Hace unos meses, invitada por el
Ministerio de Gobierno y por Naciones Unidas, expuse en un seminario
interinstitucional sobre el rol de los periodistas bolivianos en el oscuro
negocio de la Trata y Tráfico de personas, uno de los delitos más viles y
rentables.
Aquello que hace décadas se ocultaba
como “Trata de blancas” es un negocio multinacional, vinculado a grandes
capitales que se mueven a través de las fronteras y, además, está relacionado
con los otros grandes contrabandos: el tráfico de drogas ilegales y el de
armas. En algunos casos extremos, el narcotráfico capturó al estado y ambos
actúan como cómplices, ejemplo Venezuela. La venta de armamento de países
europeos y de Estados Unidos a regímenes que no respetan los Derechos Humanos y
que a su vez trafican con grupos mafiosos, aumenta las ganancias para pocos,
mientras poblaciones íntegras son afectadas.
Antes se asustaba a los niños
traviesos contando sobre los “robachicos”, identificando más de una vez a aquel
“malvado” con algún inocente mendigo o un gitano de paso. En las dictaduras
militares de los años 70 los represores se apropiaban de bebés de las
detenidas/desaparecidas. Actualmente, bandas internacionales secuestran chicos
para vender sus órganos o para entregarlos a prostíbulos en diferentes
poblaciones.
Aunque muchos medios bolivianos
difunden avisos preventivos sobre la Trata de personas, sobre todo de menores,
esos mensajes aparecen poco vinculados con una campaña más amplia en coberturas
informativas y en páginas de opinión. Salvo algunos casos emblemáticos, el
periodismo de investigación no ha mantenido una constante vigilia sobre esa
fechoría, que aumenta día a día.
Hay poco conocimiento de la
normativa internacional y nacional y también hay uso poco prolijo de los
términos jurídicos y de los procedimientos penales. Los errores de lenguaje en
la cobertura policial y/o judicial son demasiado frecuentes en la prensa
boliviana. ¿Cómo ayudar? ¿Cómo trabajar para una prevención más efectiva?
Hay muchas opiniones y opciones. Sin
embargo, tampoco existe un trabajo eficiente de los organismos de prevención y
de sanción contra ese delito. Escasean los casos policiales exitosos donde se
desbarate una banda y se le dé castigo ejemplar.
“Muralla”, la extraordinaria
película de Gory Patiño, revela las aristas peligrosas de esta mafia que
comercializa seres humanos. Fernando Arce, Christian Mercado y un grupo de
excelentes actores desmenuzan en el film la complejidad de los estamentos
reunidos en la Trata: desde el alcohólico hasta el elegante doctor, el silencio
de los policías, el dejar hacer de las autoridades.
En 2005, la Policía Nacional, en un
momento de menos represión, menos politización y más institucionalización,
obtuvo una aprobación ciudadana del 75% en una encuesta organizada por el PNUD.
El camino de su reforma interna fue truncado por Juan Ramón Quintana y el
retroceso institucional es evidente.
Una Policía distraída en cercar las
plazas principales de cada ciudad, con jefes nombrados por favor político, sin
presupuesto, no puede atender delitos de esa envergadura. Los periodistas
ayudarán más y mejor si las fuerzas especiales de lucha contra el delito cumplen
su parte.