Ni la crisis sanitaria mundial
detiene los planes perversos del gobierno de Israel para ahogar más y más a
miles de niños, recién nacidos, adolescentes, muchachas de origen palestino,
obligados como sus padres, sus abuelos y sus bisabuelos a una cuarentena
inhumana que abarca a más de tres generaciones.
Ni las protestas mundiales contra
las prácticas de racismo y discriminación que sacuden las principales capitales
occidentales importan a Benjamín Netanyahu en su decisión de completar la
anexión ilegal de territorios en Cisjordania para ocupar el valle del Río
Jordán.
Justamente hace un siglo, en el
también aciago año bisiesto 1919, Inglaterra y Francia y otras potencias
dividían a su antojo los restos del antiguo imperio otomano para garantizarse
controles estratégicos en vitales rutas comerciales, además del petróleo y de
otras riquezas. Esas divisiones artificiales crearon nuevos estados, dividiendo
antiguas convivencias y fomentado odios religiosos y raciales, siempre
sangrientos.
En quinientos años, los sultanes
turcos respetaron en esencia al sin número de culturas, idiomas, etnias y a las
principales religiones que convivían en su vastísimo imperio. Sus últimos años,
en cambio, fueron atroces y depredaron pueblos íntegros, como el genocidio
armenio. Esa situación se agravó por la Primera Guerra mundial.
No tenían los palestinos ninguna
responsabilidad de haber permanecido en su tierra o de los pogromos que se
desataban en Rusia contra habitantes judíos, como también había sucedido en
España de los monarcas católicos. Mucho menos intervinieron en la ideología que
intentó exterminar a judíos, gitanos y a otras minorías no arias.
La creación del Estado de Israel
pareció ser justa después de los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, desde el primer día, la llegada a Palestina de los sobrevivientes
del Holocausto nazi supuso la expulsión de miles de familias árabes, sacadas de
sus viviendas y hogares hacia un destino incierto.
Siete décadas de sufrir humillación,
falta de agua potable, falta de servicios básicos, falta de escuelas y de
hospitales, ausencia de contratos seguros de trabajo, expulsiones permanentes,
prisiones, torturas, asesinatos de sus líderes, agobio contra las madres
palestinas 24 horas al día, siete días a la semana.
Ningún plan de paz ha logrado tener
el apoyo pleno de los judíos más ortodoxos; al contrario, continúan con sus
asentamientos ilegales en los escasos kilómetros cuadrados de territorio
palestino. La llegada de Donald Trump alejó aún más una solución pacífica.
A pesar de las advertencias de los
expertos de Naciones Unidas, de la protesta de la mayoría de las democracias
del mundo, Israel y Estados Unidos están dispuestos a acelerar desde este 1 de
julio la nueva condición de la ocupación judía en Cisjordania.
Israel y sus seguidores- cada vez
menos- se amparan en acusar a cualquier país o persona de “antisemitismo”
cuando se muestra su política llamada ahora de “apartheid siglo XXI”.
Impresiona como artistas como Fania Felelón, a pesar de haber sufrido en campos
de concentración, condena a la misma situación a las artistas palestinas.
Víctimas que ahora son victimarios, como suele suceder.
La situación es demasiado triste en
Gaza y en Cisjordania, como en pocos otros lugares del mundo. La tibia
esperanza es que ahora también ciudadanos israelíes se están manifestando en su
país: “Basta ya”. En los jóvenes puede estar el cambio.