Algunos hechos, algunos discursos,
algunos gafes de quienes gobernaron Bolivia eran conocidos por la opinión
pública gracias al esfuerzo del puñado de periodistas y de medios con voz
propia. A veces, fueron las redes sociales las que compartieron palabras y
gestos que diagnosticaban su desgaste.
Desde la represión a las madres con
sus bebés en Chaparina alertaron los síntomas del cáncer oficial. Poco a poco
se sumaron otras fiebres con escándalos inocultables como la repartija de
dinero a cuentas particulares de dirigentes campesinos; los bolsillos
rebalsando dólares de funcionarios del Banco Unión; las avionetas con droga;
las falsificaciones de títulos; las continuas borracheras en oficinas públicas;
los excesos del sexo entre diputados y asambleístas. Un largo etcétera.
En febrero de 2016 se publicó una
primera radiografía del pútrido poder que corroía al Palacio de Gobierno. Como
describe en su libro Reymi Ferreira, una prostituta de lujo, amante de una gama
de personajes políticos y empresarios chinos, era la primera dama escondida. Su
rostro es la imagen del sistema viciado.
Durante dos años, ningún esfuerzo
pudo revertir la herida putrefacta y ninguna quimioterapia- menos un film
argentino dedicado a los periodistas bolivianos- contuvo los efectos de esa
“carita conocida”. Detrás de un aparente enamoramiento inocente estaban los deseos
indecorosos al estilo de Somoza o de Trujillo, los derroches, los tráficos de
influencias, el fracaso de las comisiones parlamentarias fiscalizadoras, la
presencia descontrolada de empresas asiáticas, las relaciones incestuosas de
fiscales, jueces y carceleros.
La ciudadanía comprendió que el
conjunto de quienes manejaban la cosa pública estaba cariado; olía mal. Intuyó
que se aproximaba una larga agonía como la que narran novelistas que se ocupan
de satrapías. Entre el 10 y el 12 de noviembre de 2019, el engranaje estaba tan
sucio que en un soplido se derrumbó.
En estas semanas, la población
conoció que el mal había hecho metástasis en casi todos los órganos sociales. En
la cultura, en el deporte, en la telefonía móvil, en las agencias del gobierno
electrónico, en los concursos, en las contrataciones, en los servicios, en las
gobernaciones, en los pozos gasíferos. Podrido, casi todo podrido.
En el dossier del incidente en
inmediaciones de residencia de la embajada de México en Bolivia asoma la
extensión de esa fermentación. Los triángulos gangrenados donde intervienen muchas
nacionalidades. Intoxicadas empresas, caso Neorona, con lazos aztecas,
españoles y venezolanos manejaron dinero boliviano.
Ahora se entiende mejor la presencia
de José Luis Rodríguez Zapatero en el fracaso del diálogo de la oposición con
el gobierno de Nicolás Maduro, sus visitas a Bolivia y la compra de su chalet
millonario. Hay que informar qué hizo tanto en La Paz, qué influencia tiene en
Pedro Sánchez. A su lado, el obsceno
Pablo Iglesias y su grupo de izquierdas lujosas y ulceradas, fotocopia del MAS.
Parecería que vuelven los años
cuarenta del siglo pasado, cuando la tímida Bolivia era usada por oscuros
sistemas de espionaje que inventaron golpes, “putch”, decían entonces, falsificaron
misivas, asediaron La Paz. Hoy, como ayer, los combatientes no son conscientes
de que los misteriosos sucesos son en realidad parte de grandes juegos ajenos a
los verdaderos intereses del país.