viernes, 5 de septiembre de 2025

LA LARGA SOMBRA DEL (NO) ESTADO CHUTO

 


            Los escaladores de mi familia relatan la imagen más intensa cuando coronan la cima del Huayna Potosí: a un lado el precipicio es profundo; al otro lado, el precipicio es profundo. El sendero sólo permite dar un paso tras el otro, con sumo cuidado para no resbalar. Un tropezón arrastra a todos los montañistas que suben atados a una cuerda. El guía mantiene la calma. Da los últimos consejos después del entrenamiento de días y del esfuerzo para vencer al frío y al mal de altura. Arriba espera la luz.

            Madrugar a las dos de la mañana, caminar sin descanso, controlar la sed, respirar sin desperdiciar energía son cualidades que se ven recompensadas cuando al arribar se contempla el hermoso espectáculo de la patria. A lo lejos se dibujan las siluetas de los otros nevados. Se divisa la selva que nace en el piemonte yungueño y los ríos que se forman desde los deshielos hasta acariciar la floresta. Abajo parpadean las luces citadinas. Arriba se despiden las estrellas. Asoma tenue la aurora de rosados brazos.

            Bolivia está en estas semanas postelectorales en un escenario similar. A cada lado amenaza el precipicio. Al centro, existe la posibilidad de un camino difícil pero posible, esforzado pero lleno de esperanza.

            La dificultad mayor está en el contexto. ¿Podrá el futuro guía vencer la larga sombra del (No) Estado Plurinacional chuto? ¿Cómo coronar la montaña si no se respetan las reglas básicas para enfrentarla?

            Muchas veces escribí sobre la plaga que nos deja el Movimiento al Socialismo (MAS) porque más que partido fue y es un método para obtener ascenso social y ganancias para grupos privilegiados y clanes familiares. Un método violento, cuya base es la burla a la ley. A la vez un método capaz de construir una narrativa que envuelve con celofán sus promesas demagógicas.

            Evo Morales burló toda normativa en su vida personal y como líder de un sector relacionado con un circuito ilícito. Como presidente reconoció públicamente que no respetaba las reglas. Para ello contó con un séquito de abogados (de consorcios) y de amarra huatos uniformados.

            Morales no actuó solo en el desmontaje de la frágil institucionalidad boliviana. Su principal aliado fue Álvaro García Linera, el licenciado chuto que fue catedrático sin cumplir las condiciones para ejercer ese cargo, que usó un templo sagrado para su lujoso matrimonio y que ejerció todo el poder desde la vicepresidencia para hundir a la prensa boliviana.

            El aparato estatal fue instrumentalizado para enterrar a la Ley SAFCO, al Estatuto del funcionario público y a la meritocracia que Bolivia se había comprometido respetar al ratificar las convenciones contra la corrupción y la Ronda de Buenos Aires.

            El MAS entregó los ministerios, las empresas estatales y las embajadas y al personal menos calificado para ello. García Linera urdió las tramoyas, como sucedió con la Fundación Cultural del Banco Central y el Archivo Nacional. Lidia Patty no es la única analfabeta funcional convertida en diplomática.

            El peor error de Luis Arce Catacora fue nombrar ministros por cuotas del poder sindical y no por méritos. La lealtad no sirvió para entender cómo debía funcionar la administración pública.

            El método masista es contagioso. Así lo sufrimos los habitantes de La Paz con el gobierno de Iván Arias. Destrozó la prestigiosa alcaldía. Último calvario, bajar a la zona sur por la costanera donde durante semanas sus funcionarios juego con fichitas de lego.

            En estos días escucho los mensajes del nuevo Evito que ni llegó al poder, pero ya ataca a la prensa, acusa a los periodistas de tergiversarlo, amenaza a sus propios aliados y hace promesas que sabe que jamás podrá cumplir. Esa línea hundió los años de lucha de la izquierda. Gustavo Petro es un ejemplo palpable.

            Un Evito que difunde como columna vertebral de su programa económico la “nacionalización” de los autos chutos. Chuterío entreverado con cocaína, bandas internacionales, corrupción.   Chuterío que es el antagonista de la institucionalidad.

            Rodrigo Paz lo imitó esta semana con saldos temerarios. Afirmó que “parece un pecado tener un auto chuto cuando todo el mundo lo tiene”. No, señor Paz Pereira. Muchos bolivianos adquieren o venden su vehículo de forma legal y pagan los impuestos correspondientes. El que alentó la compra de chutos fue García Linera y los que se enriquecieron fueron emergentes que sacaron sus millones fuera de Bolivia (además de ocupar puestos parlamentarios). Dudo que Jaime Paz maneje una vagoneta chuta.

            Acusó a carabineros chilenos y lanzó otras ligerezas provocando un incidente diplomático sin siquiera ser presidente. Todas las fuerzas políticas condenaron sus dichos.

            Continuar por el modelo del (No) Estado chuto, con o sin el MAS en el poder, es caer en el precipicio, de donde ningún montañista retorna con vida.

           

           

martes, 2 de septiembre de 2025

ISRAEL AISLADO DE LA COMUNIDAD MUNDIA

 

 

            “¡Asesinos!, ¡asesinos!, ¡asesinos!”. Asesinos de niños, de mujeres, de periodistas. Asesinos, asesinos, asesinos. Es el grito que estremece decenas de ciudades en todo el planeta, que rebalsa las redes sociales y ahora también resuena en casi todas las principales cadenas de noticias internacionales.

            Ante la insuficiente reacción de los gobiernos y de los organismos internacionales, la sociedad civil ha vencido al pretexto acusador de “antisemitismo” para denunciar con datos y hechos y con profundísimo dolor la destrucción sistemática del ejercito judío contra la población civil de Gaza.

            Tal como resumimos en varias ocasiones, las palabras y los calificativos han dejado de tener sentido cuando se contemplan los cuerpos mutilados de familias íntegras, de niños que hacían fila para recoger algo de agua, de un camillero atendiendo a los heridos de un bombardeo previo, de los periodistas acribillados.

            Hace un año se describía el horror como un genocidio, como un nuevo holocausto, como un violento e inmenso campo de concentración al aire libre o como un infanticidio masivo. Ahora, después de 22 meses de intensificación de la guerra de Israel contra el pueblo palestino, no existen antecedentes en la historia. No hay calificativos suficientes.

            Las imágenes demuestran que la invasión israelí es una continuación de lo que sucedía mucho antes del 7 de octubre de 2023. Sacerdotes y religiosas católicos son testigos de las permanentes incursiones de soldados y de colonos contra niños palestinos en Gaza, en Cisjordania y en los propios territorios ahora bajo bandera de David, donde viven los últimos descendientes de palestinos y beduinos.

            Llama la atención que los responsables de tirar bombas contra hospitales y lugares sagrados; de disparar contra personas que buscan algo de comida; de humillar en todo momento y en todo lugar a la dignidad de las mujeres árabes, son los hijos o nietos de quienes padecieron durante el régimen nazi en Europa.

            En ciudades españolas la multitud retrasmitía los cuerpecitos de cientos de niños amortajados de blanca túnica, sangrante. Más de 300 mil australianos marcharon condenando a Israel. En Nigeria, en México, en Chile y también en ciudades estadounidenses, en parlamentos europeos, en festivales de cine, en salas de concierto la gente pide paz en Gaza, ondea banderas palestinas y se une al grito “Palestina Libre”.

            Artistas, intelectuales, internautas graban videos para convocar a la acción de sus respectivos gobiernos. Defender a Gaza es defender a la humanidad.

            Unas palabras especiales merecen los periodistas asesinados por cumplir con su deber de informar al mundo sobre lo que sucede en Palestina. Israel prohíbe el ingreso de la prensa internacional a pesar de los insistentes pedidos de las agrupaciones de periodistas y de las agencias de noticias occidentales. Sólo admite algún reportero que siga a sus tropas.

            En ninguna guerra, un ejército enemigo ha exterminado a tantos cronistas como Israel en su conquista de Gaza. Más de 280 hombres y mujeres, casi todos menores de 30 años, a veces junto con toda su familia, han sido asesinados. Asesinados.

            Los últimos fueron los reporteros que habían acudido a cubrir los estragos de un bombardeo israelí contra el hospital Nasser en Jan Yunis. Los fallecidos fueron Mohammad Salama, Ahmed Abu Aziz, Moaz Abu Taha, fotógrafo, Husam al Masri, camarógrafo de la agencia Reuters y la joven de 33 años de AP Mariam Dagga.

            Consciente del peligro, Mariam redactó su testamento. Pidió a sus colegas no llorar en su funeral y a su hijo de 13 años, Ghaith, le escribió: “Hazme sentir orgullosa, alcanza el éxito y brilla”. Sus colegas la describieron como una verdadera heroína.

            Israel no quiere que se muestre la hambruna en la Franja, la cual niega sistemáticamente. Como otras veces, los comunicados oficiales se limitaron a “lamentar lo sucedido” ante la consternación mundial. En Bolivia ninguna organización de prensa se pronunció, ni tampoco los candidatos en las elecciones del 17 de agosto.

            Tampoco hubo reclamos desde Bolivia por la muerte de Anas Al Sharif, ese juvenil rostro que informaba desde los lugares más peligrosos sobre esos “cuerpos puros aplastados bajo miles de toneladas de bombas y misiles israelíes, destrozados y esparcidos por los muros”. En una de sus últimas fotos besa a su hijita. En su testamento apuntó: “He entregado todo mi esfuerzo y todas mis fuerzas para ser un apoyo y una voz para mi pueblo”.

            ¿Cuántos más tendrán que morir para que alguien detenga a Israel?

 

            

LUPE CAJÍAS

 

            “¡Asesinos!, ¡asesinos!, ¡asesinos!”. Asesinos de niños, de mujeres, de periodistas. Asesinos, asesinos, asesinos. Es el grito que estremece decenas de ciudades en todo el planeta, que rebalsa las redes sociales y ahora también resuena en casi todas las principales cadenas de noticias internacionales.

            Ante la insuficiente reacción de los gobiernos y de los organismos internacionales, la sociedad civil ha vencido al pretexto acusador de “antisemitismo” para denunciar con datos y hechos y con profundísimo dolor la destrucción sistemática del ejercito judío contra la población civil de Gaza.

            Tal como resumimos en varias ocasiones, las palabras y los calificativos han dejado de tener sentido cuando se contemplan los cuerpos mutilados de familias íntegras, de niños que hacían fila para recoger algo de agua, de un camillero atendiendo a los heridos de un bombardeo previo, de los periodistas acribillados.

            Hace un año se describía el horror como un genocidio, como un nuevo holocausto, como un violento e inmenso campo de concentración al aire libre o como un infanticidio masivo. Ahora, después de 22 meses de intensificación de la guerra de Israel contra el pueblo palestino, no existen antecedentes en la historia. No hay calificativos suficientes.

            Las imágenes demuestran que la invasión israelí es una continuación de lo que sucedía mucho antes del 7 de octubre de 2023. Sacerdotes y religiosas católicos son testigos de las permanentes incursiones de soldados y de colonos contra niños palestinos en Gaza, en Cisjordania y en los propios territorios ahora bajo bandera de David, donde viven los últimos descendientes de palestinos y beduinos.

            Llama la atención que los responsables de tirar bombas contra hospitales y lugares sagrados; de disparar contra personas que buscan algo de comida; de humillar en todo momento y en todo lugar a la dignidad de las mujeres árabes, son los hijos o nietos de quienes padecieron durante el régimen nazi en Europa.

            En ciudades españolas la multitud retrasmitía los cuerpecitos de cientos de niños amortajados de blanca túnica, sangrante. Más de 300 mil australianos marcharon condenando a Israel. En Nigeria, en México, en Chile y también en ciudades estadounidenses, en parlamentos europeos, en festivales de cine, en salas de concierto la gente pide paz en Gaza, ondea banderas palestinas y se une al grito “Palestina Libre”.

            Artistas, intelectuales, internautas graban videos para convocar a la acción de sus respectivos gobiernos. Defender a Gaza es defender a la humanidad.

            Unas palabras especiales merecen los periodistas asesinados por cumplir con su deber de informar al mundo sobre lo que sucede en Palestina. Israel prohíbe el ingreso de la prensa internacional a pesar de los insistentes pedidos de las agrupaciones de periodistas y de las agencias de noticias occidentales. Sólo admite algún reportero que siga a sus tropas.

            En ninguna guerra, un ejército enemigo ha exterminado a tantos cronistas como Israel en su conquista de Gaza. Más de 280 hombres y mujeres, casi todos menores de 30 años, a veces junto con toda su familia, han sido asesinados. Asesinados.

            Los últimos fueron los reporteros que habían acudido a cubrir los estragos de un bombardeo israelí contra el hospital Nasser en Jan Yunis. Los fallecidos fueron Mohammad Salama, Ahmed Abu Aziz, Moaz Abu Taha, fotógrafo, Husam al Masri, camarógrafo de la agencia Reuters y la joven de 33 años de AP Mariam Dagga.

            Consciente del peligro, Mariam redactó su testamento. Pidió a sus colegas no llorar en su funeral y a su hijo de 13 años, Ghaith, le escribió: “Hazme sentir orgullosa, alcanza el éxito y brilla”. Sus colegas la describieron como una verdadera heroína.

            Israel no quiere que se muestre la hambruna en la Franja, la cual niega sistemáticamente. Como otras veces, los comunicados oficiales se limitaron a “lamentar lo sucedido” ante la consternación mundial. En Bolivia ninguna organización de prensa se pronunció, ni tampoco los candidatos en las elecciones del 17 de agosto.

            Tampoco hubo reclamos desde Bolivia por la muerte de Anas Al Sharif, ese juvenil rostro que informaba desde los lugares más peligrosos sobre esos “cuerpos puros aplastados bajo miles de toneladas de bombas y misiles israelíes, destrozados y esparcidos por los muros”. En una de sus últimas fotos besa a su hijita. En su testamento apuntó: “He entregado todo mi esfuerzo y todas mis fuerzas para ser un apoyo y una voz para mi pueblo”.

            ¿Cuántos más tendrán que morir para que alguien detenga a Israel?