¿Qué futuro espera a los bolivianos con el nuevo gobierno? ¿Cuánto cambiarán las prácticas masistas? ¿Cómo encontrarán las arcas y las instituciones? ¿Dónde se podrán llevar los trastos viejos como el reloj pachamamista que contamina la Plaza Murillo? ¿Quién iniciará el proceso a cada militar involucrado en el manoseo de la medalla de Simón Bolívar olvidada como pago de “pieza” en un prostíbulo?
¿Quiénes
tendrán a su cargo el pesado fardo de hurgar en el fondo de la olla para
intentar salvar alguna presa del puchero y dar de comer a las familias, cada
vez más hambrientas?
Se ensayan
consejos en decenas de entrevistas o editoriales. Algunos expertos alertaron a
tiempo que se acababa el gas; que faltarían papas para los comensales; que no
alcanzaba para la carne. Ahora abundan los opinadores de último momento: “yo lo
dije”. Ejem. Seguramente le habló a su almohada porque nadie se enteró de esa
opinión. Proliferan los recién convertidos que critican el modelo comunitario
que antes alabaron.
Entre
tantos ruidos, quedan varitas de hada madrina: minería y turismo. En general,
los analistas anuncian que el tema de los hidrocarburos demorará mucho más para
recobrar un ritmo adecuado en la normativa, la inversión extranjera, la exploración,
la explotación. Muy lejanos se dibujan nuevos contratos con Brasil o con
Argentina, como los que el neoliberalismo heredó al socialismo siglo XXI.
En
cambio, la minería suena una y otra vez como una salida pronta. Los dioses
condenaron a los bolivianos a ser mineros desde hace quinientos años. Desde
aquellas jornadas, cuando el rumor de que existía una montaña fantástica
repleta del “dicho metal” corroyó las voluntades de todos los arcabuceros,
curas y encomenderos, la minería es un designio ineludible.
Desde esas
vetas se trazó el territorio de la Audiencia de Charcas; se financió dos virreinatos
y cinco reinados; se llenó de monedas plateadas las bóvedas de los banqueros de
Flandes y de Augsburgo.
Desde
ese 10 de noviembre de 1810, cuando al amanecer, con el repique de las
campanas, la población potosina tomó la plaza principal y desconoció a la
autoridad española. Aun cuando, la minería no era la grandiosa industria del
siglo XVII, Potosí continuó resolviendo para la nueva república, durante estos
doscientos años, el ingreso de las divisas con sus montañas de plata, de
estaño, de bismuto, de wólfram, de zinc. Socavones interminables, desde la
provincia Bustillos hasta Sur Chichas, desde Juan del Valle a San Cristóbal.
En medio
de la actual crisis económica, Potosí hizo historia al registrar este último
mes de septiembre una recaudación sin precedentes, que le permitió llenar sus
arcas con más de 100 millones de bolivianos de regalías, según el informe del
Servicio Nacional de Registro y Control de la Comercialización de Minerales y
Metales (SENAREM).
En el
sur potosino está la empresa más tecnificada y moderna de Bolivia, la Minera
San Cristóbal que explota plata, zinc y plomo. En Los Lípez se encuentran
tierras raras. En épocas de dictadura, Chile ofrecía salida al mar a cambio de
ese riquísimo territorio. Existen depósitos de uranio en la mina Cotaje en la
Provincia Quijarro.
Aparte
del oro que ha vuelto mineros a otros departamentos, Potosí fue dotado con un
listado interminable de vetas. Vetas que traen dólares, esos ansiados papelitos
verdes. La exportación minera será seguramente uno de los principales pilares
para enfrentar la decrepitud de la economía boliviana. ¿Quién será el elegido
para ocupar la importantísima cartera de Minería y Metalurgia? Ese nombre será
la marca del rumbo económico, social y político del nuevo gobierno.
¿Dónde
están las mayores reservas de litio? En Potosí. ¿Qué pasará con esa quimera que
engolosina desde hace por lo menos 40 años? Otra vez más Potosí tiene la llave
del comercio exterior boliviano.
Alrededor
de la minería ha crecido en Potosí una población culta, de pintores
extraordinarios, de músicos, de intelectuales, de bohemios, de bailes y
festejos. Un capítulo que abarca miles de páginas.
Cada
municipio de Potosí cosecha variedad de papas y de quinua blanca, roja, negra,
cuya exportación también trae dólares. Los potosinos producen trigo, maíz,
habas, duraznos, manzanas. El paisaje combina la puna multicolor, los valles de
molles y álamos, arroyos.
En
Potosí está el turismo más vendible de Bolivia: Toro Toro, cada vez más de
moda, la ciudad colonial, la preciosa hacienda/museo Cayara. Sobre todo, el
inagotable Uyuni. Cualquier día, un extranjero cuenta en las redes su alucinante
experiencia en medio del paisaje blanco infinito.
Así como
Potosí fue el eje articulador de Bolivia, Uyuni puede articular el circuito
turístico por Bolivia, como ya lo logra con La Paz, Oruro, Sucre y las
fronteras con Chile y Argentina. Si a pesar de los bloqueos llegaron tantos
visitantes, con un plan sostenible, el turismo será la otra gran fuente de
divisas. Por Potosí pasa toda la futura prosperidad.