viernes, 13 de enero de 2017

RASPUTÍN, UN SIGLO DESPUÉS

        Hace un siglo, en diciembre de 1916, moría el santón Rasputín, inseparable figura del ocaso del imperio zarista y el desenlace de la Revolución de Octubre que en 1917 conmemorará cien años de la mayor utopía y de la mayor frustración de la humanidad en búsqueda de pan y libertad, libertad y pan.
            Gregori Yefinovich (1889?), conocido como Rasputín, un monje curandero, ingresó por azar al palacio real ruso, donde consiguió aliviar la hemofilia que padecía Alexis, el único hijo varón del zar Nicolás II y de la sensible zarina Alexandra. A partir de ese hecho y de embobar a la familia real con mensajes esotéricos, logró manejar al soberano.
            Mucho se ha escrito sobre su capacidad de dominar a las personas a través de un discurso seudo místico, con los argumentos de la época que hoy podríamos traducir como ensayos populistas típicos de las mentes emocionales y poco racionales. Conseguía lo que quería porque combinaba con astucia el temor a perder los beneficios del poder y las sesiones de hipnotismo.
            Rasputín era de la secta flagelante e invocaba a Dios al mismo tiempo que organizaba exuberantes orgías que harían palidecer a los libertinos franceses. Al punto que entre las leyendas que se publican sobre él hay varias sobre sus hormonas y su miembro viril, del que se dice que se conserva como reliquia en un museo moscovita.
            Para describirlo sus biógrafos emplean muchos adjetivos: dictador diabólico, despiadado, feroz, cómo el hijo de campesinos analfabetos logró influir en el poderoso imperio de los Romanov. La aristocracia veía con recelo su capacidad de convicción y un grupo organizó su muerte, al mando del Príncipe Yosupov. Fue necesario dosis de cianuro para matar a un caballo, balas y dejarlo helarse en el río Neva para que muera.
            Un siglo después otros rasputines aparecen en la escena de la política moderna, usando los mismos trucos: mesianismo para que el jefe se crea un predestinado; la amenaza y el obsequio para controlar a las masas; el miedo a la pérdida del poder y a la muerte; el discurso apocalíptico.
            El caso más notable es de la rasputina surcoreana Choi Soon-sil, quien logró tener tanta influencia en la Presidenta Park Geun-hye que provocó su caída en medio del lodo de la corrupción millonaria y escándalos en las empresas públicas.
            Choi es hija del fundador de la secta “Iglesia de la vida eterna” y convenció a la mandataria que ella era una semidiosa por encima de las leyes que rigen al resto de los mortales. Unió sus ambiciones con discursos chamanísticos. Los especialistas describen como una especia de “teocracia” los últimos años del gobierno coreano. Finalmente el pueblo las expulsó a las dos.