Temerosos, como culpables, los
ministros del Estado Plurinacional de Bolivia corrieron a sus despachos, sin
dar la cara, sin participar en una conferencia de prensa, sin dar información,
sin contestar preguntas, sin aceptar ni siquiera una interrogante al vuelo.
Acababa de concluir una larguísima
sesión de gabinete, dicen que, de unas ocho horas, la primera del año, del año
2019, el último del gobierno del Movimiento Al Socialismo, dentro de la
precaria legalidad que aún existe en este país sudamericano.
La población quería conocer datos
oportunos, los planes para aplicar el presupuesto nacional o para completar lo
mucho que falta para cerrar los programas sociales y económicos anunciados hace
una década. Nada. Imposible. No hablan.
El gobierno que más gasta en un
Ministerio de Comunicación no tiene un vocero para atender los tradicionales
briefings que se dan al finalizar reuniones importantes en los países
democráticos del mundo. La ministra Gisela López suele aparecer casi
exclusivamente para confrontar a alguien, pero no está capacitada para
desarrollar información cara a cara. Es curioso, muy curioso.
En más de una ocasión, sale al paso
el ministro de la Presidencia, Alfredo Rada, quien no reúne las capacidades
técnicas y científicas de un buen comunicador; quizá todo lo contrario. Entre
sus dones no está el de la empatía. Monologa; unas frases sueltas y no acepta cuestionamientos.
Los periodistas que cubren el
Palacio de Evo se ven obligados a conseguir información off de récord,
susurros, chismes. Hace años que no existen planes de comunicación a nivel
nacional o a nivel sectorial. Es muy difícil conocer los aciertos o las
debilidades de lo que sucedió en la semana, en el mes, en el día, desde una
fuente primaria, oficial.
El régimen masista desarrolló un
sistema perverso. Entrevistas con formato de tongo, muchas veces solicitadas
por la autoridad. Hay ministros que no aparecen ni mensualmente en un medio
masivo de comunicación, pocos los conocen. Otros copan programas para repetir
alguna consigna salida desde palacio. Aunque se gastan millones de millones en
propaganda, la gente opta por no leer, por no ver o por no escuchar. Es el
típico efecto boomerang de todo exceso.
No es responsabilidad de los
comunicadores de cada ministerio, como parece cree el Presidente Evo Morales,
sino el resultado de una opción, de un estilo. Los medios oficiales malversan
su programación con transmisiones alrededor de su figura, incluyendo ahora la
hija pródiga. ¿Será que todo ese gasto cambiará el rechazo de la mayoría que
votó por el NO el 21 de febrero de 2016?
Hay una forma sistemática de
propaganda, por ejemplo, pintando de azul los edificios que atienden al público
como SENASIR; las gigantografías ilegales en el teleférico; las fotos de Evo en
los productos del subsidio. Sirve para reforzar el voto duro, no para ganar a
las clases ilustradas.
Además de los guerreros digitales
semi analfabetos ensayan los guerreros radiales para copar programas de
opinión. Tan tontines que leen los papelitos que les dan, a veces se equivocan
o la misma persona llama allá y acá, los mismos argumentos, las mismas ideas.
¿Esperan que la audiencia les crea?
Mientras gastan los millones que
podrían ayudar a otras áreas.