Llegué a Estelí, las 3.000 veces
heroica como se la conocía entonces, a los pocos meses de la victoria sandinista
del 19 de julio de 1979. Estaba fascinada por aquella historia épica de unos
jóvenes cristianos capaces de derrocar a una de las dinastías creadas por el
imperialismo estadounidense en los años 30.
Había caído Anastasio Somoza y
gobernaba el Frente Sandinista de Liberación Nacional, fundado en los años 70
por el poeta Carlos Fonseca Amador como brazo armado de las luchas populares y reivindicando
a Augusto César Sandino, el General de los Hombres Libres. Durante una década,
el FSLN había sufrido reveses, divisiones, muchas muertes, pero la unión de las
tres tendencias, desde las marxistas hasta las socialdemócratas, marcó el
camino de la victoria.
Gobernaba en Estados Unidos James
Carter que prefirió un camino pacífico a la intervención en América Latina y
las fuerzas juveniles ingresaron a León, a Granada, a Managua. Eran famosos
Edén Pastora y Dora María Téllez por el secuestro de meses antes; conocerlos fue
un sueño, igual que entrevistar a Tomás Borge y los comandantes.
Fuimos a Masaya, la heroica, que
había resistido con tantos chavales las últimas arremetidas de la Guardia
Nacional somocista. Llegar a Estelí, un nombre que jamás se enseñaba en la
geografía escolar, era un desafío en un país aún sumido en la guerra. Aún
circulaban las imágenes de los asesinados en los barrios populares.
Entonces vimos flamear la bandera
roja y negra y desfilar a adolescentes, algunos con el rosario católico en el
pecho, casi niños, armados con alguna FAL o con alguna mochila. Partían a las
brigadas de alfabetización, mientras Ernesto Cardenal ayudaba a ampliar la
difusión cultural.
Había poca comida, desorden en las
vías, lluvias torrenciales, mucho barro. Nada importaba y los latinoamericanos
nos uníamos a decenas de voluntarios llegados de todo el mundo para apoyar a
los sandinistas.
Fue, entre otros, el poeta Cardenal
el que destapó la mentira, la farsa y cómo la intriga de Rosario Murillo,
esposa de Daniel Ortega, había logrado arrinconar a los verdaderos sandinistas.
Muchos dirigentes se embarraron con una corrupción más bochornosa que la de los
propios somocistas. Los auténticos, como Henry Ruiz, Mónica Baltodano y otros
los denunciaron.
En 10 años, al mando de la pareja-
incluso acallando la violación de la hija de ella por parte de su padrastro- se
construyó una nueva burguesía, llena de lujos, pueril. Los antiguos comandantes
lamentan cómo se entregaron los intereses nicaragüenses a empresas
multinacionales, muchas chinas.
No dudaron en organizar elecciones
controladas. En el festejo del 19 de julio anterior, sólo Evo Morales asistió,
en un acto ridículo, donde la esposa enseñaba a Ortega cómo y dónde hablar y
abajo los empleados tomaban caña.
Sin los petrodólares, con una
ciudadanía desencantada que no pudo expresarse realmente en los comicios, con
medios de comunicación serviles o perseguidos, el estallido era previsible, no
importa cuál fue la mecha. Meta bala a los estudiantes en Managua; otra vez
Esteli ensangrentada. Miles de jóvenes piden que la pareja “imperial” se vaya y
sea juzgada.
El más puro estilo somocista, Ortega
responde: “son sólo pandillas”. Sólo lo apoya el presidente boliviano.