Estados Unidos intervino violentamente en América Latina desde hace doscientos años. El rol de los migrantes estadounidenses en Texas en 1836 o la acción de los filibusteros a mitades del siglo XIX en México y Nicaragua fueron los primeros capítulos de una serie de invasiones, como la de 1989 a Panamá para detener a Manuel Antonio Noriega.
Según
varios historiadores, entre ellos Aims McGuiness, el término “América Latina”
surgió como respuesta al expansionismo estadounidense. El gobierno no siempre se involucró directamente, pero fue
cómplice de las primeras invasiones de sus ciudadanos a territorios
independizados de la corona española. La idea de una América diferente a la
anglosajona fue expresada en 1856 en un discurso del chileno Francisco Bilbao
en París; también apareció por la misma época en un poema del colombiano José
María Torres Caicedo.
Los
ideales de integración expresados por Francisco Morazán y por Simón Bolívar,
especialmente en la convocatoria al Congreso Anfictiónico (1826, mucho antes
del proceso de la Comunidad Europea) no se concretaron en la confederación
deseada, ni siquiera en hojas de ruta compartidas. Los problemas internos, las
tensiones entre conservadores y liberales, entre hacendados y comunarios, el
caudillismo y otros asuntos mantenían inestables a casi todas las flamantes
repúblicas.
Ese
escenario fue aprovechado por mercenarios como William Walker (1824-1860),
periodista y político de Tennessee, quien intentó conquistar Sonora y Baja
California en 1853. México y Canadá, Cuba y Centroamérica estaban en la primera
lista ambicionada por la doctrina del Destino Manifiesto, base teórica de los
filibusteros y del racismo que consideraba al resto de los habitantes del Nuevo
Mundo incapaces de ser dueños de tierras y de gobernarse.
Derrotado,
Walker volvió a su país, donde no fue juzgado como correspondía por haber
violado varias leyes. Más bien, logró el respaldo de los esclavistas y sectores
adinerados. Promovió en tres ocasiones expediciones contra el gobierno legal de
Managua, hasta que fue fusilado. La biografía de este mercenario evidencia cómo
EE. UU. intentó desde el inicio dominar al continente y no construyó relaciones
igualitarias.
McGuiness
dice que la derrota del ejército de filibusteros podría catalogarse como la “primera
victoria de América Latina sobre el Destino Manifiesto”. También fue un impulso
a la unidad centroamericana para sacar a los yanquis. Banderas que fueron luego
retomadas posteriormente por Augusto Calderón Sandino y Farabundo Martí.
El
intervencionismo de Washington utilizando su fuerza militar o su poderío
económico cambió de rostro o de formato. Como reacción, el antiimperialismo de
la región y, a la vez, el nacionalismo y la urgencia de promover la unidad de
Centroamérica y de Sudamérica se incubaron antes de la influencia comunista.
Sin
embargo, en el interior, los gobiernos en la Casa Blanca respetaron la división
de poderes y el texto de la Declaración de Filadelfia y de la Constitución (1776).
“We, the people” inspiró a millones de personas que lucharon por la libertad,
los derechos civiles y el bienestar de la humanidad.
Las
universidades, los teatros, las expresiones artísticas, la prensa, las
imprentas reflejaron ese espíritu de respeto a la libertad de pensamiento y de
expresión. Los latinoamericanos aprendieron a admirar a esa sociedad, capaz de
tener jurados ciudadanos; de investigar y castigar crímenes de poderosos,
inclusive militares o policías; de mantener diversas voces para defender al
otro.
Esa era
la esencia que hacía grande a las trece colonias que decidieron autogobernarse
hace 250 años. La Estatua de la Libertad, regalo de los franceses libertarios,
simbolizaba esa luz, ese faro mundial.
El
presidente de Estados Unidos, Donald Trump ha optado por seguir la huella de
los filibusteros cuando creían que iban a adueñarse de los cultivos ajenos y de
las rutas comerciales. No reconoce que la realidad tiene otros nombres como
China, Rusia o los BRICs. El poder latino está incrustado en las entrañas del
“monstruo” (como lo llamó José Martí) y ya nadie lo saca.
Por otro
lado, ha optado por destruir la centralidad liberal, sin reconocer que
internamente su país está carcomido. ¿Cómo lograr un país “grande” con 49
millones de personas adictas? Los informes de sus propias agencias, como la
NINA, revelan cifras aterradoras de la cantidad de drogadictos. Entre 2011 y
2023, 321.000 niños perdieron a uno de sus padres por causa de sobredosis;
padres blancos, no hispanos. El acceso a las drogas es cada vez más temprano; a
los 12 años ya están perdidos. Otros jóvenes disparan contra sus padres, sus
profesores, sus amigos.
¿México es
culpable de ese desastre? Washington invadió Grenada para destruir campos de
marihuana. Sin embargo, los estadounidenses siguen siendo los mayores
consumidores de esa planta, paso inicial para otros consumos ilegales.
Estadísticas oficiales revelan cómo se autodestruyen. Sin entrar al detalle del
origen del narcotráfico continental hace medio siglo y del fentanilo.
Al mismo
tiempo, Trump indultó a Ross Albricht, condenado a cadena perpetua por vender
drogas duras por su red Silk Road. Lo liberó porque su mamá apoyó su campaña.
Albricht es millonario. Indultó a otros responsables de delitos y de
corrupción. Nombró funcionarios con polémicos antecedentes, incluyendo delitos
sexuales, como denunció el New York Times.
Ha
pedido la lista de profesores, estudiantes, artistas, que se manifestaron a
favor de Palestina para reprimirlos. Lo más patético: ha mandado a excarcelar a
todos los violentos que avasallaron al Capitolio, el edificio que simbolizaba a
la democracia.
La
avalancha de anuncios y amenazas asustan a propios y extraños. Sin embargo, difícilmente
Trump logrará sus propósitos. Entretanto, la patria de Jefferson parece haber
perdido su alma, su ajayu. La mujer al ingreso del puerto de Nueva York
necesitará asilo.