viernes, 15 de noviembre de 2024

¡AHORCADO!

 

            En mi ya lejana época colegial existía un juego que se llamaba: ¡Ahorcado! Uno de los jugadores anotaba una palabra. El contrincante debía adivinarla con base en algunas pistas, como el asunto, el número de letras, las vocales, las consonantes. Si adivinaba la palabra, ganaba el juego. Por cada error, el primero dibujaba un elemento del cuerpo humano: un pie, otro pie, una pierna, otra pierna, un brazo. Si perdía, terminaba ahorcado.

            Como en la mayoría de los desafíos infantiles o adultos, el ganador solía ser aquel con conocimientos previos -en este caso de lenguaje y de cultura en general-; el atento, paciente, astuto.  

            El perdedor, casi siempre, era el que se enojaba, impaciente; el chico que prefiere culpar a los demás de sus propios errores. El ignorante.

            Traslado esas imágenes infantiles a Luis Arce Catacora y David Choquehuanca Céspedes, quienes fueron perdiendo cada una de las oportunidades que tuvieron y ahora sólo faltan una o dos letras para que el pueblo boliviano sentencie a su gobierno: “¡Ahorcado!”

            La primera condición equivocada fue su propia ambición. No examinaron sus limitaciones para asumir posiciones que traen poder, pero también responsabilidades. Su incapacidad se reflejó en la destrucción sistemática de las instituciones.

            Su prioridad inaugural fue el discurso de odio. Una narrativa redactada por Iván Lima que perdió el chance de lucirse ya que era uno de los pocos ministros con formación competente para ocupar el cargo. Se encegueció con la hoja de ruta del Grupo de Puebla, que da eco en su amplia red multimedia a falacias como “golpe en Bolivia” en 2019 o “victoria de Nicolás Maduro” en 2024.

            El apresamiento de Jeaninne Añez sin respetar su condición de expresidenta, el secuestro de Luis Fernando Camacho, el cautiverio de Marco Pumari y de decenas de políticos confirmó su desconocimiento de la normativa vigente y su irrespeto a los derechos humanos consagrados en la Constitución Política del Estado. Con ese discurso permanente de “golpe” alejaron la reconciliación nacional y abrieron su propio desastre. Esa fue la “A”.

            La “H” fue la humillación a policías institucionalistas y a militares que actuaron para evitar una guerra civil; en vez de investigar las responsabilidades reales en la tragedia de Sacaba y de Senkata, actuaron con impulsos ideológicos. Impulsos que les impiden actualmente procesar a vándalos, bloqueadores, avasalladores.

            La “O” fatal fue inventar un alzamiento armado protagonizado por un tribilín intentando distraer la atención con otro peliculón: “Golpe II” que fracasó en todos sus extremos. El resultado fue más incertidumbre.

            La “R” que define la derrota fue escoger a ministros obedeciendo a cuotas de los llamados movimientos sociales, que más parecen agencias de empleo clientelar. Cada uno peor que otro. Una ministra de cultura que cree que la mayoría de los bolivianos son “inquilinos”, incluyendo a los afrodescendientes. Unos cancilleres que no saben geografía. Un ministro de Obras Públicas que se vuelve agitador callejero contra los cruceños y desaparece frente a los chapareños. Un viceministro de Defensa Civil que desconoce el territorio nacional, con antecedentes de perversidad. Una viceministra de educación que insulta, mientras mastica su chicle. Una adolescente viceministra de deportes del grupo de las mimadas del trópico cochabambino. Una No Asamblea Legislativa, un No Poder Judicial; un No Tribunal electoral; una No Contraloría: un No Estado.

            Para la “C” podríamos escoger las mentiras en materia de economía y finanzas. El derrumbe final de lo que empezó en enero de 2006 cuando llegaron los que se gastaron el dinero acumulado por los que pagan impuestos; por los que ahorran jubilaciones; por los que gestionaron el perdón de la deuda externa; por los que ordenaron la casa; por los que consiguieron contratos de largo plazo; por los que atrajeron inversión externa directa; por los que guardaron dólares en las arcas públicas.

            En la “A” quedan las falacias en torno a los carburantes. El país está paralizado. ¿Puede avisar algún historiador, algún analista, algún experto cuando hubo en este territorio una situación similar? Durante la Guerra del Chaco, gracias a migrantes europeos y a profesionales de la clase alta, funcionó una logística inclusive en el frente de batalla. ¿Volveremos a cocinar con anafe y kerosén? ¿O con las últimas leñas que dejen los incendiarios?

            La “D” es porque Luis Arce ignoró a los empresarios, grandes- medianos -pequeños. No sabe lo que cuesta generar una parcela de arroz, un litro de leche, un manojo de hierbas finas, una tabla lisa, un suero hospitalario, unos mocasines, cartones corrugados, panes exquisitos, criar vacas, pastar llamas, carnear ovejas. Inventó el “Doble Aguinaldo” porque no era su plata. Rehuyó a quienes podían salvarlo.

            Queda la “O”. ¿Podrá Luis Arce revertir el estropicio? ¿Cumplirá algún rol activo David Choquehuanca? ¿Conseguirán llegar al Bicentenario? ¿Lograrán los bolivianos celebrar las Navidades con las familias en cualquier lugar del país o del mundo? ¿Qué doce deseos pedirán mientras tragan apurados las últimas uvas tarijeñas?