Mientras diviso la colorida procesión que baja desde el Cerro Rico al son de la banda y al tronar de la dinamita, no puedo contener los sollozos. Parece absurdo. Es el inicio del carnaval potosino y las coloniales callejuelas lucen alegres guirnaldas, banderolas y serpentinas. Es algo superior a mi inteligencia emocional, tanto que mis hijos sospechan que, entre nuestros antepasados, el mundo minero tejió nuestros destinos.
Amo el
mundo de la minería boliviana, a los sindicatos, al Comité de Amas de Casa, a
las radios mineras, al teatro de Nuevos Horizontes, a los campamentos. Admiro a
los exploradores, a los dueños que se quedan en esas galerías. Casi todos mis libros
se incuban en esas entrañas. Como comentaba don Flavio Machicado: la mina es
una hembra que atrapa a quien la desafía.
Durante
cuarenta años recorrí los diferentes distritos. Igualmente disfruté de los
carnavales de tierras altas, bajas y vallunas. Me faltaba vivir el más barroco,
que hunde su identidad en los señoríos precolombinos, la mita y la devoción
colonial a las advocaciones marianas de la Inmaculada Concepción y de la
Candelaria.
Aunque
existen relatos desde el siglo XVIII y varios estudios modernos, esta original
expresión cultural potosina es todavía poco difundida. Pascale Absi en “Los
ministros del diablo” desmenuza la compleja relación de los trabajadores con el
Tío, la entronización del Cristo en los parajes, el consumo del alcohol como
expresiones que va más allá del sincretismo religioso, la relación con la
muerte (el infierno) y la protesta social.
La
Bajada del Tata Q’aqcha comienza el viernes con rituales en los socavones. El
sábado anterior al jueves de compadres, los obreros salen de la mina danzando
junto a sus familiares. Las cofradías portan cruces con el Cristo ensangrentado
cubierto de serpentina, mixtura, globos coloridos. (Muy parecido al Cristo
viviente que encabezaba la Marcha por la Vida). En algunas, el Señor el casco
de minero reemplaza a la corona de espinas. Son réplicas del Tata (padre) de
los obreros (q’aqchas) de una antigua cruz tallada en madera de maguey.
¿Qué
mejor recuerdo que el calvario de Jesús para contar el sufrimiento cotidiano de
quienes trabajan en el interior de la tierra, sin ver la luz, con escaso
oxígeno, en turnos que confunden el día y la noche?
Las
mujeres trasladan primorosos retablos con la imagen de la Virgen de la
Inmaculada Concepción. Según explica la estudiosa del mundo minero Sheila
Beltrán, los originarios qaraqaras respetaban al cerro Sumaj Orko como una
deidad inviolable, sagrada. La explotación desde la fundación de Potosí fue
sinónimo de horadar a la Pacha y la veneración a la Inmaculada es una
trasposición. También llevan cubiertos de flores pequeños íconos de la Virgen
de la Candelaria, la virgen con las velas. Ese cirio simboliza la luz necesaria
para ingresar al mundo de abajo.
La
identificación del Cerro Rico con la Virgen está inmortalizada en el famoso
cuadro anónimo que conserva el Museo de la Casa de la Moneda, en el cual reyes,
papas y el mismísimo Espíritu Santo rinden homenaje a la montaña coronándola
como Regina.
Es una de
las escasas ocasiones en las que dejan de sonar los combos que buscan riqueza
desde hace 500 años. La bajada festiva está inmortalizada en cuadros barrocos. El
recorrido se limitaba a las parroquias de indios. El sábado pasa por las vías
que ven subir diariamente a los proletarios hasta la Plaza del Minero. Sin
embargo, actualmente, el domingo alcanza el centro de la ciudad. Ese día, las
cruces y las vírgenes son bendecidas en las iglesias indígenas de San Martín,
Concepción y San Pedro.
Hay
diversas versiones sobre la palabra “q’aqcha” (con “k” o con “q”), que podría
significar “temerario” porque eran los trabajadores que entraban a la mina los
fines de semana y trabajaban sin ninguna seguridad. Se dice que es una
onomatopeya por el ruido de las herramientas rompiendo la roca.
La romería
del Tata Q’aqcha refleja los ciclos en la historia de la explotación minera:
los 14 ayllus que servían en la mita colonial; la crisis a inicios del siglo
XIX; la etapa de los patriarcas de la plata; la presencia de los barones del
estaño; la nacionalización con COMIBOL; la relocalización; las cooperativas. El
jueves de compadres comenzó con las relaciones obrero-patronales que en
carnaval se convertían en fraternas.
Existen
cerca de 60 cooperativas con más de 25 mil socios. Los precios de los minerales
atraen a jóvenes de Sucre, Tarija, a estudiantes y a campesinos. Hay rostros
casi infantiles; chicos altos y espigados muy diferentes a la imagen
tradicional del minero andino. Visten uniformes elegantes, calzan botines de
fiesta, lucen sus cascos envueltos en toques festivos. A un lado del cinto
llevan la botella de alcohol, la bolsa con la coca y algún cachorro de
dinamita. En las manos, tienen latas de cerveza Potosina.
Cada
cooperativa cuenta con varias secciones. El derroche se nota en las
vestimentas, el contrato de las bandas, la fiesta en los locales. Después de la
bajada del Cristo y de su madre todavía quedan otros momentos de rituales. Este
año arribaron invitados de Tarabuco y de las comunidades agrarias.
El rol
de las mujeres es otro espejo de los ciclos históricos: las tradicionales
palliris; las esposas de los obreros; las cuidadoras de la montaña que viven en
sus laderas con sus familias; y, desde hace algunos años, las obreras y las
socias de las cooperativas. Igual que los hombres, muchas son jóvenes. Las
mayores mantienen faldas largas; las muchachas lucen desnudos de piernas y
escotes.
Es
notable cómo estos bolivianos tan apegados a las más antiguas creencias son a
la vez los que desde el ayllu se relacionaron hace cinco siglos con la primera
globalización y en el siglo XXI contactan las bolsas de valores de Nueva York o
Londres, las demandas chinas, los mercados mundiales.
Los
bailarines comentan orgullosos que su trabajo produce las principales divisas
del país. Concluyen auges como los de la goma, el gas, la soya, pero la minería
continúa como la columna vertebral de la economía boliviana. Además, desde
Potosí, el Sumja Orko articula la nación, aunque todavía muchos no entienden
esa Bolivia.