Este 22 de enero se cumplen los 13
años del llamado Proceso de Cambio, seguramente el último brindis antes de la
caída de este impactante ciclo de la historia de Bolivia. La perspectiva del
tiempo ayudará a comprender los alcances de sus medidas sociales y económicas:
cuáles fueron simiente; cuáles fueron solamente un tropel, con mucho ruido y
pocas nueces.
En dos asuntos no hubo
transformación. El primero es el referido al horizonte del ser humano, del que
tendría que haber salido una persona nueva, un “Hombre Nuevo”. El modelo se
basó en extender la demanda interna. La inclusión se dio sobre todo fomentando
el consumo: más canchas, más cemento, más autos- así sean chutos-, más tiendas,
más contrabando, más festejos, más chicas modelando, más chicos con lentes
oscuros.
No hubo un proceso de inclusión a
través de la sabiduría, del conocimiento. Falló la Ley Avelino Siñani y en este
lustro, los bachilleres bolivianos tienen menos competitividad que los
bachilleres colombianos o chilenos. Algunos éxitos personales y aislados no
alcanzan para borrar la marca colectiva de “mediocres”.
El segundo asunto sorprende: la
falta de narrativa para acompañar las acciones políticas. Las revoluciones
mundiales desde el Siglo XIX priorizaron el apoyo a las expresiones artísticas (sobre
todo las “políticamente correctas”), la movida cultural de la nueva nación (el Estado
Novo brasileño, el Chile de Allende, el sandinismo en los 80).
Aunque el gobierno del Estado
Plurinacional subtituló la frase “revolución cultural”, este aspecto no está ni
en fase embrionaria. La excesiva propaganda fue repetitiva no creativa. ¿Quién
podrá, por ejemplo, coleccionar los afiches de este proceso, como sucede con
los carteles de la revuelta bolchevique?
Los danzarines- que ya tenían su
propia dinámica- ligados a entradas folklóricas patronales, no desarrollaron
narrativas complementarias al discurso oficial. Ni siquiera en el folklore hubo
una vigorosa generación de compositores del “proceso de cambio”. ¿O son los
Karkas el símbolo del socialismo Siglo XXI?
Los actores no presentaron obras
para reflexionar sobre el MAS. El intento más cercano fue el de Percy Jiménez
con el ciclo de los “B”, aunque sus propuestas eran más una consecuencia de su
propia dramaturgia que una reacción al estallido aymara.
Los cineastas tampoco aportaron a
una narrativa complementaria al “evismo”, films que podríamos calificar como
“de la era del MAS”. Al contrario, el mismo autor que inmortalizó el 52, Jorge
Sanjinés, se convirtió en su propia caricatura deformado por su película aduladora.
Juan Carlos Valdivia quedará como el mimado del museo de Orinoca más que como
director de “época”. Las muchas películas bolivianas importantes de esta década
recorrieron otras carreteras.
No hay nuevos nombres en las artes
plásticas de la talla del trotskista Alandia Pantoja o de las modernistas María
Luisa Pacheco, Esther Ballivián, Graciela Boulanger en los años cincuenta. Es
un periodo de poco alcance, que deja escasa herencia.
Revistas auspiciadas por la Vicepresidencia
o por el Tribunal Electoral o las colecciones de la Fundación Cultural del Banco
Central se limitaron a reproducir notas de los simpatizantes sin lograr
consolidar un pensamiento, una “escuela”.
La derrota del MAS es interna, no
obra de la oposición ni del imperio.