Recuerdo el 22 de marzo, parece
remoto y es tan cercano, cuando no llegó ningún periódico a mi puerta; ni el
domingo, ni el lunes, ni el martes, ni marzo, ni abril, ni mayo. Desde que
cumplí la edad consciente, aún antes de saber escribir, por primera vez en seis
décadas no empecé la jornada con la prensa a mi lado.
Escuchaba las noticias absurdas de
los gringos comprando fardos de papel higiénico, las peleas campales en los
supermercados inmensos, los estantes vacíos, los dependientes asustados. No
entendía cómo no estaban más preocupados por los impresos; por los kioscos con
las cortinas bajadas; por las bibliotecas cerradas.
La falta de un periódico en casa era
el mayor de los anuncios de la catástrofe mundial. Para los optimistas, era sólo
el signo del fin de una época que quizá duró setenta años desde 1945; un siglo
desde la influencia de los rotativos; o más de dos centurias, cuando la
historia, la novela y la poesía se vendían con los modernos pasquines.
Hace más de 100 años que se habla
del Cuarto Poder, asunto que ya intuía el gran cruceño Gabriel René Moreno al
escribir los hechos de trascendencia consultando a la prensa cotidiana. Casi al
mismo tiempo del invento de los linotipos, los ciudadanos tuvieron la
oportunidad de conocer ideas al vuelo o de imprimir sus propias consignas.
Ni los anuncios apocalípticos como
la aparición de la radiofonía, la televisión o del propio internet hirieron tan
profundamente a la prensa como la plaga china del Coronavirus COVID 19.
En el caso boliviano, dos
monstruosidades socavaron piedra a piedra al periodismo boliviano y con ello al
conjunto del Cuarto Poder. Aunque los primeros síntomas del cáncer se
engendraron en las compras ventas de medios de comunicación y la llegada de
capitales dudosos desde los años 80, fue el Movimiento al Socialismo el que
enterró a la otrora prestigiosa prensa boliviana.
Aunque mucho se ha escrito sobre el
tema, nunca será suficiente. El MAS y sus instrumentos dóciles quebraron de
forma consciente y sofisticada la estructura del periodismo boliviano. No
olvidar los nombres de todos esos funcionarios y esas chicas que se prestaron a
la deshonra; ellos saben quiénes son y sienten vergüenza, aunque la disimulen.
Desaparecen.
Otros arietes estuvieron a cargo del
dinero, desde el inversionista Carlos Gil Ramírez socio del masismo y nuevos
amos, hasta el manejo millonario del aparato publicitario estatal.
¿Qué periódicos, qué medios, qué
periodistas podían resistir? Algunas radios, mejor dicho, algunos programas y
algunos conductores; ningún canal privado, sólo algunos programas en canales
universitarios; ningún programa de “debate” y la gran mayoría de los programas
televisivos de entrevistas se fueron tiñendo de azul, paso a paso; don dinero
se impuso, no la ideología. Sólo el esfuerzo titánico de redactores, algunos
editores, algunos dueños, mantuvo la frente alta del Cuarto Poder boliviano.
Entre tanto, los sindicatos fueron
ahogados en farras, clientelismo y adulonería. La caída del masismo permitió
comprobar las denuncias y cuan graves eran las heridas. No por casualidad están
añicos ATB, La Razón y Extra. Los sobrevivientes enfrentaron al poco otro
mazazo: la pandemia.
Heroicos, los periodistas de a pie
continuaron el trabajo de recoger noticias, casi siempre sin medidas de
bioseguridad, en primera línea. Más de un centenar contagiado, cinco muertos,
decenas de despedidos. ¿Quién quedará para apagar la luz?