CONVICTOS, MERCENARIOS, ASESINOS
290623
¿Cómo explicará ahora el (no) canciller Rogelio Mayta los últimos sucesos en la
Federación Rusa, ahora que Vladimir Putin ha dejado en claro que considera a la
revolución de 1917 como el episodio que abortó la victoria rusa contra los
alemanes en la Primera Guerra Mundial?
El discurso del presidente ruso durante la crisis desatada en el país el pasado
sábado reveló muchos asuntos que se querían esconder. Seguramente decenas de
espías y de especialistas han seguido las palabras y los gestos del hombre
mientras gesticulaba. ¿Era una farsa? ¿Mentía? ¿Tenía miedo? ¿Cuánto temor se
escondían en su mirada?
Al parecer la marcha sobre Moscú anunciada por Yevgueni Prigozhin sorprendió a
las altas autoridades del Kremlin, inclusive a los servicios de inteligencia de
donde procede el propio Putin. En cambio, según varios informes, Washington ya
sospechaba que algo estaba organizándose.
Lo extraordinario son los discursos de Putin y de Progozhin. Antiguos amigos,
casi tan íntimos como para compartir la comida cotidiana, en las últimas
semanas se han dicho cosas horribles, insultos y acusaciones tan graves como
las de “traición”. Ese es el término más temido desde el inicio de las purgas
bolcheviques: la acusación de “deslealtad” anuncia los peores castigos. Se dice
que, desde la época de Iván el Terrible hace cinco siglos, pasando por las
otras tristes célebres policías políticas zaristas o estalinistas, “deserción”
es el cartel para anunciar persecución, tortura, muerte.
Putin se refirió a los bolcheviques (diríamos especialmente Lenin que negoció
la paz) como traidores al imperio de los zares. Al invadir Ucrania ya se
conocía que uno de sus objetivos era reconstruir el territorio de esas épocas.
Pese a ello, los gobiernos del socialismo caviar de origen chavista no dudaron
el apoyarlo, fingiendo una falsa neutralidad en votaciones fundamentales para
terminar con la agresión.
Tampoco ha dudado él y otros voceros del desconcertado régimen ruso en
calificar al Grupo Wagner y a sus líderes como criminales. Alguno alertó del
peligro de que ellos accedan de algún modo al uso de armas nucleares.
Olvidan que fueron ellos mismos los que abrieron las cárceles para nutrir al
engendro paramilitar que fundó Prigoshin. Criminales que no dudaban en
matar de la forma más despiadada fueron entrenados en las guerras civiles en
países africanos o en Siria. Nicolás Maduro también los recibió y no sería
extraño que estén por estos lados.
La arremetida contra Ucrania es tan impopular en Rusia que los militares
tuvieron que recurrir a mercenarios que luchan en el bando que paga mejor.
Feroces y sin obedecer ningún código militar, igual fueron vencidos paso a paso
por las tropas alentadas por Volodimir Zelenski. De eso se quejaba el antiguo
cocinero presidencial, sus hombres han sido utilizados como carne de cañón y
han muerto centenas.
Aunque aún no se conocen los detalles ni el desenlace histórico, la amenaza de
los paramilitares para llegar al centro del poder ruso, muestra claramente que
el enorme país euroasiático está en graves problemas. Inventó una “acción
militar” contra Kiev con un pésimo cálculo; esos vecinos están unidos y
decididos a defender su patria.
Al reconocer a territorios que se han declarado independientes por la presión
de antiguos residentes rusos, Vladimir Putin también se ha creado otra trampa
militar y diplomática.
No es muy difícil de entender, pero en el Ministerio de Relaciones Exteriores
del (no) Estado Plurinacional no son capaces de desarrollar un análisis para
tomar una posición que sirva para Bolivia y no para la ex URSS.
Ningún partido o grupo parlamentario ha manifestado claramente su apoyo a
Ucrania. Parece que lo que sucede más allá de la región no es importante. No se
organizaron talleres, conferencias de prensa, comunicados que orienten a la
ciudadanía.
También nos hemos aplazado los periodistas porque el tema de Ucrania no es
seguido con el rigor de urgencia que tiene para el futuro de la humanidad.