Entre los patrimonios intangibles de los que poco se habla o se escribe está el rol de personas nacidas o criadas en Cochabamba, cuyo pensamiento impregnó el desarrollo de la historia política nacional. No solamente por la cantidad de presidentes de Bolivia originarios de ese departamento, sino por el liderazgo que ejercieron desde el siglo XIX.
Lucas
Mendoza de la Tapia, como diputado, propuso en 1871 su tesis sobre el
federalismo que es básica para los debates sobre esa forma de organizar un
territorio. En la fundacional Convención Nacional de 1880 brillaron
representantes vallunos como Nataniel Aguirre que se unieron para dar una
visión de largo alcance a la Constitución que marcó 70 años de la vida
republicana.
En la
llamada Generación de 1910 que intentaba cuestionar el estado de la educación y
del desarrollo nacional, participaron personajes como Demetrio Canelas y Casto
Rojas. Esos intelectuales sembraron de cultura y conocimiento en todos los
espacios donde intervinieron: el ensayo, el periodismo, la propuesta política,
la idea de integrar a Bolivia.
Sin duda
alguna, la llamada Generación del Centenario fue la más notable e irrepetible.
Desde una ciudad con alrededor de 40 mil habitantes, con crisis económica por
la falta de mercado para sus productos agrarios, en 1925, surgieron pensadores
que intentaron entender el destino de la nación y dar respuestas personales y
colectivas. Varios eran periodistas y literatos y, más tarde, combatientes en
la Guerra del Chaco.
Carlos
Montenegro, Augusto Céspedes, Walter Guevara Arce, Ricardo Anaya, José Antonio
Arce, Camilo y Oscar Únzaga, José Aguirre Gainsborg escribieron ensayos,
programas políticos y propuestas centrados en la idea de la “nación y la anti
-nación”. Fundaron partidos, dentro del amplio abanico ideológico del
nacionalismo revolucionario, que tuvieron vigencia hasta fines del siglo XX.
En Cochabamba
se formaron en los años 60 los jóvenes de la Democracia Cristina, de la
Socialdemocracia y del Socialismo que igualmente se atrevieron a organizar
nuevos partidos políticos con una tendencia más rebelde que la de sus padres.
No sólo cuestionaban a la anti -nación interna sino difundieron una postura
abiertamente “antiimperialista” contra Estados Unidos, sus gobernantes y sus
empresas.
Marcaron
la política boliviana en los primeros años de la democracia; participaron de
una u otra forma en los gobiernos hasta fines del siglo XX y en las alcaldías.
Desde el
trópico cochabambino se consolidó en forma de instrumento y de partido, una
nueva propuesta económica, con un discurso de inclusión social, de
reivindicación indigenal y de rechazo a EE. UU con amplias alianzas dentro y
fuera del continente. Esa tendencia se nutrió con la herencia de las tesis
revolucionarias y de las experiencias rebeldes del movimiento obrero,
fundamentalmente minero. La historia dirá por qué se extravió tan pronto.
Algunos
amigos creen que hay factores que ayudan a que en el centro del país surja el
liderazgo político: la tendencia a la charla, a la conversación, que se da
porque la gente tiene más tiempo que en la capital o porque el clima templado
invita a salir de la casa, o porque las sobremesas después de las famosas
comilonas duran más rato.
Lo
cierto es que Cochabamba genera pensamiento nacional, desde y para Bolivia con
resultados de distinta intensidad y complejidad, sin quedarse en cuatro
paredes. Marcan agenda, provocan.
Periódicos
como es el caso de “Los Tiempos” abrieron siempre sus páginas a la opinión plural.
Reprodujeron o resumieron ensayos académicos de la región ayudando a la
difusión y a la discusión, sobre todo en los fecundos años 90.
En la
coyuntura actual de crisis moral y de liderazgos fallidos, de insinuaciones
contrarias a la unidad de la patria, de carencias de nuevas ideas, Bolivia
precisa esa voz cochabambina que ayude a tener esperanzas en el próximo
Bicentenario.