Las vitrinas en la sala de la casa en la calle Arenales, en el casco histórico cruceño, rebalsan; no hay más espacio. Los libros de arte y de historia boliviana dan campito a los diplomas, las medallas, las condecoraciones, los artículos de prensa, las entrevistas, los regalos, los recuerdos de cuatro generaciones que adoran a Marcelo Araúz Lavadenz.
Su sola
existencia es un homenaje caminante a su hogar, Santa Cruz, que esta semana
está de fiestas.
Parecería
que poco podía aumentarse a esa presencia física y patrimonial. Sin embargo, el
periodista, poeta y escritor Alfredo Rodríguez, encontró un camino inédito y
sabio para difundir el significado de Araúz Lavadenz en la historia cultural de
Bolivia.
Rodríguez
es un autor con múltiples intereses o inquietudes. Sus poemas aparecen en
libros propios, en coautorías o en antologías y son seguramente la expresión
más juvenil y fresca de su pluma. Escribió artículos para los principales
periódicos del país y fue consultor de empresas públicas y privadas.
Actualmente publica textos ilustrados con cuentos infantiles inspirados en su
entorno.
La
capacidad de investigador quedó plasmada en la zaga con las frases del
expresidente Evo Morales, obrita que se vendía como pan caliente en todas las
ferias. El autor logró alertar a sus lectores, con las palabras (“Evadas”) del
propio jefe cocalero la decrepitud moral y social que gobernaba y destruía a
Bolivia.
En esta
ocasión, seguramente más relajado por el feliz tema que le encargaron,
Rodríguez indaga en fuentes primarias y secundarias, documentales, fotográficas
y orales una biografía que a la vez refleja a una sociedad en sus momentos más
lúcidos.
Araúz
Lavadenz está retratado como una figura que trascendió desde un principio su
barrio, su ciudad y alcanzó una importancia nacional y, posteriormente,
internacional. No son sólo datos que aparecen cronológicamente bajo el título:
“El Trasnochador”, sino líneas que explican el pensamiento cosmopolita del
biografiado, desde los ancestros.
Sus
padres eran Aurelio Araúz Monasterio y Alicia Lavadenz Flores, representativos
de familias bolivianas cultas y señoriales, que ellos unieron en 1933, en el
dramático contexto de la Guerra del Chaco. Aurelio era diputado tanto por el
Beni como por Santa Cruz y su experiencia en La Paz consolidó su visión de
integración nacional y de desarrollo industrial que alentó como parlamentario y
como ministro.
Marcelo
tiene muy presente la obra y el pensamiento de su padre, que alentó la creación
del Comité Cívico de Santa Cruz. Como presidente de la Corporación Boliviana de
Fomento en 1949 estuvo involucrado en la construcción de la carretera
Cochabamba-Santa Cruz. Como diplomático conoció el mundo y superó las visiones
aldeanas.
Alicia
Lavadenz era hija de Luis Lavadenz Reyes Ortiz, pionero en la exploración y
explotación del petróleo en el sudeste boliviano. Las biografías de la familia
Lavadenz tocan la leyenda porque se relacionaron con los personajes más ricos
del continente y con emporios emblemáticos.
El niño
creció entre la capital argentina -entonces en su apogeo económico y cultural-,
La Paz en su mejor momento de modernización urbana y belleza natural-,
Cochabamba y sus campiñas. Pasó los años del aprendizaje en Santa Cruz de la
Sierra y varios de sus compañeros y vecinitos participaron más tarde en la
élite de notables patricios que marcó la transición de la ciudad, generación
que parece irrepetible.
Rodríguez
cuenta cómo Marcelo asistía a obras de teatro y conciertos desde pequeño y el
gusto por el arte y la belleza le quedó grabado. Devolvió con creces a su
departamento y a su patria Bolivia lo mucho aprendido en nueve décadas de vivir
rodeado de amor y estética.
La obra
es parte del esfuerzo de Sarita Mansilla de Gutiérrez en la Secretaría de Cultura
del Gobierno Autónomo Municipal de Santa Cruz de la Sierra para publicar la
serie de biografías de cruceños hacia el Bicentenario del 2025.