La derrota de Evo Morales Ayma, aun con toda su teatralidad, es una derrota secular, cuyos alcances los entenderán mejor las generaciones futuras. El comportamiento de Morales desde que fue líder de los cocaleros -el sector campesino relacionado con el circuito coca cocaína- y mucho más desde 2006 ha trizado las utopías.
Los
ismos que surcaron el siglo como corrientes filosóficas, como doctrinas o como
vanguardias del pensamiento revolucionario resisten en el papel, pero no a la
administración del poder. Indigenismo, ecologismo, feminismo son más discursos,
convertidos en imposturas cuando se relacionan con un personaje como Morales y
con su tropilla de vándalos del Movimiento al Socialismo (MAS).
Está
trizada la narrativa del indigenismo, tal como se presentaba hace un siglo.
Novelas, poemas, dramaturgias, películas describían al indio como un ser
esencialmente puro, valiente, leal y a la vez rebelde contra la opresión que
padecía desde la llegada de los españoles y la república criolla.
Esa idea
del indio como “reserva moral” se tornó más política y organizada en los años sesenta.
Jóvenes que querían lucir ponchos, peñas folklóricas, gringos con quenas. Casi
al mismo tiempo del Manifiesto de Tiahuanacu (1974) aparecieron los primeros
partidos “kataristas” autoidentificados con las rebeliones indígenas de 1780-81.
Diversos movimientos para buscar el derecho a la autodeterminación.
Las
conmemoraciones del Quinto Centenario en 1992 fueron espacios para combinar ese
imaginario con las protestas contra el estado, el modelo de crecimiento
económico liberal, el racismo, la situación de las mujeres, el ecologismo.
Además,
la fecha coincidió con la consolidación de las organizaciones de los nativos de
tierras bajas que llegaron hasta el poder central para exigir sus tierras de
origen, más atención del estado y un nuevo orden constitucional.
En 2006,
después de 20 años del 21060 -tal como había pronosticado que duraría su
firmante Víctor Paz Estenssoro- la aparición de un hombre de piel cobriza, de
padres aimaras, nacido en una comunidad rural, alegró el horizonte de un país,
de un continente, de los pueblos del sur, de muchos religiosos, de las ONGs.
Paradójicamente,
ese mismo hombre apadrinó que la sombra detrás de la Asamblea Constituyente
sean jóvenes españoles (los “buenos” entre los malos colonialistas), los mismos
que tres lustros después cayeron enredados en sus propios discursos de falsos
redentores. Habían sido solamente “personajes”, no personas, como se
autodescribió Iñigo Errejón en medio del escándalo que ha hundido su carrera
política; coautor de textos “revolucionarios” con el falso matemático. Su
espejo.
Una
constitución a la medida de las culpas de los falsos profetas, con sus
articulados que no se cumplen desde 2009: hablar un idioma nativo, por ejemplo,
que ni balbucean Evo Morales ni Luis Arce. Larga lista de imposturas.
Un
“indígena” que envía a reprimir a otros indígenas que reclaman por el respeto a
su territorio y al parque nacional TIPNIS. Un “indígena” que no duda en
repartir dádiva y dineros para corromper a las organizaciones campesinas, como
no habían logrado ni los militares ni los capitalistas.
Un
“indígena” que aborrece el verde, como ya escribimos en 2019 y ratificamos cada
año. Falsos pobres, falsos sin tierra que la quieren para incendiarla, para
traficarla, para ocuparla con casuchas que esconden sus riquezas que sólo
aparecerán en las chupas.
Una
Pachamama cientos de veces violentada, maltratada, utilizada,
instrumentalizada, como bajo ningún otro gobierno, de dictadores, de liberales
o de políticos de derecha.
Un
territorio entregado a la angurria de chinos que no dudan en matar jaguares
para sus ritos eróticos; en echar mercurio a los ríos para llevarse riquezas
naturales; que se apoderan en silencio de Amayapampa, de las faldas del
Illimani, de la floresta beniana.
El indio
“reserva moral” que no dudó en entregar la seguridad de sus pasos a agentes
cubanos y venezolanos; que utiliza vagonetas de empresas extranjeras. ¿Cuántas
divisas se llevaron esos forasteros? Un indio que grita a los yanquis, pero
baja la cabeza ante los rusos. Los bolivianos no reciben beneficios ni del
litio, ni del mutún, perdieron el gas y perdieron otra vez el mar.
Evo
compartía concubina con el jerarca de una empresa asiática, como el
inimaginable argumento de la más decadente filmografía noir. Teñida de
rubia, detalle no casual, enriquecida con dinero público.
El
capítulo que llena de vergüenza es el del uso del poder político y económico
para someter a las mujeres, sobre todo a las más indefensas. ¿O fueron los
capitalistas los que encerraron a una chica en la asamblea departamental de
Chuquisaca para violarla? Parlamentarios, concejales, dirigentes de movimientos
sociales aparecen involucrados en abusos sexuales de diferente intensidad y
gravedad. Alguno llegó al asesinato contra una concejala por ser mujer.
El
estupro es un delito personal. Sin embargo, cuando se comente en el contexto de
un grupo palaciego, con múltiples celestinos y edecanes, el efecto es terrible.
Con sus acciones acorrala también a ese otro “ismo” de la centuria. ¿Dónde
estuvieron, dónde están, esas feministas radicales, esas disfrazadas, esas
opulentas, que hubiesen linchado a cualquier otro dirigente político con menos
culpas que las de Evo? Ante el indio libertino callaron, ante los dineros
públicos callaron, ante la cooperación internacional, callaron.
Una
imagen resume la absoluta inmoralidad de estos años del MAS: la medalla
presidencial olvidada en el prostíbulo porque su uniformado custodio “hacía
pieza” entre vuelo y vuelo de su jefe.
Evo,
Álvaro García Linera, Luis Arce, David Choquehuanca, Andrónico Rodríguez y el
MAS son la prueba de la distancia que existe entre los supuestos proyectos idealistas
con la realidad enlodada.
¿Habrá
Bolivia aprendido la lección o volverán los votos a tropezar con la misma
piedra?