El gobierno de Janine Añez tiene al
frente inmensos desafíos y es posible que no le alcance el tiempo para atender
todas las demandas. Sin embargo, una de más estropeadas es el área de la
cultura y, aunque seguramente no es la más urgente, no debe de ser ignorada.
El autoritarismo de 14 años intentó cubrir su visión hegemónica con el slogan
de una "revolución democrática y cultural". Sin embargo, el trabajo
del Ministerio de Cultura se concentró en banalidades para el culto a la
personalidad de los antiguos mandatarios. Indudablemente la construcción de un
museo para perpetuar camisetas sudadas o regalos varios fue la máxima expresión
de ese estropicio. Juan Carlos Valdivia embarró su trayectoria con ese
millonario contrato.
El otro gran gasto estuvo concentrado en una carrera de diferentes vehículos,
expulsada de otras regiones por los daños que causa a la Madre Tierra y porque
deja en el país que lo acoge más perjuicios que ganancias. Una vez más,
prefirieron al capitalismo salvaje en vez de la construcción serena y
sostenible de alentar el turismo como una posibilidad de ampliar la base económica
nacional.
El viceministerio de Descolonización fue uno de los que realizó más actividades
en los lugares más apartados del país. Algunas de sus publicaciones alentaban
innecesariamente las diferencias entre bolivianos. Otras insistían en recuperar
las cualidades de las diferentes culturas enfatizando la igualdad en la
diferencia. Sus acciones positivas fueron invisibilizadas por los discursos de
aborrecimiento.
El Ministerio patrocinó exposiciones
de autores jóvenes, conciertos de artistas rurales, presentaciones en sus
espacios. Es inentendible que en sus dependencias se acumulaban bombas incendiarias
para servir al terrorismo del ala criminal del MAS.
Hay la expectativa por lo que la
nueva administración pueda organizar para reflejar al país profundo y a la
diversidad de sus expresiones culturales, la mejor herencia de nuestros
antepasados.
Hay que emplear cirugía mayor en la Fundación Cultural del Banco Central, sobre
la cual hemos escrito en otras oportunidades y no repetiremos las denuncias
acumuladas contra varios de sus ejecutivos. El nudo central es la politización
que introdujo el músico Roberto Borda para transformar un espacio de estética y
de memoria colectiva en un refugio de intelectuales contrarios a la pluralidad
del pensamiento.
En estas últimas semanas se
conocieron otros procesos, como el que enfrenta Joaquín Sánchez, alias de un
ciudadano paraguayo que participó también en el museo inservible y en otros
excesos de la mala gestión de Sergio Prudencio y su equipo.
Algunas dependencias de la FCBC intentaron zafarse de las imposiciones del
partido, como la Casa de la Moneda, o el Archivo Nacional después de la
vergonzosa acción contra la impecable Marcela Inch. En cambio, el Museo
Nacional de Arte sigue en bajada. La última ocurrencia fue vaciar las salas con
pinturas virreinales; antes hubo exposiciones donde no faltaba la imagen del
Gran Jefe, en fotos o videos.
Hay un largo inventario que debería encararse para evaluar el área de la
cultura en la etapa del oscurantismo que enfrentó Bolivia. Encontrar los
grises, defender a quienes intentaron salvar la nave a pesar de las presiones,
las renuncias dignas, como también señalar claramente a quienes hasta ahora
siguen derrochando el escaso presupuesto destinado a la cultura solo para pagar
una burocracia infeliz.
Deseo para 2020 nunca más ir a una
apertura de artes plásticas donde esté prohibido invitar a alguien destacado en
la gestión cultural solo porque así lo dispuso un falso licenciado.