viernes, 25 de agosto de 2017

SOCIEDAD FRAGMENTADA

            Hace 46 años, el golpe de estado liderizado por el coronel Hugo Banzer con respaldo de partidos políticos introdujo a Bolivia bajo la Doctrina de Seguridad Nacional que había empezado en Brasil en 1964 y se consolidaría con otras acciones sangrientas en el Cono Sur. La mano del imperio estadounidense combinó represión, corrupción y quiebres en las sociedades latinoamericanas.
            ¿Pudieron los dictadores bolivianos lograr lo que consiguieron en Argentina, en Uruguay, en Chile? Hay muchos datos que muestran que los bolivianos mantuvieron, a pesar del miedo, los valores de una comunidad pequeña, cohesionada; la solidaridad ganaba a las ideologías.
            No son anécdotas sino reflejos de esa fortaleza. Una señora desconocida salvó a mi hermano durante el cerco a los universitarios en la resistencia al golpe banzerista. Un empresario minero refugió al máximo líder de los proletarios, arriesgando su comodidad. Ese mismo líder, cuando era todo poderoso, había escondido a los jóvenes perseguidos por el Control Político en los años cincuenta. Una esposa luego dio amparo al hijo de ese obrero clandestino.
            Durante el golpe de 1980, en pleno y durísimo toque de queda, un exitoso inversor inmobiliario prestaba su Mercedes Benz dorado para trasladar al dirigente campesino buscado por los servicios de inteligencia. Otras mujeres llevaban mensajes de un lado a otro, sin por ello compartir las ideas de los perseguidos.
            Las familias, como había ocurrido desde las épocas liberales, compartían cena entre los hijos: uno aviador, otro movimientista, dos falangistas y el mayor, simpatizante comunista. A veces las discusiones llegaban a los gritos, pero el amor interno quedaba intacto.
            Entre los amigos funcionaba algo similar: el fascista que saltó al grupo vociferante para cubrir al compañero de la escuela, dirigente universitario. O el coronel que avisó a su vecino para que la hija se asile a tiempo. Incluso, el antiguo mozo de hacienda que escondió en un sepulcro los restos de su antiguo patrón, el guevarista arquitecto, que pudieron ser rescatados en la época democrática. O la vendedora del mercado que metió entre sus polleras al petiso agitador en noviembre de 1979.
            ¿Queda algo de esa sociedad fraterna?

            El día a día muestra que aquellos abrazos ya no son posibles. En una década los amigos de la infancia se miran con desconfianza. El antiguo compañero de juegos en el parque se sale del grupo de WhatsApp porque no acepta los memes contra el vicepresidente. Antiguos colegas ya no se saludan, entre ellos muchos periodistas.