¡qué
envidia!
Daniel Agudo, profesor de Ciencias
Sociales, fue el maestro de muchas generaciones que conocieron su sabiduría y
su paciencia para trasmitir a los jóvenes las características de la Patria, la
búsqueda incesante de la Nación que no termina de construirse, las luchas
permanentes de los obreros y de los trabajadores.
Fue dirigente del magisterio, en la
época de oro del proletariado ilustrado, de los sindicatos que eran a la vez
escuelas de cuadros revolucionarios. Así lo conocí, cuando nos detuvieron junto
a un cura belga y una minera embarazada por llevar chocolates, Mentisan y
abarcas a los relocalizados. Era la “Marcha por la Vida” de agosto de 1986, la
última gran acción colectiva de la vanguardia obrera.
Daniel estaba solo, no tenía
logística de apoyo y durmió como pudo en las aulas de un colegio en Lahuachaca
y luego en Sica Sica, antes de caer apresado por los militares del regimiento
asentado en Patacamaya. Mantuvo la serenidad hasta que la presión social nos
sacó del encierro. Desde entonces fuimos amigos.
Era, además, el dueño de la casita
más antigua del barrio. Es curioso que la última vez que charlamos, camino a la
capilla que amaba, me entregó copias de sus papeles donde se detallan datos de
la sayaña de Isidro Quispe, desde las
leyes de Ex vinculación de 1880 hasta las ventas entre 1909 y 1917 que fueron
conformando Sopocachi alrededor de la Avenida Centenario.
Al lado, vivió por décadas Miguel
Ballón Sanjinés, hijo y hermano de una familia inclinada a las revueltas, las
conspiraciones, ateos. Él mantuvo durante años un perfil bajo y fue difícil
sentarnos a conversar sobre su rol como apoyo a los guerrilleros sobrevivientes
de Ñancahuazú.
Miguel, con la red urbana de los
comunistas y del Ejército de Liberación Nacional, participó en la fuga de
película de los cinco hombres más buscados después del ajusticiamiento de
Ernesto Guevara el 9 de octubre de 1967. Aquel puñado de guerreros agotados y
tristes logró burlar el cerco militar de múltiples capas hasta llegar a la
ciudad.
Coraje, decisión, convicción, fueron
principios claves para la huida. Sin embargo, no hubiesen tenido éxito sin la
solidaridad de otros. Miguel era casado, padre de hijos pequeños, pero no dudó
en prestar su casa- donde vivía su cuñado militar- para una de las etapas del
escape. Fue el enlace con los socialistas chilenos para recibir al otro lado de
la frontera a los tres cubanos que habían combatido junto a Guevara.
Daniel y Miguel mostraron, además, a
lo largo de sus vidas, el compromiso amplio con los valores más profundos del
ser con decoro personal. Revolucionarios de verdad.
011118