Escribo este 15 de enero,
aniversario del asesinato de ocho militantes en 1981. ¿Murieron en vano? ¿Sería
hoy Luis Suárez el líder que necesita Bolivia como pudo ser Luis Carlos Galán
en Colombia? ¿Aceptaría Artemio Camargo la adhesión de la Federación de Mineros
a un partido político? ¿Adherirían al MAS?
Aquellas muertes fueron parte del
esquema de la última dictadura militar aliada con asesores argentinos que intentaron
implantar en Bolivia el esquema de detenciones, desapariciones, fusilamientos.
Aún con su historia violenta, la persecución boliviana no había llegado a los
niveles de sofisticación de los gauchos.
Meses atrás, en 1980, se reveló un
plan que parecía fantástico, de un film de espías. Circuló una lista preparada
dentro del “Plan Cóndor”, donde aparecían políticos, religiosos, periodistas
que serían liquidados en los próximos días. Eran 116 nombres, entre ellos,
estaba “Luis Espinal Camps, sacerdote jesuita, director de “AQUÍ”.
Los autores del plan estaban
relacionados con grupos fascistas de Italia, Alemania y del Cono Sur. Los
“Novios de la Muerte” aliados con paramilitares y políticos criollos estaban
listos para una represión selectiva y terrorista. Usaron grupos civiles armados
para enfrentar a la oposición, similar a lo que hace poco propuso Evo Morales
(que ya aplican Nicaragua y Venezuela), además de atentados, parecidos a los
incendios promovidos en la llamada “guerra civil” que intentó la sección
criminal del MAS.
Aunque se conocieron algunos nombres
de los terroristas ninguna autoridad asumió acciones preventivas, menos las
posibles víctimas. Así, la noche del 21 de marzo de 1980, Luis Espinal fue
secuestrado, torturado en el matadero y baleado. Con ese asesinato los
golpistas querían amedrentar a la población y ejecutar su plan.
La respuesta popular fue
contundente. La masiva participación en el entierro el 24 de marzo, justo el día
del asesinato del obispo Oscar Romero en El Salvador, la reacción de los
bolivianos en diferentes niveles sociales, políticos, regionales postergó otras
muertes. Espinal salvó a los demás, aunque no se detuvo el golpe del 17 de
julio.
En su pueblo catalán natal, Sant
Fuitós de Bages, en España se inauguró hace poco el “Año Luis Espinal” para
recordar con detalle todos estos hechos y la herencia de Espinal como jesuita,
cineasta, docente, periodista, tallador y como persona extraordinaria. Tanto su
familia, amigos, religiosos estuvieron presentes.
¿Qué diría Espinal del estado de
situación? La Comisión de la Verdad no se ocupó de él. Su antigua compañera en
la huelga de hambre entró a golpes a la sede de la Asamblea de Derechos Humanos
que él ayudó a fundar. La APDHB no logra renovarse con sangre joven. Sacha
Llorenti ordenó reprimir a madres indígenas. La Defensoría del Pueblo apaña a
los políticos. La CIDH protege a Mary Carrasco (será que no conoce su
historial). El representante del Alto Comisionado de la ONU, Denis Racicot no
condenó los sucesos en Chaparina porque siempre defiende a Evo Morales. Sigue
un largo etcétera que va desde la falta de autocrítica de los activistas de
DDHH hasta la instrumentalización de espacios internacionales para volver
víctimas a los violentos.