AL FONDO, NO TENGO SITIO
030823
En este aniversario
patrio, recuerdo el cuadro que consagró al pintor orureño Raúl Lara en un
concurso internacional. La silueta de un bus, de esos vibrantes como el
colectivo 2 paceño o las chivas panameñas, contenía en sus asientos a diversos
personajes, trazados con ese pincel inigualable: mestizos, chombos, andinos,
ayoreos, llaneros, afros. El espejo retrovisor reflejaba los ojos de quien
aparecía de espaldas, conduciendo el vehículo: Simón Bolívar Ponte y Palacios
Blanco.
En la
visión colorida de Lara, todos los bolivianos ocupaban un lugar, todos los
latinoamericanos, todos los seres humanos, de cualquier edad, de cualquier
condición. El guía con sus inconfundibles patillas daba la seguridad.
Entonces,
años noventa, pensaba que yo también tenía un sitio.
“Pasen
al fondo, pasen, al fondo hay sitio”, como repetían los sindicalistas de los
destartalados ómnibuses de mi infancia en Sopocachi, La Paz. Frase conocida
para quien nació en el continente americano; título, además, de famosa telenovela
peruana.
En este
6 de agosto, ya no tengo ilusiones.
Hasta
hace poco lucía mis múltiples sangres desde los sumerios matemáticos hasta los
alemanes aventureros. Ahora la ministra de Cultura de mi país me dice que soy
una inquilina. ¿Dónde queda mi cuna? ¿No tengo derechos ni para ir parada en el
bus multiétnico?
Desde la
adolescencia rechacé el aborto, por principios que superan lo religioso.
Ninguna teoría me convenció que la vida empieza a la tercera, quinta, octava
semana. Fui aislada por defender mi posición ante las feministas
fundamentalistas. Sin embargo, me parece más terrible cómo se castiga a mujeres
que han abortado, incluso involuntariamente, a nombre de un dios y de una moral
que se vuelve asesina.
La
homosexualidad, incluso en sus versiones más grotescas, nunca me perturbó ni
frustró amistades o convites. Al mismo tiempo no puedo compartir el sitio con
esas corrientes que ahora miden la democracia de un país por los derechos de
los LGTBI, etc. Las encuestas no preguntan por el acceso a la educación
superior sino por la aprobación del matrimonio gay; una moda que se ha
convertido en la clave para resultados electorales.
Los
sitios en el bus de la Libertad parecen cerrados para los miles de personas que
no son ni, ni ni. La lista de temas es larga y va más allá de los asuntos de la
ideología de género o del indigenismo.
No hay
lugar para quienes lucharon y luchan contra el imperialismo estadounidense,
pero rechazan con igual fuerza la intromisión china, rusa, iraní y venezolana
en los asuntos internos de los países más pobres.
El bus
clausura las puertas para los ciudadanos que creen en los diagnósticos sobre
los desequilibrios sociales y económicos, mas no aceptan que por esa injusticia
se formen gobiernos autoritarios y represivos.
La
prensa, sin siquiera citar lo que representan las redes sociales, comete abusos
y excesos, casi desde su origen liberal y decimonónico. Sin embargo, jamás
podrá el hostigamiento, la censura, la presión revertir esos errores. ¿Hay
espacio para la autocrítica y a la vez la defensa de la libertad de expresión?
Hace 198
años, Bolívar sentía que el bus boliviano era su preferido y Antonio José de
Sucre puso todo su empeño para organizar su partida, ordenada y con metas
claras.
Hace 98
años, florecía una nación llena de iniciativas, con nuevas ideas, esperanzas y
un lugar fresco en el mapa regional.
Dentro
de dos años, en el futuro “6 de agosto”, ¿habrá algún sitio al fondo del bus? ¿Para
quién? ¿Habrá bus?