lunes, 10 de julio de 2017

REFUGIADOS SIRIOS, UN DRAMA SIN SOLUCION



            Kahramanras.- No sonríe, aunque está al lado de sus amiguitos y una hermanita le hace bromas. Hace calor y él lleva un pequeño pantalón y una remera gastada. Sus pies calzan lo que pueden, una sandalia de plástico celeste y una sandalia de cuero café. Mira desde el fondo de sus ojos claros al mundo que no entiende, a ese mundo de adultos que lo sacó de su casa destruida por las bombas. Aún puede escuchar la artillería y el retumbe de los bombardeos y aunque está a salvo en el campo de refugiados de Kahramanras, no sonríe.
            El periodista suele ser al mismo tiempo el testigo de primera mano de la historia y debe aprender a observar sin derrumbarse las miserias humanas, casi siempre motivadas por las ambiciones del poder absoluto. Me tocó seguir las violencias sin tregua en la Colombia ensangrentada, el dolor en la guerra salvadoreña, las persecuciones a los quichés en Guatemala, los golpes militares en Bolivia. Nada se compara con el drama humanitario en Siria y en otros países vecinos.
            Junto a periodistas de 25 nacionalidades, latinoamericanos, europeos y asiáticos asistimos a la realidad de más de tres millones de refugiados en Turquía, ahí los llaman “huéspedes”, de los sesenta millones de personas que deambulan por el mundo porque ya no tienen patria que los cobije. De esa inmensa cifra, doce millones son sirios dispersos en diferentes países limítrofes a su país.
            Desde Bolivia se ve todo aquello como lejano, imposible que llegue a estas tierras. También así pensaba Abdullah Mejhem Al-Gghadawi, periodista sirio, hace siete años, cuando disfrutaba una limonada con menta en el patio con aljibe y durazneros de su casa. Hoy deambula intentando ingresar cada mes hasta Alepo para cubrir la guerra mientras su familia es una de las refugiadas en Estambul.
            Siria estaba en medio de los largos conflictos en el Medio Oriente y vivía como varios otros países árabes bajo un régimen autoritario y con escasa libertad. Pero desde abril de 2011, la violenta represión del régimen contra los rebeldes obligó a millones de sirios a salir del país y los que se quedaron viven en peligro constante, hambrientos, con el pánico que nunca olvidarán.
            La geopolítica en la zona es muy compleja y son diferentes las fracciones enfrentadas, desde el gobierno de Bashar Al Assad, los restos y subdivisiones de Al Qaeda, Isis, las milicias kurdas, o las pertenencias a variables islámicas. Más que nada es la intervención de Rusia y sus aliados y de Estados Unidos y sus aliados para pelear por ese estratégico nudo y sus riquezas. Donald Trump amenaza y al mismo tiempo entrega armas por millones de dólares. Los únicos que se benefician son los señores de la guerra.
            Como decía un analista español, EEUU no ganó ninguna guerra desde Correa, pero destruyó a decenas de países. Irak, cuna de la civilización mundial, está moribunda y ahora le toca el turno a Siria, la más sabia de la Biblia.
            Pocos entienden el conflicto con todas sus ramificaciones. Lo cierto es que nadie cree en una pronta salida y mientras escribo esta nota hay nuevas noticias que tensionan aún más el ambiente. Miles de civiles sufren la pérdida de algún familiar o amigo y huyen del devastado país, a pie o en carromatos, temiendo algún atentado como sucedió con un convoy de refugiados de Alepo. Es posible un nuevo bombardeo con gas sarín, como el que en abril mató cruelmente a decenas de infantes. Mis colegas no entienden por qué Evo Morales y Sacha Llorenti se negaron a firmar la propuesta europea para que no se usen armas químicas, algo que también se negaron Rusia y China.
            Turquía tiene una tradición para atender desastres naturales y humanitarios, pero tuvo que apelar a todas sus fuerzas para recibir a los sirios que llegaron en masa hasta sus fronteras. AFAD es la entidad gubernamental con más de 600 empleados directos y una gran logística encargada de organizar los 23 campos de refugiados con 247 mil personas. Cerca de tres millones viven en diferentes ciudades turcas, tienen opción a trabajar y reciben educación y salud gratuitas. Además, hay 460 mil iraquíes y otros miles de países europeos del Este.
            La educación es compleja porque los niños deben seguir con su lengua materna, árabe, y aprender turco, además que en los colegios se enseña inglés; hay 310 mil escolares, de ellos 82 mil dentro de los campos y se ha dado formación técnica a 115 mil jóvenes. Los hospitales han atendido 25 millones de consultas de refugiados sirios y han nacido 224.750 niños que tienen un estatus complejo porque son sirios pero nacidos en Turquía, asunto que en el futuro puede ser muy complejo.
            Turquía recibe 526 millones de dólares, el 82% de las Naciones Unidas y parte de los países europeos, de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, de ONGs y de otros países. Debe solventar los otros 12 billones de dólares que demanda la atención a los refugiados. Esa es la queja del Presidente Recep Tayyip Erdogan que reprocha permanentemente a Europa su actitud pasiva, de hablar y felicitar pero no hacer más para contener el desborde de refugiados en toda la zona.
            Hay asilados en las 81 provincias turcas, pero principalmente cerca de la frontera como Giazantep, Kahramanmaas, Osmaniye, Hatay Yayladagi. Los primeros campos de refugiados fueron carpas de urgencia para atender a los miles que cruzaban los puestos de control, pero actualmente son pequeñas ciudades con un promedio de 20.000 habitantes cada una, que aumentan o bajan según lleguen nuevos y otros consigan trabajo y salgan.
            Los campos están diseñados como pueblos, con calles anchas, casas pequeñas, pero con todos los servicios, escuelas, hospitales, una o dos mezquitas, mercados, canchas de futbol y juegos infantiles. Cada refugiado recibe una tarjeta de consumo de 100 liras turcas (cerca de 30 dólares) para sus compras personales.
            Están cercados y con torres de vigilancia, sobre todo para evitar ataques terroristas, como ya sucedió con refugiados que querían llegar a la frontera. Se ejerce estricta vigilancia para evitar infiltrados.
            La agencia turca para atender desastres, AFAD, tiene más de mil empleados, pero sobre todo un millón de voluntarios que ayudan en diferentes tareas, desde atención a los niños enfermos o a los escolares. Hay profesoras, con salarios financiados por UNICEF, que recorren cada día decenas de kilómetros para dar lecciones a los adolescentes.
            El cuidado sanitario es extremado y el hospital es desinfectado cada dos horas para evitar cualquier epidemia. En Yemen, este junio, se desató el cólera y hay 300.000 enfermos. En los campos de refugiados hasta ahora no hubo ningún niño muerto por causas gastrointestinales o resfríos y todos los recién nacidos (224.000) sobrevivieron. Se han atendido gratuitamente 26 millones de consultas y hay 161 doctores destinados para este servicio, varios son doctores sirios que tuvieron que operar en su país sin anestesia, sin remedios.
            También hay casos de fallecidos por causas naturales, y los refugiados respetan las diversas ceremonias fúnebres, pero la dificultad mayor es dónde enterrarlos, aunque el gobierno turco también corre con esos gastos. Dejar a un familiar fuera de la patria es una marca. Es uno de los temas más complejos y en algunos lugares funcionan cementerios semi clandestinos para poder sacar en algún momento a su muerto y llevarlo de regreso a casa.
            Mehmet Halis Bilden, presidente de AFAD (Afet ve Acil Durum Yönetimi Baskanligi), asegura que Turquía mantendrá su política de fronteras abiertas y su tradicional hospitalidad. AFAD tiene un sistema de información rápida y de reacción inmediata a urgencias. Desde hace siglos es un territorio que sume muchas culturas y visiones, pero en los últimos 25 años todo lo anterior fue superado. Los 911 kilómetros de frontera con Siria reciben diariamente a nuevos asilados.
            “Nuestro deseo es que todos regresen pronto a casa, pero mientras estén acá son nuestros huéspedes y los seguiremos atendiendo a pesar de la indiferencia del mundo, principalmente de Europa que no asume sus responsabilidades”, declara mientras recorre las calles del campo de Osmaniye, donde ya están las familias han logrado mayor estabilidad.
            Entre tanto, junto a Murat Dinc, traductor, intento conocer las diferentes historias de este drama que no concluirá pronto. Nadie ve un futuro de esperanza mas todos están seguros que ninguno y por varias generaciones podrán liberarse del horror, del horror, del horror.