El tránsito al 2017 confirma una
tendencia que empezó hace lustros y quedó consolidada durante el proceso de
cambio- ya decenal-, sobre todo después de la construcción improvisada y
descoordinada del Teleférico.
Sopocachi ha dejado de ser el barrio
emblemático del apogeo paceño; barrio de diseño armónico con veredas arboladas
y parques continuos, casi cada cinco cuadras, entre ellos el más famoso y
recordado, el Mirador El Montículo, datado en 1898. Las construcciones apuradas
de edificios son una carga de sombra y de movimiento que no puede ser soportado
por sus estrechas veredas. Surgen casas del peor estilo andino, ladrillos sin
planos, calaminas y no tejas, puertas de acero para albergar tiendas y ya no
zaguanes ni porches con maceteros.
El colapso de los sistemas de agua
potable, de alcantarillado, de parqueos y calzadas está anunciado y ya se siente.
Diariamente revientan cañerías de la empresa emblemática del MAS, EPSAS,
incapacitada para enfrentar estas presiones por su administración político
partidaria y no técnica.
El Teleférico no fue una solución
sino un problema más para el transporte público con una aparente conexión
rápida a El Alto pero sin contemplar qué pasa con las miles de personas que
ahora disputan a los vecinos un vehículo al centro, a Miraflores o a otras
zonas. La Plaza España es la nueva Pérez Velasco.
Como tal está repleta de dinámicos
puestos de venta callejeros, incluso en autos parqueados. Ofrecen camisetas
deportivas, calzados de toda procedencia, más allá una señora vende chompas o
blusas. Vendedoras de pan compiten con las antiguas panaderías legales y en
pleno césped hay ofertas de la gastronomía nacional, más baratas que los
restaurantes controlados por la sanidad municipal.
Lo más notable es cómo desparecen
los oficios barriales. En vez del zapatero está una entidad minera. La librería
que surtía a todos los escolares está ocupada por una representante
internacional. Hay un canal para estatal, una recepción del Ministerio de
Gobierno, una semi clandestina red de inteligencia, en vez de la costurera, de
la peluquera y del arregla todo.
Decenas de perros sustituyen a los
chiquilines que otrora llenaban el Montículo. Ya no hay hogares, sino
departamentos, ya no familias sino parejas o solitarios habitantes. Aún
recuerdo como corrían los niños por todo el monte. Sus antiguas casas son ahora
oficinas de empresas públicas que no tienen ningún cariño por la zona. No
salieron con sus juguetes el 25 de diciembre, como era tan usual, ni con sus
risas cantarinas.