Este viernes 17 de julio, al
mediodía, recordaremos el 40 aniversario del sangriento golpe de estado narco
fascista que interrumpió dos años la compleja construcción de un sistema democrático
y de vigencia constitucional en Bolivia. Los autores de asesinatos, torturas y
asaltos al tesoro público y a riquezas naturales fueron parcialmente
castigados. Muchos consiguieron ensamblarse con los beneficios de la política y
del poder. Fue el último golpe militar, pero no el fin de un periodo.
También esta semana, el 12, se
cumplieron ocho meses de la huida de Evo Morales, fuga que provocó festejos y
abrazos callejeros, después de 21 días de resistencia pacífica al último golpe
anticonstitucional de un gobierno que, durante 14 largos años, desmembró la
frágil construcción de la democracia boliviana. Ese 12 de noviembre concluyó
con el intento de ensangrentar otra vez al país con enfrentamientos civiles
convocados por los caudillos ya refugiados en embajadas y protegidos por
diplomáticos.
El 17 de julio terminó con la
presidencia de Lidia Gueiler, la primera mujer en jurar a la primera
magistratura en Bolivia; el 12 de noviembre abrió la llegada a la presidencia
de Jeanine Añez, la segunda mujer presidenta boliviana. Cochabambina la una,
beniana la segunda, ninguna de las dos fue candidata para el alto puesto y fueron
circunstancias y el azar las que las colocaron en ese destino.
Gueiler Tejada (1926-2011) era alta,
de cabellos claros y de ojos verdes, decidida y heroica. Enfrentó las
murmuraciones desde jovencita, como tenista de faldita corta o como enamorada
de un prisionero paraguayo, como universitaria rebelde y más aún como “barzola”,
organizando huelgas de hambre y protestas callejeras. Tenía una larga
trayectoria de militante del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y del
Partido Revolucionario de la Izquierda Nacional (PRIN), cuando llegó a presidir
la Cámara de Diputados en 1979.
La negociación para superar el golde
de Alberto Natusch Busch/Guillermo Bedregal/hermanos Sandoval Morón, en
noviembre de ese año, la convirtió en presidenta. Al mes, enfrentó la gran
protesta campesina de la recién organizada Confederación Sindical Única de
Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSTCB) y la gran crisis económica, heredada
de 18 años de gobiernos militares.
Fue humillada por un asaltante
uniformado en la casa presidencial y pasó cercada sus meses en el gobierno. A
pesar de su temple, cedió ante la presión fascista y permitió que Luis García
Mesa y Luis Arce Gómez acumulen poder hasta derrocarla.
Añez era una desconocida para la
mayoría de los bolivianos, incluyendo políticos y periodistas, cuando el
destino le puso la medalla presidencial en el pecho. Recibió un país
profundamente dividido, al borde del caos, y reaccionó con valentía y prudencia
asombrando a propios y extraños porque consiguió echar agua al barril de
pólvora.
Sin embargo, al poco tiempo, perdió
la visión de largo plazo. En vez de guardar el zapatito de cristal que el hado
le había confiado, cayó pronto en los enredos de los cortesanos y de los
infaltables grupos palaciegos. Hoy, su imagen está salpicada por oportunismo y
por corrupción.
Para peor consuelo de tontos, otra
mujer en línea de sucesión, Eva Copa, también se deslució rápidamente, urgida
por el poder, envejecida antes de tener canas. En el horizonte, cuatro décadas
después de Lidia, no aparece otra heroína como ella.