Durante algunos días de mayo, los titulares de la prensa se llenaron de un nombre poco conocido: Max Mendoza Parra. Su rostro cincuentón, disimulado detrás de un barbijo, sus ojos enojados, corpulento (casi obeso), se repetía en los noticieros.
Las imágenes lo mostraban escoltado
por policías del Grupo DACI, que lo trasladaron de su refugio en Cochabamba
hasta una cárcel en La Paz. Estaba acusado de al menos ocho delitos, entre los
que estaba su presunta relación con el uso de una granada de gas en una
asamblea estudiantil en Potosí que causó la muerte de jóvenes estudiantes y más
de 70 heridos.
La tragedia permitió destapar la
biografía de este personaje que llevaba más de 30 años como universitario, dirigente
desde 2013, ligado al Movimiento al Socialismo y personalmente a Evo Morales,
un cabecilla cocalero que continuamente declara su aversión a los estudios
superiores.
Mendoza presentaba todos los trofeos
posibles, era presidente de la Confederación Universitaria Boliviana (CUB)
después de abandonar 82 materias y reprobar 38 en 13 años de estudio para
ingeniero; ganaba un salario a nivel de profesional senior (como pocos en el
país) en la máxima autoridad universitaria del país; participaba en comisiones
para elegir autoridades judiciales después de haber abandonado 73 materias y
reprobado 4 de las 79 en las que aparecía inscrito en la Universidad Mayor de San
Simón.
Max Mendoza Parra, con edad para ser
abuelo, era el máximo operador de un entramado amplio incrustado en todas las
universidades públicas, donde los dirigentes universitarios son alumnos
aplazados. Incontrolables recursos económicos, poder político, viajes, festejos
y la obediencia al MAS son el escenario donde se mueven.
Poco después hubo un congreso de las
universidades bolivianas, en el cual no se tomaron medidas para revertir este
descalabro institucional. Algunos discursos, palmadas en la espalda, cambios de
fichas.
Después el silencio.
Pero no el olvido para la historia.
Sin embargo, no siempre fue así la
dirigencia estudiantil. Todo lo contrario. Desde el inicio de las luchas
autonomistas en los años 20 del siglo pasado, los líderes eran brillantes,
fundaron partidos políticos, editaron revistas, promovieron debates,
principalmente en Cochabamba.
Fueron universitarios paceños los
que estuvieron dispuestos a morir por sus ideas en la llamada “Noche triste” del
10 de abril de 1952. Fueron estudiantes los que enfrentaron el poder del
Control Político en 1959. Fueron dirigentes de la Federación de Universitarios Local
los que convocaron la organización del Comité pro Santa Cruz.
Eran los mejores alumnos los
muchachos que partieron a luchar en Teoponte, como los tres hermanos Quiroga
Bonadona y otros dirigentes de la CUB en 1970. Honestos, sinceros, hasta el
sacrificio de la vida por los ideales libertarios.
Fueron universitarios los que
organizaron el Comité Interfacultativo en 1974 y denunciaron al mundo la
dictadura banzerista hasta abrir el cauce de la democracia. Eran dirigentes
estudiantiles varios de los ajusticiados en la calle Harrington en 1981.
Las asambleas universitarias durante
el rectorado de Hugo Mansilla Romero en la Universidad Mayor de San Andrés eran
debates con argumentos, con brillante oratoria, con respeto. Edmundo Salazar,
Roger Cortez, Henry Oporto, Gonzalo Aguirre, los comunistas, los trotskistas,
los “elenos”, los falangistas… qué lecciones cada reunión.
En la Universidad Católica los
dirigentes tenían que ser los mejores alumnos, aquellos que ninguna autoridad
podía cuestionar, mucho menos humillar o utilizar.
¡Qué lejos de las escenas para las
candidaturas universitarias en el periodo del Estado Plurinacional con sus
gorritas, sus cervezas, sus churrascos, sus peleas y prebendas!
Sobre todo, ¡qué lejos de los
ignorantes que ahora son abanderados!