I
Hace dos siglos, en diciembre de
1815, Manuel Ascencio Padilla escribía indignado una misiva al General José
Rondeau, conductor del Tercer Ejército Auxiliar Argentino, quien pretendía “enseñar”
a los guerrilleros altoperuanos cómo deberían “hostigar al enemigo”.
Padilla reclamó la actitud de esos
argentinos que se jactaban de “ayudar” pero primero saquearon Potosí y trataron
al “hijo de estas tierras como al enemigo”, “mientras el español es protegido y
considerado”. “Ya es llegado el tiempo de dar rienda suelta a los sentimientos
que abrigan en su corazón los habitantes de los Andes”.
Padilla denuncia a esos argentinos
porque fomentaron la rivalidad, ofendieron la honra de los habitantes de
Chuquisaca, desorganizaron a los guerrilleros. Critica ante todo el desprecio
de esos generales argentinos a los altoperuanos; a los “bolitas” como los llamarían
ahora.
Hace cuarenta años, militares y
paramilitares argentinos actuaron directamente en el narco golpe fascista de
1980 y dirigieron personalmente torturas que ni los peores agentes bolivianos
se atrevieron. Ya Rafael Videla había metido sus narices para agudizar la
represión de la dictadura banzerista desde 1976, incluyendo el secuestro y la
desaparición de la bebé Carlita Rutilo, el único caso en 18 años.
En medio, hay muchísimas historias
de argentinos intentando manejar la política boliviana en la mitad del Siglo
XX, desde uno u otro signo ideológico. El Diario de Ernesto Ché Guevara refleja
también esa intromisión y a la vez el desprecio por los bolivianos. Ni siquiera
nombra al empezar su famosa libretita la reciente muerte de Federico Escobar,
el gran dirigente minero; quizá ni lo conocía. Describe con sorna la calidad de
varios de sus propios combatientes, incluyendo a “Willy” quien habría de morir
protegiéndolo.
Detalles menudos, frente a lo que
ocurre desde 2006. Hubo mercenarios como Andrés Salari, quien, bajo la
cobertura de “una empresa unipersonal”, cobró millonarios pagos para denigrar a
la prensa boliviana. Pretendió, inclusive, enseñar cómo se debería hacer
periodismo. Los bolitas mirados como incompetentes. Voló rapidito a otro nido.
La televisión argentina distorsionó
los hechos de octubre y noviembre en Bolivia con una cobertura banal y
fantasiosa que sólo tendía a aumentar las rivalidades, tal como Rondeau hace
dos siglos. El tono de superioridad infaltable frente a una ciudadana que se
atrevió a encararlos por mentirosos y por ignorantes.
Actualmente, el régimen argentino de
los Fernández encubre a Evo Morales que no duda en enviar mensajes violentos para
cercar las ciudades, para provocar enfrentamientos civiles. Desde una casona,
bien protegido, gastando dinero del pueblo boliviano, del pueblo argentino.
Tantísimos exilios a lo largo de la historia de Bolivia no cuentan con
semejante agravio a las normas internacionales del asilo. El (ex) grupo
palaciego disfruta los placeres y sus vicios conocidos, amparados por la Casa
Rosada.
Bolivia, en casi dos siglos de
república, nunca agredió ni militarmente, ni políticamente a Argentina, ni se
metió a fomentar revueltas desde sus fronteras contra un gobierno de Buenos
Aires.
Como pidió Padilla a ese tipo de
argentinos; “muden de costumbres, adopten una política juiciosa, traigan
oficiales que no conozcan el robo, el orgullo y la cobardía”. Dejen de una vez
de lado “su infame conducta”, escribió el heroico patriota.