En 1980, en el exilio panameño, conocí el texto de Ana Guadalupe Martínez: “Las cárceles clandestinas de El Salvador”. Como decían sus compañeros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en ese país el boom de la literatura latinoamericana no llegó como novela sino en formato de este testimonio que se pasaba de mano en mano.
Ana
Guadalupe (Metapan, 1950) era hija de uno de los militares que se rebeló contra
el dictador impuesto por Estados Unidos Maximiliano Hernández Martínez; su
familia, a pesar de ser próspera, conoció el exilio. El relato de esta joven delgada
y pequeñita impresionó a los tribunales internacionales sobre Derechos Humanos
El
Salvador, el “Pulgarcito de América” como lo retrató la poetisa Gabriela
Mistral, no conoció períodos de democracia en casi toda su historia
republicana. La cercanía con el imperialismo yanqui, la permanente presión
demográfica en sus escasos kilómetros cuadrados, el poder de 14 familias
terratenientes y sus representaciones políticas y militares frenaron las
aspiraciones de los campesinos y de las capas medias.
Ana
Guadalupe- cuyo nombre permanece en nuestra familia en su homenaje- luchó desde
la actividad estudiantil contra la dictadura militar salvadoreña. En 1978 fue secuestrada
por agentes vestidos de civil de la Sección Segunda de la Guardia Nacional y
desaparecida por nueve meses. Estuvo sometida a todo tipo de vejámenes:
torturas con corrientes eléctricas en sus partes íntimas, violada
reiteradamente, encerrada en una celda a oscuras, esposada de pies y manos,
muchas veces desnuda.
Ella publicó
su testimonio con el apoyo del comandante Joaquín Villalobos. Ambos lucharon
para unificar a los grupos en el Frente por la Liberación Nacional Farabundo
Martí (FMLN) durante los intensos años de guerra popular prolongada. Después
fueron parte esencial de las negociaciones diplomáticas para firmar la paz en
1992.
La
democracia salvadoreña dio paso inicialmente a la representación civil de los
represores bajo el partido ARENA, los mismos que habían mandado ajusticiar a
Monseñor Oscar Arnulfo Romero el 24 de marzo de 1980 (dos días después del
martirio de Luis Espinal) y de más de 70 mil muertes en una década.
En medio
del conflicto, decenas de familias fueron desplazadas de las zonas rurales a la
ya desbordada capital San Salvador. Los jóvenes vivían a sobresaltos porque
eran blanco de la represión militar por sólo ser muchachos. Muchos escaparon
hacia el norte. Fueron clandestinos en Los Ángeles, donde aprendieron de las
pandillas de ese territorio, el uso fácil de las armas, la delincuencia como
única forma de sobrevivir.
En los
años 80 el libro de Martínez era leído por casi todos los salvadoreños y los
centroamericanos y se convirtió en un impulso de resistencia, denuncia e
incluso de ingreso a la guerrilla. En los años 90 fue texto en las
universidades. Se lo analizaba como parte de la literatura testimonial, junto a
los escritos del poeta Roque Dalton. Se lo tomaba en cuenta en las carreras
sociales, de historia, de ciencias políticas.
Hace
pocos meses, una encuesta mostró que actualmente sólo el 33 por ciento de los
jóvenes conocen la historia de Ana Guadalupe y de los presos desaparecidos
salvadoreños.
Mientras
ella y Villalobos salieron del FMLN desilusionados por los niveles de
corrupción del antiguo grupo guerrillero cuando llegó al poder. Mauricio Funes
(2009- 2014) y Salvador Sánchez Cerén (excomandante Leonel) (2014-2019) son
otro ejemplo de la incapacidad de la izquierda para gobernar y para mostrar un
rostro honrado.
Como
sucede en Nicaragua, Venezuela, Bolivia, Ecuador, la victoria legal de la
izquierda fue la gran desilusión. Más saqueo de las arcas públicas, más
represión, más inseguridad callejera.
Mientras
decenas de jóvenes eran deportados y formaban las temibles maras como la
Salvatrucha o MS13, que nació en Estados Unidos. Reclutaron a la fuerza o
voluntariamente a desocupados y a excombatientes. Gobernaban las calles y las
comunidades sembrando terror.
Con ese
panorama, el presidente Nayib Bukele (2019) logró organizar un amplio sistema
represivo. Son las nuevas cárceles que maltratan por igual a pandilleros o a
adolescentes inocentes, que no tienen derecho a ningún tipo de defensa.
Sin
embargo, las cárceles de Bukele son presentadas como un éxito de los tiempos
modernos. No existe una Ana Guadalupe Martínez que denuncie al mundo lo que
allí sucede. Mucho menos se difunde la responsabilidad de las políticas
estadounidenses en Centroamérica como el germen de la violencia que tiñe esa
región.