Hace 46 años, el golpe de estado
liderizado por el coronel Hugo Banzer con respaldo de partidos políticos
introdujo a Bolivia bajo la Doctrina de Seguridad Nacional que había empezado
en Brasil en 1964 y se consolidaría con otras acciones sangrientas en el Cono
Sur. La mano del imperio estadounidense combinó represión, corrupción y
quiebres en las sociedades latinoamericanas.
¿Pudieron los dictadores bolivianos
lograr lo que consiguieron en Argentina, en Uruguay, en Chile? Hay muchos datos
que muestran que los bolivianos mantuvieron, a pesar del miedo, los valores de
una comunidad pequeña, cohesionada; la solidaridad ganaba a las ideologías.
No son anécdotas sino reflejos de
esa fortaleza. Una señora desconocida salvó a mi hermano durante el cerco a los
universitarios en la resistencia al golpe banzerista. Un empresario minero
refugió al máximo líder de los proletarios, arriesgando su comodidad. Ese mismo
líder, cuando era todo poderoso, había escondido a los jóvenes perseguidos por
el Control Político en los años cincuenta. Una esposa luego dio amparo al hijo
de ese obrero clandestino.
Durante el golpe de 1980, en pleno y
durísimo toque de queda, un exitoso inversor inmobiliario prestaba su Mercedes
Benz dorado para trasladar al dirigente campesino buscado por los servicios de
inteligencia. Otras mujeres llevaban mensajes de un lado a otro, sin por ello
compartir las ideas de los perseguidos.
Las familias, como había ocurrido
desde las épocas liberales, compartían cena entre los hijos: uno aviador, otro
movimientista, dos falangistas y el mayor, simpatizante comunista. A veces las
discusiones llegaban a los gritos, pero el amor interno quedaba intacto.
Entre los amigos funcionaba algo
similar: el fascista que saltó al grupo vociferante para cubrir al compañero de
la escuela, dirigente universitario. O el coronel que avisó a su vecino para
que la hija se asile a tiempo. Incluso, el antiguo mozo de hacienda que
escondió en un sepulcro los restos de su antiguo patrón, el guevarista
arquitecto, que pudieron ser rescatados en la época democrática. O la vendedora
del mercado que metió entre sus polleras al petiso agitador en noviembre de 1979.
¿Queda algo de esa sociedad
fraterna?
El día a día muestra que aquellos
abrazos ya no son posibles. En una década los amigos de la infancia se miran
con desconfianza. El antiguo compañero de juegos en el parque se sale del grupo
de WhatsApp porque no acepta los memes contra el vicepresidente. Antiguos
colegas ya no se saludan, entre ellos muchos periodistas.