Las guerras, las invasiones, los conflictos tienen mayormente dos grupos principales de víctimas, justamente ambos son los que no tienen responsabilidades en esos enfrentamientos: las mujeres y sus hijos, los niños. Si hay imágenes dolorosas de los lugares de exterminio son esos botines de chiquillo, esa muñeca ensangrentada, ese chupón pisoteado o esa mamadera en el bolsillo de una madre fusilada una tarde cualquiera.
La
humanidad no aprende la lección; al contrario, perfecciona los métodos para
acorralar a los hijos del supuesto enemigo para destrozarlo desde sus entrañas.
Así lo practicaron los peronistas contra los propios peronistas en Argentina, o
los rusos contra los ucranianos. Así actúa el estado israelí desde hace siete
décadas contra los niños palestinos.
Esta
semana, la organización Human Rights Watch denunció que “más niños y niñas
palestinos morirán” si no se presiona a Israel para que cambie el rumbo de sus
políticas represivas. La entidad que vigila el respeto de los Derechos Humanos
en todo el mundo está lejos de estar bajo sospecha de antisemitismo o de
favorecer a “terroristas”.
Lo que
está sucediendo es que cada vez más voces se alzan en el planeta para denunciar
cómo el gobierno y el ejército israelí asesinan a jóvenes palestinos que viven
en los territorios avasallados ilegalmente por ortodoxos judíos. Operativos
militares han matado al menos 172 palestinos este año, una cifra que parece
superar la cantidad de muertos en 2022.
Con el
pretexto de “terrorismo” o aprovechando incidentes que pueden o no ser
provocados por los propios servicios secretos israelíes, el gobierno de
Benjamín Netanyahu ha endurecido la represión contra los palestinos. HRW
denunció en su informe cómo además de disparar contra personas indefensas, la
represión israelí somete a torturas a menores palestinos.
Frecuentes
palizas, interrogatorios coercitivos son parte de los métodos usados. Una
fotografía muestra a un chiquito arrestado, de 11 años, Ahmad Abu S., rodeado
de agentes que lo acusan de tirar piedras. Los menores apresados son golpeados
y estrangulados, sin avisar a los padres sobre su paradero ni consentir la
presencia de un abogado. Los datos de decenas de casos están disponibles en
internet: Fares, Malak, Khaled, Mohammed, más de un centenar.
Existen
testimonios de colegiales que sufrieron las granadas que soldados israelíes
dispararon al rostro para enceguecerlos y ensordecerlos. A otros los dejaron
semidesnudos en el frío. Una niña estuvo 64 días detenida sin avisar a sus
padres. Los niños que lograron salir sufren pesadillas, han perdido el auto
control y confiesan la vergüenza de volver a orinarse como criaturas por el
miedo. Alguno intentó suicidarse.
Aunque
los liberen, la policía los sigue vigilando. En algunos casos los escolares
detenidos simplemente estaban esperando el bus o retornaban a sus casas; son
acusados de estar con una camisa azul, sin tomar en cuenta que ese es el
uniforme colegial. Los interrogaron entre varios adultos mientras se niega a
los chicos la presencia de alguien que los apoye. Los amenazan y los intimidan
para que “confiesen”, para que se auto culpen con la oferta de “penas reducidas”.
Los
abusos de los israelitas contra los palestinos datan de hace años y se dan
sobre todo en territorios que son palestinos y en Jerusalén. Sus padres sufren
humillaciones y privaciones para poder trabajar o para poder pasar los muchos
controles. Existen diferentes informes de organismos internacionales y también
voces dentro del propio país denunciando esta violación de las convenciones internacionales
de Derechos Humanos; pero el gobierno no reacciona ni respeta el Derecho
internacional.
Al
contrario, los amplios tentáculos de Israel abarcan cada vez más: nuevos
voceros, nuevas formas, otros formatos y el relato del sufrimiento de judíos en
Europa para despertar simpatías.
En pleno
siglo XXI, gobiernos aparentemente diferentes como Israel, Irán y Cuba arrestan
a escolares, los torturan, los interrogan, los condenan. Y el mundo sigue
conmovido por el fenómeno rosa de Barbie.