El mundo conmemoró con diferentes actos en distintos escenarios el 75 aniversario del ingreso de tropas del Ejército Rojo al campo de concentración en Auschwitz, el símbolo más famoso de lo que significó el grado de maldad que había alcanzado la humanidad para despedazar a otros seres humanos por su procedencia étnica, por sus creencias, por sus ideas, por su opción sexual. “Nunca más” han coreado los actuales sobrevivientes que entonces eran niños adolescentes y hoy están en el umbral de la muerte.
Pocos días después en Bolivia hubo homenajes para recordar a Werner Guttentag, el librero, como muchos lo conocían. Había nacido en Breslau, ahora Polonia, el 6 de febrero de 1920 y tuvo que abandonar su patria junto a su padre escapando de la persecución nazi. En una bitácora que contaba los muchos días, sobre todo, las muchas noches de temor entre la huida, el barco, el ancho mar, las posibilidades de asilo, hasta su llegada a Cochabamba.
Era 1939, año nefasto para la dignidad humana. El final de la Guerra Civil española (1936) mostró cuan largos tentáculos tiene el odio al que no piensa como uno piensa. Las décadas posteriores dividieron a regiones, a cultos, a familias, a enamorados. Pocos ejemplos tan dramáticos de lo que desencadena la confrontación entre paisanos.
Era el inicio de la Segunda Guerra Mundial que consiguió desentraña la maldad que lleva el hombre cuando deja de ser una criatura divina. Los soldados rusos describieron cómo habían encontrado a otros humanos que parecían zombis, piel y hueso, con ojos tan vacíos pues también el alma había volado. Se confirmaban las denuncias de documentales estadounidenses que muchos pensaban eran solo propaganda.
Miles, millones de personas murieron en las trincheras, otros millones civiles en bombardeos. La peor pesadilla fue el asesinato de mujeres, niños, hombres en cámaras de gas, con métodos sofisticados, con maquillajes científicos, con experimentos perversos.
Werner pudo salvarse y encontrar en Bolivia una posibilidad de vida tranquila, más aún con la política de Germán Busch para abrir las fronteras a judíos. Muchos refugiados retornaron a sus lugares de origen porque les era difícil comprender a los bolivianos. Guttentag se quedó, sembró hijos, árboles y muchos libros. Dio su vida para fomentar la lectura entre sus nuevos vecinos. Arriesgó su capital para imprimir a poetas desconocidos. Fomentó ferias, exposiciones, concursos. No leer lo que Bolivia escribe, era no saber lo que Bolivia es.
Werner no guardó rencor ni vengó su dolor contra otras personas. Por el contrario, hizo mucho para la comprensión entre los cochabambinos. Así como este 27 de enero se reunieron en Auschwitz representantes de origen israelí y de 20 países árabes, alemanes y otros europeos. Desean un futuro de paz, justicia, amistad, como relata la DW.
En cambio, la conmemoración en Jerusalén fue una nueva expresión de rivalidades y poderes. Donald Trump anunció un plan para hundir más al pueblo palestino, para olvidar que 700.000 y luego miles más fueron arrancados de sus hogares para habilitar Israel. No hay señales que las lecciones sean aprendidas. Palestina sigue pagando el precio de un infierno que ellos no provocaron pero que Israel se los cobra todos los días. El resto del mundo calla.